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Un exiliado muy famoso

Todo comienza a veces con un malentendido, y éste es el que parece haber golpeado a los copistas de los versos de Ovidio cuando el poeta, en un emocionado recuerdo, rememoró su último encuentro con un amigo íntimo, Cotta, en el camino del exilio, que le obligó a abandonar Roma por las oscuras costas del Mar Negro. La culpa que llevó a su relegación sigue siendo tan misteriosa como las nociones geográficas de quienes, a priori, confundieron Aiethalis Ilva (Isla de Elba) y Aletha Silva (Bosque de Aleta), según la seductora hipótesis de Jerome Carcopino (1881-1970), historiador y miembro de la Academia Francesa. Por otra parte, aunque el célebre poeta latino no pisó las costas de la isla de Elba, ésta parece haberse adherido al principio de "para vivir felizmente vivamos ocultos", ya que durante muchos siglos fue especialmente discreta en materia de literatura, a no ser que estuviera demasiado ocupada gestionando las disputas que estaban en juego. Citado por Paolo Giovo, historiador italiano nacido hacia 1483 y más conocido en Francia con el nombre de Paul Jove, y luego en algunos raros relatos de viajes del siglo XVIII, se convirtió en objeto de mucha atención a principios del siglo XIX porque albergó a un invitado de lujo, Napoleón I, que también se vio obligado a exiliarse, que permaneció allí durante 300 días, de abril de 1814 a febrero de 1815. Su huida y luego la estampida de Waterloo le llevarían más tarde a otro destierro, mucho más severo ya que no volvería de Santa Elena, pero esto ya es otra historia. Aparte de que el emperador estaba sin duda pensando en su regreso con fuerza de sus casas de Elbo, aprovechó su tiempo libre para hacer algunos cambios en la isla, ensanchando una carretera por allí, cambiando un reglamento por aquí, lo que dejó un vivo recuerdo para los nativos. Aunque no escribió durante este periodo, aparte de una abundante correspondencia y algunas leyes, su exilio se descubrió bajo muchas plumas, la de André Pons de l'Hérault, un revolucionario(Napoleón, emperador de la isla de Elba, Éditeurs libres), sino también la de Regula Engel-Egli, que acompañó a su marido, un soldado suizo, durante las campañas del emperador(L'Amazone de Napoléon, ediciones Cabédita), o la de Mameluck Ali, su humilde servidor(Souvenirs sur l'empereur Napoléon, ediciones Arléa). Napoleón dejó su biblioteca, que se añadió a la colección de Portoferraio.

Otros visitantes

Nacido en 1830, Carmine Crocco llevó una vida de bandolero que le valió el apodo de "Napoleón de los bandoleros" y, sobre todo, una condena a cadena perpetua en la isla de Elba, donde murió en 1905. Aprovechando este (larguísimo) tiempo -había sido detenido en 1864 y juzgado en 1870- escribió sus memorias, que pueden leerse bajo el título Ma Vie de brigand (Mi vida de bandolero ) publicado por Anacharsis. Otro preso no habrá tenido este ocio, ya que sus condiciones de detención fueron tan despiadadas. Giovanni Passannante sólo tenía 29 años cuando en 1878 intentó apuñalar al rey Umberto I de Saboya al grito de : "Abajo la miseria". Condenado a muerte, su pena fue conmutada por la de cadena perpetua en la isla de Elba, pero su reclusión fue tan terrible -en una minúscula celda sumida en la oscuridad y sin ningún contacto humano- que se volvió loco. Su muerte en un hospital psiquiátrico en 1910 no marcó el fin de la inhumanidad, su cuerpo quemado se conservó sólo con el cerebro expuesto durante décadas en el Museo de Criminología de Roma. Su juicio había inspirado al poeta Giovanni Pascoli a escribir una Oda a Passannante, de la que sólo se conserva un fragmento; décadas más tarde, un Premio Nobel de Literatura, Darío Fo, tuvo que firmar una petición para que los restos del anarquista recibieran por fin una sepultura digna en su pueblo natal... en 2007. Pero Elba también fue amable, como lo fue para el poeta galés Dylan Thomas, que pasó allí el verano de 1947 y del que se dice que encontró allí tanto el recuerdo de su ciudad natal, Swansea, como la inspiración, ya que se sabe que escribió sus más bellos versos mientras vivía en la casa familiar. Su colección In Country Sleep and other poems se publicó en 1952, un año antes de que su precario estado de salud, aquejado por el consumo de alcohol, acabara matándolo prematuramente a los 39 años. En francés, su autobiografía Portrait de l'artiste en jeune chien fue publicada por Points, que también compartió la publicación de su poesía con Gallimard. Otra estrella fugaz en el mundo de la literatura, Hervé Guibert pasó muchas temporadas maravillosas en la isla de Elba en compañía de su amigo fotógrafo Hans Georg Berger, hasta el punto de pedir que lo enterraran allí cuando el sida se apoderó definitivamente de él en 1991. Allí escribió Fou de Vincent (publicado por Minuit), un texto que rivaliza, si no en notoriedad al menos en sensibilidad, con el famoso À l'ami qui ne m'a pas sauvé la vie. Por último, la novelista estadounidense Joanna Scott eligió la isla como escenario de su extraña Turmalina.