El Gran Sur marroquí, engullido por la arena

El Sáhara, no contento con ser el mayor desierto árido del mundo, sigue engullendo tierras, hasta el punto de haber ganado un 10% de su superficie en el último siglo, es decir, 900 000 km². El impacto del hombre no es inocente en este proceso, en primer lugar por el calentamiento global, que priva a la región de precipitaciones, pero también por la mala gestión del suelo, que lo hace inadecuado para la vegetación. Regiones como Rissani, antaño ricas en agricultura, ven ahora sus suelos cubiertos de arena. En un siglo, Marruecos ha perdido dos tercios de sus oasis debido al avance del desierto y la sequía. El gobierno marroquí intenta paliar el proceso, sobre todo mediante los planes de organización agrícola "Marruecos Verde", renovados en un plan Generación Verde en 2020, así como un programa de lucha contra la desertificación apoyado por Naciones Unidas.

Una de las soluciones propuestas es la plantación de palmeras datileras. Estas especies autóctonas, resistentes a la sequía, ayudan a impedir el avance de la arena, tanto por sus fuertes troncos, que crean un muro natural, como por sus raíces en el suelo, que evitan la erosión del terreno. Entre 2010 y 2020, se plantaron 3,2 millones de palmeras datileras en el sur de Marruecos, ¡superando los objetivos iniciales del plan "Marruecos Verde"! El programa es un éxito: además de frenar el desierto y salvaguardar los preciosos oasis, la economía local se beneficia enormemente con la creación de numerosos puestos de trabajo y la duplicación de los rendimientos de dátiles.

Cuarenta años de sequía

Desde hace cuarenta años, Marruecos sufre una sequía casi continua. Los embalses se llenan a duras penas hasta un tercio de su capacidad, lo que deja apenas 600m3 de agua por habitante y año, ¡un resultado casi tres veces inferior al umbral de escasez de agua! En los años 60, la disponibilidad de agua era cuatro veces superior, con 2.600m3 anuales per cápita.

El calentamiento global está en el banquillo de los acusados, ya que la temperatura de Marruecos en 2020 era 1,4 °C superior a la de 1980-2010. Muchas ciudades del sur de Marruecos incluso batieron sus récords de temperatura en el verano de 2021, como Taroudant, con 49,3°C, y Guelmim, con 47,6°C. A las temperaturas sofocantes se suma la sobreexplotación de las capas freáticas y el consumo excesivo de agua.

Esto lleva a las autoridades a restringir el uso del agua durante el verano, sobre todo prohibiendo el riego de zonas verdes o campos de golf. Pero esta medida parece limitada, dado que la agricultura, principal pilar de la economía, utiliza casi el 90% de los recursos de agua potable. El gobierno también ha previsto construir 20 plantas desalinizadoras de agua de mar de aquí a 2030, aunque se sabe que consumen mucha energía.

La política y el desafío ecológico

Es el Ministerio de Transición Energética y Desarrollo Sostenible el que marca el ritmo de la política medioambiental. Para ello, se dota de una multitud de marcos legislativos e institucionales, y en particular de la Carta Nacional del Medio Ambiente y el Desarrollo Sostenible, iniciada por el Rey de Marruecos, Mohammed VI. En ella se asignan derechos y deberes a los poderes públicos, a las autoridades locales y también a los ciudadanos, con el fin de estructurar concretamente el papel de cada uno en el cambio ecológico. Muchos otros programas concretan esta política medioambiental, como el programa nacional de residuos domésticos. Su objetivo es garantizar la recogida de residuos domésticos, rehabilitar y crear vertederos, e implantar el reciclaje en el país, muy atrasado en este aspecto. En cuanto a los parques nacionales, la agencia nacional del agua y los bosques se encarga de gestionarlos.

Como resultado de todos estos esfuerzos, Marruecos acogió la COP 22 en 2016, dando la bienvenida a 197 países con el objetivo de cumplir el Acuerdo del Clima de París.

Una transición energética ambiciosa

Los combustibles fósiles, principalmente el petróleo importado, cubren el 90% de las necesidades energéticas de Marruecos, pero sus objetivos son mucho más ambiciosos. Para finales de la década, quiere que las energías renovables representen la mitad de su capacidad, pero también reducir un 13% sus emisiones de gases de efecto invernadero. Decidido a hacer realidad este objetivo, el Reino inauguró en 2016 el complejo Noor Ouarzazate, una de las mayores centrales solares del mundo. Además de aprovechar sus más de 300 días de sol al año, Marruecos quiere desarrollar su parque eólico. Ya es el tercer país del continente más equipado en este sentido, sobre todo en el sur del país, en Tarfaya y Laâyoune.

Esta ambiciosa política energética fue la principal razón por la que Marruecos fue clasificado como el segundo país más respetuoso con el clima en 2018 y 2019, según el Índice de Desempeño del Cambio Climático.

Especies amenazadas

En un entorno tan extremo como el de Marruecos, la evolución tiende a dar lugar a criaturas muy especializadas para adaptarse a él. Así, el 22% de las plantas del país son endémicas. Es el caso de la Commelina rupicola, una planta que sólo crece en las rocas del suroeste del país. Como muchas otras, está amenazada, ya que las especies muy especializadas también son más vulnerables a los cambios de su entorno, al cambio climático o a la llegada de especies mucho más adaptables, como la falsa mimosa, que se han introducido en el país y son invasoras.

Como consecuencia, el 15% de la flora y la fauna del país están amenazadas de extinción, lo que lo convierte en el país con la biodiversidad más amenazada de la cuenca mediterránea. Las causas son el cambio climático, el crecimiento demográfico extremadamente rápido, los incendios repetidos, la sequía y el pastoreo excesivo. Para combatir este fenómeno, Marruecos ha puesto en marcha un plan de acción para la biodiversidad, encargado de reforzar la conservación de las especies y su entorno.

Parques para conservar la biodiversidad

Para proteger su biodiversidad, Marruecos cuenta con 10 parques nacionales y cerca de 150 reservas naturales. Entre ellos, cuatro parques nacionales están situados en el Gran Sur marroquí.

Puerta de entrada al Alto Atlas, el Parque Nacional del Djebel Toubkal ocupa 380 km², lo que lo convierte en el mayor de la región, así como en el más antiguo del país, ya que se le concedió el estatuto de conservación en 1942. Recibe su nombre del Jebel Toubkal, el punto más alto del norte de África, que domina el parque con sus 4.167 metros. Sobre este paisaje montañoso hecho de mosaicos de mesetas, acantilados y torrentes cristalinos, se elevan numerosas rapaces: águila real, águila perdicera o águila blanca.

El Parque Nacional de Souss Massa reviste una importancia capital por albergar la mayor parte de los últimos ibis calvos del mundo. Antaño extendidos por todo el norte de África, hoy sólo quedan un puñado de individuos, que forman únicamente cuatro colonias, tres de las cuales se encuentran en el parque. Debido a la caza, la pérdida de hábitat y los pesticidas, el ibis calvo septentrional es ahora una de las 100 especies más amenazadas del mundo. Sin embargo, amplios programas de reintroducción están aumentando lentamente el número de ejemplares año tras año.

Al mismo nivel, pero en el extremo oriental del país, se encuentra el Parque Nacional de Iriqui, de 1.200 km². Este parque sahariano se creó con el objetivo de preservar las especies del desierto y rehabilitar el lago Iriqui. Este lago se seca de forma natural durante las estaciones secas, pero a medida que éstas se hacen más intensas y largas, amenazan la supervivencia de esta masa de agua, que proporciona agua a muchos animales, como las gacelas dorcas.

Mucho más al sur, en la frontera con el Sáhara Occidental, se encuentra el Parque Nacional de Khenifiss, que protege una gran extensión de dunas, pero también la mayor laguna del país. Cada invierno, 20.000 aves migratorias encuentran aquí refugio, además de las numerosas especies que pasan allí el año.