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Tachelhit y la literatura

El número de lenguas bereberes es impresionante, ya que sólo en Marruecos existen al menos tres: el tamazight (en el centro del país), el rifain (en el norte) y el tachelhit (o chleuh), que es el más extendido (unos 10 millones de hablantes) y que a su vez es objeto de diversas variantes, según se esté, por ejemplo, en el eje Demnate-Ouarzazate o en la región de Souss. La zona geográfica habitada por los bereberes (que se autodenominan amazigh en singular, imazighen en plural) es igualmente sorprendente, y podríamos, sin ánimo de ser exhaustivos, citar Marruecos, Argelia, Túnez, pero también Níger, Egipto, Libia.. Esto explica sin duda que una de las primeras funciones de la tradición oral fuera transmitir información de pueblo en pueblo, papel asignado a los imdyazen, poetas itinerantes que habrían surgido un poco más al norte, hacia Tazrouft, pero cuya práctica se habría extendido rápidamente por todo el Alto Atlas. La elocuencia y la memoria son las cualidades requeridas para un arte destinado a evolucionar: la vocación informativa ha dado paso, en efecto, a la interpretación. Así, el amdyaz, acompañado por músicos, competía con sus pares en justas poéticas, explorando todos los temas de un repertorio (tamdyazt) que se interesaba tanto por la religión como por el amor, por episodios históricos como por eminentes personalidades locales. Pocos desempeñan hoy este papel, fundamental porque estaba en la encrucijada de la educación, la política y el espectáculo, y esta desaparición es preocupante, aunque la poesía amazigh siga siendo, de forma más lírica, popular en la región del Souss, donde la palabra que la designa (amarg) califica de forma más general un sentimiento que podríamos acercar a nuestra nostalgia.

A diferencia de otros modismos afines, el tachelhit ha sido objeto de una abundante literatura escrita (en árabe, latín o incluso en alfabetos tifinagh o neofinagh) desde el siglo XVII, aunque esta literatura (poesía, tratados religiosos o jurídicos, obras científicas, etc.) estaba más bien reservada a los eruditos. Algunos quisieron preservar este patrimonio, como Arsène Roux (1893-1971), lingüista francés que legó su biblioteca y los numerosos manuscritos tachelhit que contenía al Institut de Recherches Méditerranéennes de Aix-en-Provence, donde aún puede consultarse. Sin embargo, la cultura bereber estaba -y sigue estando- amenazada, lo que explica que en los años setenta y ochenta apareciera una generación de escritores-activistas que utilizaron la ficción y la novela (ungal), por un lado, para describir su realidad y, por otro, para construir un patrimonio literario de peso. Sin olvidar a los precursores, ya fallecidos, de Ali Azaykou (1942-2004) y Ahmed Adghirni (1947-2020), cabe mencionar también a Ahmed Assid, nacido en 1961 en Taroudant, que utilizó todos los canales mediáticos para promover la identidad bereber, a Brahim Lasri, nacido cerca de Agadir, donde fundó la sección local de la asociación Tamaynut, y a Zaid Ouchna, que cosechó incansablemente cantos y tradiciones amazigh. En 2001 se fundó el Instituto Real para la Cultura Amazigh, y diez años más tarde el amazigh se convirtió en lengua oficial al mismo nivel que el árabe. Finalmente, en 2020 se publicaron 17 novelas en tachelhit, una cifra aún modesta pero en constante evolución.

Desde Marrakech..

En la emblemática plaza de Marrakech, Jemaâ el-Fna, se rinde más bien homenaje al espectáculo en vivo. Esta atracción turística de renombre mundial se construyó en el siglo XII: a su vez, estaba dedicada a la justicia y al comercio, antes de convertirse en un foco de prácticas culturales populares, como confirmó Al-Hasan al-Yusi en el siglo XVII. En efecto, en Al-Muharat, su texto más célebre con fuertes tintes autobiográficos, evoca la "halka", ese círculo de espectadores en medio del cual se desarrolla un cuentacuentos. La tradición perduraría, ya que fue mencionada de nuevo por Elias Canetti, futuro Premio de Literatura 1981, al describir su estancia en la Ciudad Roja a principios de los años cincuenta(Les Voix de Marrakech: journal d'un voyage, Le Livre de Poche). Por último, el gran escritor español Juan Goytisolo comenzará su novela Makbara (ediciones Fayard) en la mismísima plaza de Jemaâ el-Fna, un lugar que amaba tanto que trabajó para que se incluyera en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad establecida por la Unesco, que se concretó en 2001 y finalizó en 2008, poco más de diez años antes de que perdiera la vida en Marrakech a la honorable edad de 86 años. Además de los recuerdos de los escritores, la memoria colectiva guarda también los nombres de algunos artistas que hicieron todo lo posible por divertir o emocionar a su público, como Flifla, uno de los "hlaikia" que oficiaron durante el protectorado y en la época de la Independencia, o Malik Jalouk, que había traído de sus viajes un repertorio inimitable, y Sarroukh (en francés: ¡"la Fusée"!) que impresionó tanto a Goytisolo que escribió sobre él en su ensayo Les Chroniques sarrasines (Fayard).

Desde entonces, Marrakech ha producido sus propios escritores, como Zaghoul Morsy (1933-2020) que, tras unos poemas publicados por Grasset en 1969(D'un soleil réticent), publicó una novela en La Différence en 2003(Ishmaël ou l'exil), Mohamed Loakira, nacido en 1945, cuya obra poética (publicada por Marsam) le valió dos Grandes Premios Atlas, y sobre todo Mahi Binebine, que nació allí en 1959. Hombre de múltiples talentos, brilla en dos campos artísticos distintos: la pintura -algunas de sus obras han pasado a formar parte de la prestigiosa colección permanente del Museo Guggenheim de Nueva York- y la escritura, gracias a la cual navega felizmente a ambos lados del mar, publicando alternativamente en Francia (con Stock, Flammarion, Fayard, L'Aube, etc.) y en Marruecos (con Le Fennec). Su primera novela, Le Sommeil de l'esclave (El sueño del esclavo), la historia del regreso de un hombre al lugar de su infancia marroquí, fue galardonada con el Prix Méditerranée en 1992. Desde entonces, Mahi Binebine ha publicado una quincena de títulos(Rue du Pardon, Le Griot de Marrakech, Mon Frère fantôme...) en los que despliega y cincela un estilo tan suave, pero raramente inocente, como sus cuadros. Su hermano menor, Mohamed Nedali, publica en L'Aube y también empieza a reivindicar una buena bibliografía en el género de la novela, que no ignora la actualidad. En Le Poète de Safi (2021), por ejemplo, interpreta a un joven frustrado por no encontrar editor que decide declamar sus poemas, más o menos subversivos, al micrófono de la mezquita, a riesgo de atraer la ira de la policía y de los islamistas. También ha publicado Evelyne ou le djihad? En 2016, pero tambiénLa Bouteille du cafard ou l'avidité humaine, Triste jeunesse, Le Bonheur des oiseaux..

...en Essaouira y Agadir

Essaouira es también una ciudad de espectáculos, aunque a menudo se celebren bajo techo, como demuestra el proyecto de construcción de una Ciudad de las Artes y la Cultura, iniciado por el rey Mohammed VI, que debería incluir un teatro de 1.000 localidades. Hay que decir que la ciudad es la que vio nacer al mayor dramaturgo de Marruecos, Tayeb Saddiki (1939-2016). Pionero en su campo, fue influyente en todo el mundo árabe, además de ser el impulsor de la creación del festival Souiri "La musique d'abord" en 1980 y de la fundación de varias compañías de teatro. Su obra Molière ou Pour l'amour de l'humanité, que traslada la vida y obra de Jean-Baptiste Poquelin al Marruecos del siglo XX, está publicada por Eddif. En cambio, su novela Mogador, fabor, ambientada en su ciudad natal, está agotada en la misma editorial. Por su parte, Edmond Amran El Maleh, aunque nacido en Safi en 1917, procedía de una familia souirie. Este hecho no pasó desapercibido para la sección local de la Unión de Escritores, que inició sus actividades en 2015 rindiendo un vibrante homenaje a este independentista defensor de un Marruecos multicultural. Tras haber trabajado como profesor de filosofía, no fue hasta su jubilación cuando Edmond Amran El Maleh decidió empezar a escribir ficción, con éxito desde que recibió el Gran Premio de Marruecos en 1996. Fallecido en 2010 en Essaouira, algunos de sus escritos siguen disponibles, como Parcours immobile, que traza el destino de un joven de buena familia judía marroquí que se embarca hacia Europa (título que La Découverte ofrece en archivo digital), o su relato epistolar Lettres à moi-même, disponible en la famosa editorial de Casablanca, Le Fennec. Por último, hay que mencionar a Alberto Ruy-Sánchez, nacido en Ciudad de México en 1951 y galardonado con el prestigioso Premio Xavier-Villaurrutia en 1987 por Los Nombres delaire(publicado por Editions du Rocher), primer volumen de la serie de novelas que dedicó a Mogador, la antigua ciudad de Essaouira.

Para concluir con belleza, es imposible olvidar a Mohammed Khaïr-Eddine, quizás uno de los más grandes escritores marroquíes en francés. Nació en 1941 en Tafraout, esplendor del Anti-Atlas, en el seno de una familia de comerciantes, pero a los 20 años se trasladó a Agadir, principio de una vida azarosa, ya que en 1965 se exilió en París, convirtiéndose en obrero de día y locutor de radio para France Culture de noche. Tras empezar publicando en revistas (Encres vives, Présence africaine...), se vio atrapado por el éxito de su primera novela, Agadir (desgraciadamente agotada en Seuil), que obtuvo el Prix des Enfants terribles iniciado por Jean Cocteau en 1967. También aquí se percibe el signo de la prohibición de sus libros en su país natal, al que sin embargo regresó, muriendo en Rabat en 1995. Sin embargo, hoy es posible descubrir la amplitud de su talento -pues también le gustaba viajar por los géneros literarios- recurriendo a su poesía(Soleil arachnide, Gallimard), su narrativa(Il était une fois un vieux couple heureux, Points), su cuento(Une Odeur de mantèque, Points) o su diario(On ne met pas en cage un oiseau pareil, éditions William Bake). Saphia Azzedine, nacida en 1979 en Agadir, parece compartir este gusto por el cambio, ya que ha vivido en Marruecos, Suiza y Francia, y porque trabaja tanto de guionista como de novelista. Confidences à Allah, publicada en 2008 por Léo Scheer, tuvo una buena acogida, y fue seguida, entre otras, por la muy notable Bilquiss (Stock) en 2015 y por Mon père en doute encore, publicada por la misma editorial, en 2020.