De la tradición oral a los primeros documentos escritos

Antes de convertirse en objeto de la envidia europea, Surinam ya había visto el asentamiento de varios grupos indígenas distintos, en particular los arawaks y los kalinagos. Cada uno de estos pueblos tenía su propia tradición oral, a veces chamánica, a menudo legendaria, como revela la colección Contes arawak des Guyanes (publicada por Karthala) en la que descubrimos, maravillados, que los hombres pueden transformarse en jaguares o loros. Con la colonización llegó la esclavitud, y de los esclavos -y luego de sus descendientes, ya fueran cimarrones o criollos- nació otro tipo de literatura oral. La religión Winti afro-surinamesa -similar al vudú haitiano, con el que estamos más familiarizados- forma parte de ella: se dice que el mundo fue creado por Anana Kedyaman Kedyanpon y que está habitado por espíritus. Del mismo modo, el personaje deAnansi, que adopta alternativamente la apariencia de un ser humano y la de una araña, se encuentra a este lado del Atlántico, a pesar de sus orígenes en el folclore de África Occidental. Este corpus -espiritual o mitológico- se combinaba a veces con la danza y la música, e incluso con la expresión teatral en el doe-teatro, donde los protagonistas, inspirados en los ocupantes de las plantaciones, representaban dramas deliberadamente políticos. Después de 1863, este género evolucionó hacia el laku, en el que intervenían nuevos arquetipos como el Snesi (chino) o el Koeli (hindú): la abolición de la esclavitud había dado lugar a una forma de servidumbre que ya no llevaba su nombre, y los nuevos "trabajadores" eran reclutados en el continente asiático. También en este caso, estas herencias lejanas dieron lugar a versiones surinamesas, como el wayang, un teatro de sombras tomado de Java, el jaran kepang (danza de caballos) y el baithak gana, un estilo musical indostaní.

Aunque la mezcla de poblaciones ha regado constantemente la tradición oral, la literatura escrita también ha germinado en este suelo fértil. Aparte de los primeros relatos de viajes, que se inspiraron en el mito de El Dorado, y de algunos diarios -entre ellos el de la viajera holandesa Elisabeth van der Woude (1657-1698), que no carece de cierto estilo-, fue sobre todo el tema de la esclavitud el que encendió la pluma de algunos escritores. Cabe citar a la inglesa Aphra Behn (1640-1689), que publicó Oroonoko en 1688, donde relata el triste destino del africano Imoinda, víctima del comercio triangular al ser traicionado por una amante rival, y por supuesto a Voltaire (1694-1778), en cuyo célebre Cándido (1759) aparece un esclavo surinamés. Otro texto fue fundamental en la denuncia de la esclavitud y se utilizó ampliamente para obtener su abolición, el de Jean-Gabriel Stedman, oficial nacido de padre escocés y madre holandesa en 1744. Tras haber participado en la represión de una revuelta de esclavos en Surinam entre 1772 y 1777, hizo tal relato de los abusos infligidos que fue traducido y reimpreso muchas veces, con grabados explícitos para reforzar su mensaje. Aunque ya no es posible conseguir su Voyage à Surinam en francés, sí es posible descubrir su vida en Capitaine Stedman ou le négrier sentimental, novela histórica de Christophe Grosidier publicada por L'Harmattan. La imagen de una colonia especialmente cruel con los negros se confirma finalmente en una obra de teatro publicada bajo el seudónimo de Don Experientia en 1771. En Het Surinaamsche Leeven, el autor -aún desconocido- pinta un retrato satírico e intransigente de una sociedad en la que el beneficio era lo único que importaba. Al mismo tiempo, apareció otra novela anónima, Geschiedenis van een neger, en la que un hombre blanco permite que su hija se case con un negro especialmente inteligente, tal vez inspirado por el denostado Graman Quassi (1692-1787), un esclavo liberado que se convirtió en un reputado botánico y cazador de esclavos fugitivos (cimarrones) por encargo del gobierno colonial. En la misma línea, en 1764 aparecieron unas cartas muy misteriosas en la revista De Denker. También denunciaban la esclavitud y estaban firmadas por Kakera Akotie, que decía haber sido vendido como esclavo en Surinam. Se ha puesto en duda su identidad, pero de ser cierta, sería el primer escritor surinamés de origen africano.

Afirmar una identidad

Mientras la vida en la colonia seguía interesando a la metrópoli -como confirma el Reinhart de la poetisa Elisabeth Maria Post (1755-1812)-, en la isla se desarrollaba cada vez más una vida intelectual. David Nassy (1747-1806) publicó en 1789 un importante Essai historique sur la colonie de Surinam. La búsqueda de una identidad nacional fomentó los intercambios entre los diferentes grupos étnicos, sobre todo en el teatro. Además, aparecieron nuevos títulos de prensa, se inauguró una biblioteca en 1783 y se formaron círculos literarios, por iniciativa de Paul François Roos, Jacob Voegen van Engelen y Hendrik Schouten, por ejemplo. Cabe destacar que los tres nacieron en los Países Bajos pero acabaron su vida en Surinam, señal de su apego a su nuevo país y también de que, desde el punto de vista cultural, la colonia empezaba a liberarse, aunque el neerlandés siguiera siendo la norma. Un nuevo hito se alcanzó con la ley de enseñanza pública y obligatoria de 1878, ya que hasta entonces no se había previsto ninguna misión educativa para los territorios de ultramar, salvo para los hijos de los colonos ricos. En la misma línea, Cristina van Gogh se lanzó a escribir cuentos para jóvenes.

Sin embargo, el siglo XIX y la literatura alcanzaron un punto de inflexión cuando se abolió la esclavitud en 1863, tal y como había previsto el reverendo Cornélius van Schaik, que había abandonado el país dos años antes. Su novela De Manja no sólo describe la decadencia de las plantaciones, sino que también contiene gran cantidad de diálogos en sranan, un truco que también utilizó Kwamina (seudónimo de A. Lionarons, 1827-env.1913), que puede considerarse el primer escritor verdaderamente indígena: nació y murió en Surinam. En Jetta (1869) y Nanni (1881), describe su época, la economía que trata de reinventarse, al tiempo que evoca los amores de una mulata rica. No se puede negar: la escritura y los personajes se mezclan, al igual que la sociedad y los escritores. El misionero matawai Johannes King, por ejemplo, se entrega a la autobiografía, relatando su vida y la de su pueblo, describiendo sus sueños y visiones, en miles de páginas escritas íntegramente en sranan.

La transición al siglo XX sigue adoleciendo de una desagradable nostalgia -ya sea en los Países Bajos o en Surinam, algunas personas lamentan la esclavitud y siguen haciendo comentarios racistas-, pero la modernidad está en marcha. Con ella llega un cierto realismo que a veces adquiere un tono mordaz, como en la novela Een Beschavingswerk, en la que Richard O'Ferral (bajo el seudónimo de Ultimus) se burla de la megalomanía del gobierno, o en el poemario Matrozenrozen, en el que George Rustwijk lamenta el estado de la Guayana Holandesa en comparación con las Guayanas Francesa y Británica. En cuanto a Ludwig Ernest Thijm, escribió canciones populares -algunas de las cuales le trajeron conflictos con las autoridades- y en cierto modo encarnó el eslabón perdido entre la tradición oral y la literatura escrita. Por su parte, el poeta Eugène Rellum (1896-1989) no eligió: escribió en neerlandés y en srananés. Por último, Anton de Kom (1898-1945), hijo de un esclavo liberado, vivió a ambos lados del océano. Ferviente defensor de la descolonización - y miembro de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial - su libro Wij slaven van Suriname(Nosotros, los esclavos de Surinam), publicado en versión expurgada en 1934, sigue siendo un clásico. Unos años antes, Albert Helman (1903-1996) había publicado Zuid-zuid-west, una novela en la que denunciaba la explotación de Surinam por los colonos. Johanna Schouten-Elsenhout y, más tarde, Henri Frans de Ziel también se comprometieron con la nueva idea de independencia, reforzada por el contacto con soldados estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial.

Del siglo XX al XXI

En 1954, Holanda concedió la autonomía a Surinam. Durante esta década, la vida literaria se reactivó tras el sombrío periodo de entreguerras: los autores que se habían exiliado regresaron (como Albert Helman, que llegó a ministro), el número de lectores creció y se diversificó, la revista Foetoe-boi se dedicó por completo a la cultura criolla y nuevas lenguas empezaron a despuntar, como el hindi gracias a Bhai (1935-2018), futuro ganador del premio Gaanman Gazon Matodja. En el plano político, fueron los poetas los que proclamaron que el deseo de independencia no se agotaría, como Michaël Slory (1935-2018) y sobre todo R. Dobru (1935-1983) que, con Wan bon, afirmó su sueño de un pueblo surinamés unido y libre.

A la independencia, finalmente lograda en 1975, siguió un periodo de graves turbulencias durante el cual los escritores se vieron obligados a permanecer en silencio, pero desde mediados de los años ochenta la vida literaria ha recobrado impulso. Durante este periodo, Cynthia McLeod publicó su primera novela histórica, Hoe duur was de Suiker? y Astrid Roemer y Edgar Cairo -que ya se habían hecho un nombre en la década de 1970- empezaron a publicar de nuevo, la primera con novelas y una autobiografía, el segundo con poesía y obras radiofónicas. Sin ánimo de ser exhaustivos, podemos citar a Ellen Louise Ombre(Maalstroom, Negerjood in moderland, etc.), Annette de Vries, Ismene Krishnadath, autora y editora especializada en literatura infantil, y Marylin Simons, nacida en 1959. Su contemporánea, Mala Kishundajal, trabaja en varios géneros -teatro y ficción- y ha escrito sobre inmigración. Por último, Marijke van Mil, que vive en los Países Bajos desde su adolescencia, no ha olvidado sus raíces y ha recurrido a los cuentos que le contaba su abuela para varios libros, mientras que Karin Amatmoekrim, también expatriada, se basó igualmente en la historia familiar para Waneer wij samen zjin, antes de ganar el Premio Black Magic Woman en 2009 por Titus. Una nueva generación navega ahora libremente entre los dos continentes, como demuestra la carrera de Raoul de Jong. Nacido en Rotterdam en 1984 pero de ascendencia surinamesa por vía paterna, a la que nunca había conocido, fue al recibir un inesperado correo electrónico de su padre cuando decidió cruzar el océano en busca de sus raíces. Este viaje le inspiró Jaguarman, traducido al francés por Buchet Chastel.