Tradición oral y teatro

Antigua colonia que sufrió los estragos del comercio triangular, la lengua oficial de Gabón es el francés, pero su población está compuesta por 50 etnias y en sus calles se hablan otras tantas lenguas. Los fang, que representan un tercio de los 2,3 millones de gaboneses, son los beneficiarios de una cultura que dio al país una de sus primeras obras literarias. Todo empezó con la música para Herbert Pepper (1912-2001), un joven recluta enviado a África por De Gaulle en 1939. Apasionado musicólogo, se enamoró de una estética que quiso preservar coleccionando y creando una fonoteca, que incorporó al Museo de Libreville en 1963. Siguiendo sus pasos, Philippe Ndong Ndoutoume (1928-2005) conocido como Tsira, él mismo de origen fang, publicó la primera versión bilingüe de Mvett a principios de los años sesenta. Mente brillante y profesor bajo el gobierno colonial, fue destinado cerca de Oyem, donde satisfizo su curiosidad iniciándose. El Mvett es algo más que un instrumento de cuerda o una colección de historias de guerra; es también una filosofía que, como su nombre indica, pretende permitir al espíritu elevarse. La transcripción escrita de esta mitología comenzó en 1913 con Die Pangwe, del botánico alemán Günter Tessmann, pero éste no percibió su dimensión espiritual, que Tsira no pasó por alto al relatar la leyenda del guerrero-músico Oyono Ada Ngone en el primer volumen de este ciclo publicado por Présence Africaine en 1970. Los Fang no fueron los únicos que despertaron interés, como lo demuestran Les Contes gabonais publicados en 1967 por André Raponda-Walker, un sacerdote nacido en 1871 que dedicó su jubilación al estudio de las diferentes culturas del país. Sin ánimo de ser exhaustivo, su recopilación hace referencia a 156 fábulas de 26 etnias diferentes. Estos mitos ancestrales y lenguas antiguas dieron origen a nuevas generaciones de artistas, como Pierre Akendengué, nacido en 1943, que mezcló el francés con el myéné, Pierre Claver Zeng (1953-2010), que se inspiró en la tradición fang, y Annie-Flore Batchiellilys, cuya lengua materna es el punu y que se convirtió en una sensación del jazz en la década de 1990.

En Gabón hay otra forma de arte de importancia crucial, que curiosamente se estableció cuando misioneros como Jean-Rémi Bessieux -cuya correspondencia se encuentra en Karthala- y Grégoire de Sey crearon la Congrégation du Saint-Esprit a mediados del siglo XIX. Estos sacerdotes utilizaban el teatro tanto para difundir su fe como para mejorar la elocución de sus jóvenes alumnos. Poco a poco, la práctica se democratizó y salió del ámbito religioso, sobre todo en los años sesenta, cuando Vincent de Paul Nyonda (1918-1995) debutó en el escenario. La vida política no siempre le fue esquiva, y fue en la dramaturgia donde pareció encontrar su verdadera vocación. Aunque de la treintena de obras que escribió sólo se publicaron unas pocas, dejó una huella duradera en su época con una primera trilogía(Le Combat de Mbombi, L'Émergence d'une nouvelle société y Bonjour, Bessieux) publicada en 1979 por François Reder en París, y una segunda(La Mort de Guykafi, Deux albinos à la Mpassa y Le Saoûlard) publicada dos años más tarde por L'Harmattan.

Cuentos, novelas y poesía

Al final de la Segunda Guerra Mundial, el relato corto empezó a popularizarse, alentado por las revistas que los publicaban y por Tsira -¡de nuevo! - pionero del género con Que les pieds voyagent afin que les yeux voient. Aunque todavía seguía las reglas de la tradición oral, o incluso las del cuento, con una moraleja o refranes por ejemplo, prefiguraba la novela, que se estrenó tímidamente en 1971 con Histoire d'un enfant trouvé de Robert Zotoumbat, que según algunos es más bien una autobiografía.

Durante las dos décadas siguientes, la literatura estuvo en plena investigación, hasta el punto de equipararse al "silencio", término que también se encuentra en el nombre que Rosira Nkiélo dio a su compañía teatral en 1971, y en los títulos de varias obras(Le Crépuscule des silences de Pierre-Edgar Moundjégou en 1975, Au bout du silence de Laurent Owondo en 1985, que obtuvo el Premio Senghor). Fue en los albores de los años 90, cuando los cambios políticos trajeron nuevas esperanzas y nuevas violencias, cuando la ficción abandonó su papel naturalista para asumir un papel social, a veces satírico, a menudo comprometido. Un punto de inflexión se produjo en 1992 con la publicación de Les Matitis, del precoz Hubert Freddy Ndong Mbeng, que entonces no tenía ni 19 años, y que se propuso describir la extrema pobreza de los suburbios de Libreville donde creció, dejando atrás el mundo rural que hasta entonces había alimentado la literatura con sus leyendas y otros ritos. Del mismo modo, Angèle Rawiri (1954-2010) abandonó el tema de la brujería que le había preocupado en su primera novela, Elonga , publicada en 1980, y se dedicó a describir los problemas de la sociedad en su aclamada Fureurs et cris de femmes, publicada en 1989. La aparición de la literatura femenina se confirmó con el diario de ficción de Justine Mintsa, Un seul tournant Makôsu (1994), y fue una de las primeras mujeres en incorporarse a la colección Continents noirs de Gallimard en 2000 con Histoire d'Awu. Al año siguiente, Chantal Magalie Mbazoo Kassa escribió Sidonie, sobre el sida, pero también sobre un tema cada vez menos tabú, la sexualidad, que estará en el centro de la abundante obra de Sylvie Ntsame. También en 2001, Bessora ganó el Prix Fénéon por Les Taches d'encre. Aunque se crió en Europa, la joven, nacida en Bruselas en 1968, afirma sus múltiples orígenes y sus raíces gabonesas. En 2007 recibió el Gran Premio Literario de África Negra por Cueillez-moi, jolis Messieurs... (Gallimard). Su última novela, Les Orphelins, fue publicada en 2021 por Lattès. Por último, Charline Effah, cuyo talento ha elogiado Alain Mabanckou por N'être (La Cheminante), que examina la relación entre una madre y su hija. La joven autora, nacida en Minvoui en 1977, se ha convertido en el símbolo de una nueva generación que también está representada por Hervé Ona Ndong, ganador de varios premios por Jardins Intimes y La Fosse, y Janis Otsiemi, que destaca en la novela negra(African Tabloïd, 2013, y La Vie est un sale boulot, 2009, publicados por Jigal).