El reto ecológico del cambio climático

En 2020, la primera ministra Jacinda Ardern declaró el "estado de emergencia climática", una medida aprobada por el Parlamento por 76 votos a favor y 43 en contra y destinada a subrayar la necesidad de un plan de acción ecológico rápido y eficaz para preservar a las generaciones futuras. El Reino Unido, Irlanda, Canadá, España, Francia y el Parlamento Europeo hicieron una declaración similar en 2019, y Vanuatu se unió a las filas en 2022.

Nueva Zelanda también se ha comprometido a producir energía 100% renovable para 2035, y es uno de los países comprometidos a lograr la neutralidad de carbono para los gases de efecto invernadero para 2050.

La concienciación es cada vez mayor y en pocos años se han logrado avances impresionantes, sobre todo en la reducción del uso del plástico. Ya no se distribuyen bolsas de plástico en las tiendas y las cajas de comida para llevar son ahora de cartón, lo que no es poco en un país donde se come fuera más a menudo que en casa.

Por desgracia, no todo es verde en el país kiwi. Entre los problemas más evidentes están el uso regular y desinhibido de aviones para cubrir distancias cortas (en una nación formada por 2 islas, hay que admitir que es muy práctico...), el uso sin restricciones de glifosato en la agricultura y la industria láctea, cada vez más criticada por su impacto extremadamente nocivo en los cursos de agua y el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero en el país.

El otro componente medioambiental: la conservación

La conservación es uno de los principales retos a los que se enfrenta la Nueva Zelanda moderna. La conciencia del impacto de la presencia humana en la flora y fauna locales (el 40-50% de las especies de aves endémicas están al borde de la extinción y 14 millones de hectáreas de bosque han desaparecido desde la llegada del hombre) ha llevado a los neozelandeses a aplicar políticas de conservación bastante radicales para proteger su flora y fauna autóctonas. Por ejemplo, ahora está totalmente prohibido talar un árbol autóctono, aunque esté en tu propia propiedad (así que piénsatelo bien antes de plantar uno en tu jardín).
El país también está librando una guerra contra los depredadores y las especies introducidas que arrasan árboles y aves por igual. La caza, por ejemplo, no está regulada en absoluto, ya que todas las especies cazadas (ciervos, jabalíes, conejos, cabras, etc.) han sido introducidas y están causando graves daños al medio ambiente.

Sin embargo, el enemigo número 1 sigue siendo la zarigüeya, introducida en el siglo XIX desde Australia para el comercio de pieles. Principalmente herbívora, se calcula que toda la población de zarigüeyas consume 21.000 toneladas de vegetación cada noche. El principal problema es que un individuo se alimentará del mismo árbol noche tras noche hasta que éste muera. Además, aunque principalmente herbívora, la zarigüeya es una oportunista que también se alimenta de fruta, bayas y néctar -privando a muchas aves autóctonas de su fuente de alimento-, así como de insectos, huevos, polluelos o incluso aves adultas como el kererū, el kiwi, el piwakawaka o el tūī. Otros depredadores van a tener que madrugar para robarle el estatus de animal más odiado del país.

Todos los parques, ya sean urbanos o nacionales, están equipados con trampas, el "1080" -un veneno específicamente dirigido a las zarigüeyas- se dispersa regularmente por avión en los parques regionales y nacionales, se anima a los particulares a instalar trampas en sus jardines o propiedades, ¡y hay concursos de dibujo para niños en los que participan imaginando la próxima generación de trampas!
El objetivo de Nueva Zelanda es estar "libre de depredadores" para 2050, y es realmente una batalla constante.

La post-pandemia: recuperarse de Covid

Nueva Zelanda aplicó una de las políticas más estrictas en la lucha contra la pandemia de Covid-19. La intransigencia de las autoridades sanitarias resultó extremadamente eficaz para frenar la epidemia (el Ministro de Sanidad fue apodado "el aplasta curvas"), pero también causó un gran daño a la economía del país, algo que los detractores de los laboristas se apresuraron a señalar.
El ejemplo más obvio es el turismo, que antes de la pandemia era el principal motor económico del país. Antes de la pandemia, Nueva Zelanda recibía más de 3 millones de turistas al año, el equivalente a más de la mitad de su población. El cierre de las fronteras del país durante casi dos años perjudicó enormemente al sector.

Los sectores de la hostelería y la restauración también sufrieron mucho, no sólo por el repentino parón del turismo, sino también por los incentivos al teletrabajo, que vaciaron los centros urbanos de sus consumidores. Otro problema fue que, como estos establecimientos dependían en gran medida de la reserva de trabajadores que representaban las personas con Permiso de Trabajo en Vacaciones (PTV), se encontraron desesperadamente escasos de mano de obra, y muchos tuvieron grandes dificultades para funcionar. Como consecuencia, muchos establecimientos han tenido que cerrar sus puertas, incapaces de hacer frente a tales dificultades durante tanto tiempo. El sector agrícola también sufrió la escasez de mano de obra, y muchas cosechas no pudieron llevarse a cabo...

La reapertura de las fronteras en 2022 parecía anunciar un repunte de estas industrias, lo que debería reactivar la economía del país. Sin embargo, varios políticos han hablado de reformar las políticas turísticas, ya que no desean que la economía dependa del "turismo de masas". En particular, se ha hablado de reducir la afluencia de jóvenes "mochileros" en favor de un turismo más "de lujo". Queda por ver si esta retórica irá seguida de medidas concretas, o si la necesidad de mano de obra agrícola barata y voluntaria hará que Nueva Zelanda siga siendo durante algún tiempo un refugio para personas con contratos de prácticas.

El renacimiento maorí: desarrollar una identidad bicultural

En los años 50 se hizo todo lo posible para que la cultura maorí se fundiera con la europea y desapareciera en ella (con, por ejemplo, la prohibición de hablar te reo en las escuelas, aunque los niños no hablaran inglés), pero Nueva Zelanda dio un giro radical a finales del siglo pasado y el reconocimiento y la difusión de la cultura maorí es ahora uno de los grandes retos del país.
El te reo se enseña ahora en las escuelas y desempeña un papel cada vez más importante en la vida cotidiana de los neozelandeses; ciertas palabras maoríes sustituyen cada vez con más frecuencia a sus equivalentes ingleses, los nombres de lugares y animales se formulan cada vez más en te reo, y nuevas palabras portadoras de nuevos conceptos han arraigado en el vocabulario cotidiano, como la noción de "whanau" (pronunciado fanau), familia o comunidad extensa.
Los maoríes están cada vez más representados en el gobierno y los medios de comunicación, y en el plano jurídico, el Tribunal de Waitangi sigue trabajando para reparar las injusticias cometidas en el pasado en nombre del tratado. Aún queda mucho camino por recorrer, y sigue habiendo detractores de todas estas iniciativas, pero el camino parece cada vez más claro, y la identidad de la nación se afirma cada vez más en torno a este patrimonio bicultural.

Evolución de la población

La cuestión de la colonización de Nueva Zelanda siempre ha ocupado un lugar central. La propia firma del Tratado de Waitangi estuvo motivada por el asentamiento incontrolado del país que se estaba produciendo (amenaza del establecimiento de una colonia francesa en Akaroa y oleadas de colonos traídos por Edward Wakefield y la New Zealand Company).
Posteriormente, surgió la cuestión del tipo de sociedad que queríamos construir y, por tanto, del tipo de personas que queríamos dejar entrar en el territorio. La necesidad de crear cohesión cultural motivó inicialmente a las autoridades a restringir la inmigración a los ciudadanos británicos, pero luego la necesidad de mano de obra hizo que la política cambiara hacia una mayor apertura étnica y cultural, hasta el punto de llegar a ser totalmente abierta y basarse únicamente en las cualidades y aptitudes de los futuros inmigrantes. La inmigración está y siempre ha estado muy controlada, y con cada cambio de política surge la cuestión de qué tipo de sociedad quiere construir el país.

La identidad que se perfila hoy es la de un país multicultural que acoge a las personas independientemente de su nacionalidad, pero que pone como condición de acceso tener las competencias de las que el país carece. En 2022, el Gobierno introdujo una nueva reforma de la política de inmigración. Aunque sigue basándose en las cualificaciones, las condiciones de acceso se han endurecido y los aspirantes a emigrantes tendrán que armarse con más perseverancia que antes.

El criterio de la edad también es determinante, ya que Nueva Zelanda está especialmente interesada en atraer y retener a emigrantes jóvenes para contrarrestar el envejecimiento de su población.