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En la encrucijada de culturas

Se dice que Charles de Montalembert, un historiador del siglo XIX, dio a Isidoro de Sevilla el apodo de "el último maestro del Viejo Mundo", pero una cosa es cierta: cuando nació el hombre que sería proclamado patrón de los informáticos por el Vaticano en el siglo XX, las tierras que un día se convertirían en España ya habían visto muchos ocupantes de diferentes orígenes. Los íberos, que dieron nombre a la península, y los celtíberos, de ascendencia celta, fueron los primeros. Cada uno de estos pueblos tenía su propia lengua, pero en el siglo II a.C., la conquista romana -que se dividió en dos provincias, Hispania Cittadora en el norte e Hispania Posterior en el sur- impuso la lengua latina, de la que derivaron las lenguas que hoy se hablan en todo el territorio, desde el castellano al catalán, pasando por el gallego y el portugués. Volviendo a Isidoro de Sevilla, nació hacia el año 560 en Cartagena y llegó a ser obispo de Hispalis, el antiguo nombre latino de la ciudad que le dio su nombre, que entonces estaba bajo la dominación de los visigodos, un pueblo germánico que se había instalado allí tras la caída del Imperio Romano en el sigloV. Sevilla -como Barcelona, Córdoba, Mérida y Zaragoza- era ahora un centro cultural en el que se desarrollaba una vida intelectual de la que nuestro obispo era el más ilustre representante. Además de su decisiva influencia en el clero y el mundo político de la época, la importancia de sus escritos está a la altura de su erudición: considerable. Si ha conservado la reputación de haber sabido reintroducir el pensamiento de Aristóteles entre sus conciudadanos y mantener así vivo el pensamiento de los Antiguos en una época en la que el cristianismo fomentaba el borrón y cuenta nueva, también es el autor de una obra fundamental que no dejará de inspirar y ser copiada en toda la Edad Media: las Etymologiae. Esta enciclopedia, que consta de 20 libros y 448 capítulos, es una recopilación de todo el conocimiento, erudito o popular, al que tuvo acceso durante una existencia que terminó en el año 636.

Tras un ligero salto en el tiempo y una nueva conquista -la que dio lugar a Al-Andalus: término genérico que designa los territorios ocupados por los árabes, en un momento u otro, entre 711 y 1492- se inventó una forma poética, comúnmente denominada khardja. Esta palabra -jarcha en español- es bastante fascinante porque se refiere sólo a los versos finales de un poema más largo: la mouachah, cuya composición fue establecida en la misma época por un poeta ciego de Cabra, Muqaddam ibn Muafá (847-912). Ahora bien, mientras la mouachah se escribe en árabe, hebreo o arameo, la khardja, en cambio, se escribe en uno de los dialectos españoles... pero se transcribe en caracteres no latinos. Esta mezcla de lenguas fue un misterio durante mucho tiempo, y no fue hasta el siglo XX cuando se tradujeron por fin algunas khardjas, que revelaron su especificidad: encarnar la voz de las mujeres en estos poemas que, por supuesto, hablaban de amor. Sin embargo, no se olvidó el segundo tema universal del que suele derivar la literatura: los trovadores -juglares- narraban las guerras en largas chansons de geste, la más famosa de las cuales esEl Cantar de Moi Cid, fechada a mediados del siglo XII en forma oral y fijada por escrito en 1207 por un tal Per Abad. Este manuscrito, milagrosamente casi intacto por el tiempo, se conserva en la Biblioteca Nacional de España (Madrid). Escrito en castellano medieval, evoca la Reconquista a través de las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar

En la literatura catalana, Raimundo Lulle, nacido en Palma de Mallorca hacia 1232, es considerado el primero en normalizar la lengua por escrito. Dotado de todo tipo de talentos, se mostró tan curioso por la ciencia y la filosofía como hábil poeta. Su obra es asombrosa: ¡ditirámbica! En forma de poemas, novelas y enciclopedias, toca todos los campos, desde la teología al misticismo, desde la botánica a la política, pasando por la física y la antropología. Podríamos mencionar Le Livre de la Contemplation o Le Livre du gentil et des trois sages (ediciones Cerf), pero también Félix ou le livre des merveilles du monde o Blaquerne (ediciones du Rocher). Raymond Lulle sólo perseguía un objetivo: la unidad, ya sea de la fe y la razón, o de las tres culturas -árabe, judía y cristiana- que impregnaban su región natal. Su casi contemporáneo, Alfonso X (1221-1284), se ganó el apodo de Alfonso el Erudito al invitar a los intelectuales de estas mismas tres culturas a producir manuscritos en todos los campos, ya sean jurídicos, científicos o históricos. Sus escribanos eran miembros de la Escuela de Traductores de Toledo, y también ellos contribuyeron a la evolución del castellano hacia una lengua más literaria, decididamente vinculada a la Corte

La Edad de Oro

También hay que mencionar El Triunfo de las donas, una oda a las mujeres compuesta por Juan Rodríguez de la Cámara (1390-1450), o las Estancias sobre la muerte de su padre (desgraciadamente descatalogadas en su traducción francesa) de Jorge Manrique (hacia 1440-1479), y otra obra muy representada: La Célestine, tragi-comedia sobre Calixte y Mélibée, atribuida post-mortem a Fernando de Rojas (ca. 1465-1541) y que será descubierta por Fayard. En un género completamente diferente, El libro de la vida (Gallimard) de Teresa de Ávila (1515-1582), canonizada en 1622, se ha convertido en un clásico, más que la poesía de su contemporáneo y colega Fernando de Herrera (1534-1597), que evocaba un amor platónico en elegías inspiradas en Petrarca. Un tercer hombre de fe es más conocido en nuestro lado de los Pirineos: Juan de la Cruz, nacido en Fontiveros en 1542, cuya ilustración lo hizo tan lírico que ahora se publica en la colección de poesía de Gallimard (Nuit obscure, Cantique spirituel

). En cualquier caso, todos estos talentos prefiguraron el siglo XVII español, conocido como el Siglo de Oro, no sólo por la importancia de la literatura -y más en general de las artes- sino porque el país estaba en la cúspide de su poder europeo y colonial.

El autor más emblemático de este esplendor literario es, por supuesto, Miguel de Cervantes (1547-1616) que, con El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, publicado en dos partes en 1605 y 1615, revolucionó el género novelístico. Encarnando los valores caballerescos y anticipando el absurdo, su héroe será percibido a su vez como cómico o trágico, una lectura infinita que explica la importancia de esta obra maestra del mundo. Hay que señalar que Cervantes no fue el hombre de un solo libro, también escribió poesía y teatro, especialmente El cerco de Numancia, que inspiró una imitación de uno de los tres grandes dramaturgos de la época, Lope de Vega (1562-1635). Su vida está tan llena de aventuras, tanto amorosas como aventureras, que parece increíble que tuviera tiempo para escribir los miles de textos (entre ellos al menos 1.500 obras de teatro) que se le atribuyen Sin embargo, se le considera nada menos que el padre de la Comedia nueva, un nuevo estilo que teorizó en El arte nuevo de hacer comedias (1609) y que da protagonismo a la acción al tiempo que hace gala de cierta ironía. El placer de leerlo en toda su diversidad sigue siendo el mismo, ya sea con La Dorotea (GF Flammarion), La Guerre des chats (Circé) o el Soliloque amoureux d'une âme à Dieu (Allia). Entre los demás teatreros de renombre de la época, Tirso de Molina (1579-1648) fue el primero en poner en escena un Don Juan más de 20 años antes que Molière en El Burlador de Sevilla y convidado de piedra (1630), y Pedro de Calderón de la Barca (1600-1681) puso en escena la inquietante y conmovedora obra La Vida essueño

en 1635 (Livre de poche). En el aspecto poético, no hay que dejar de mencionar a Luis de Góngora (1561-1627), representante puro del cultismo, que juega con una ornamentación muy barroca, especialmente en sus Soledades. En el otro extremo del espectro estilístico, el sentido de la concisión y el arte de la elipsis son prerrogativa de Francisco de Quevedo y Villegas, verdadero paladín del conceptismo, y también autor de una (única) novela picaresca (que es, sin embargo, un tanto desencantada y sarcástica): El Buscón (que se convirtió en La vida del embaucador Don Pablos de Segovia: vagabundo ejemplar y modelo de embaucador (Fayard)).

Decadencia, guerras y renovación

El siglo XVIII se abrió con una devastadora Guerra de Sucesión que auguraba la complejidad de los siglos venideros y la imposición de la unidad nacional en detrimento de las identidades autónomas. Sin embargo, en la "Ilustración" -como se denomina a la Ilustración en España- se conservan el Teatro crítico universal de Benito Jerónimo Feijoo, que, aunque benedictino, no carecía de mordacidad, los ensayos retóricos de Gregorio Mayans y los sainetes de Ramón de la Cruz. Gaspar Melchor de Jovellanos, autor de una comedia(El delincuente honrado), una tragedia(Pelayo o La Muerte de Munuza), y también traductor de Milton, así como el fabulista Félix María Samaniego, que no ocultaba su admiración por La Fontaine, demuestran que el juego de influencias se había invertido: España seguía ahora las corrientes europeas. Sin embargo, la oposición a Bonaparte a principios del siglo XIX estuvo acompañada de un renacimiento del sentimiento nacional, aunque esta tendencia, vinculada al costumbrismo, se inscribe en un movimiento más amplio, el romanticismo, que no dudó en ser crítico con el poder gobernante. Los dos principales poetas de estos tiempos turbulentos -José de Espronceda (1808-1842) y Mariano José de Larra (1809-1837)- confirman esta ambivalencia, que no hizo sino reforzarse con la Generación del 98. Esta generación se opuso a la Restauración, se interesó por el mundo rural y, sobre todo, inició nuevos planteamientos estéticos, alejados de los estándares clásicos. Originalmente, tres autores la representaban -Pío Baroja, Azorín y Ramiro de Maeztu-, pero a ellos podríamos añadir, entre otros, a Antonio Machado(Campos de Castilla, Gallimard) o Jacinto Benavente, premio Nobel de Literatura en 1922

Luego vino la Generación del 14, cuyo líder fue sin duda el sociólogo José Ortga y Gasset, algunos de cuyos trabajos están publicados en francés por Allia(La Mission du bibliothécaire, L'Histoire comme système, etc.)) pero cuya principal obra -La rebelión de las masas- es ofrecida por Belles Lettres, luego la fértil Generación del 27, a la que se asocian varios escritores, los más famosos de los cuales son sin duda el dramaturgo y poeta Rafael Alberti(Le Repoussoir, publicado por L'Arche, o Marin à terre, publicado por Gallimard), y sobre todo Frederico García Lorca, que nació en 1898 y fue ejecutado en 1936. Un hombre de costumbres, dejó una obra abundantemente traducida, en particular por Gallimard: Mon Village, Romancero gitano, Noces de sang, Yerma, etc. La siguiente generación recibe un año trágico, el del inicio de la guerra civil, 1936. Estos autores -Blas de Otero, Gabriel Celaya, José María Fonollosa...- fueron los que sufrieron de lleno las restricciones y la censura franquista

Desde entonces, los escritores españoles han podido volver a hablar libremente, y muchos de ellos se encuentran en las estanterías de nuestras librerías francesas. Sin pretender ser exhaustivos, podríamos enumerar a Eduardo Mendoza(El último viaje de Horacio II, El rey recibe), Jaume Cabré(Confiteor), Enrique Vila-Matas(El mal de Montano, Bartleby y compañía), Rosa Montero(Lágrimas en la lluvia, Buena suerte), Antonio Muñoz Molina(Luna llena, Un caminante solitario entre la multitud), Javier Cercas(El impostor, Independencia), Lucia Etxebarría (Dios tiene más que hacer), Víctor del Árbol (El peso de los muertos, Antes de los años terribles)..