James Cook © clu - istockphoto.com.jpg

Colonización y escritura primitiva

Aunque la expedición orquestada por James Cook llegó a Nueva Caledonia en 1774 -momento en el que bautizó la isla en homenaje a Escocia, país natal de su padre, con el que discernió un parecido-, no fue hasta 1853 cuando comenzó la colonización por parte de los franceses, que soñaban con una prisión en el confín del mundo (adonde fue deportada la escritora militante Louise Michel tras la insurrección de la Comuna de París). Hasta entonces, la isla estaba poblada por canacos cuya cultura se basaba en la tradición oral, por lo que los primeros intercambios con Europa coincidieron con los primeros documentos escritos. Inicialmente epistolares o autobiográficos -podemos citar Voyage à pied en Nouvelle-Calédonie de Charles Lemire (1839-1912) o Voyage autour du monde (éditions L'Harmattan) de Jules Garnier (1839-1904)-, éstos tomaron un verdadero cariz etnográfico gracias a la curiosidad de algunos misioneros, el más conocido de los cuales es sin duda Maurice Leenhardt, nacido en Montauban en 1878 y fallecido en París en 1954. En efecto, el comienzo del siglo XX estuvo marcado por la voluntad de evangelizar la colonia pero, además de llevar la buena palabra, Leenhardt se esforzó por recoger la de un pueblo del que pronto se dio cuenta que estaba en decadencia. La palabra fluyó entonces en ambas direcciones: si hizo traducir el Nuevo Testamento a la lengua houaïlou, también insistió para que sus alumnos escribieran sus mitos y tradiciones en esta lengua, llegando incluso a hacerlos publicar con sus verdaderos nombres. En cuanto a los laicos, no podemos dejar de mencionar al etnólogo Pierre Métais (1906-1998), que fue maestro de escuela en Nueva Caledonia, al lingüista André-Georges Haudricourt (1911-1996), a Maurice Lenormand (1913-2006), que puso su pasión por el territorio al servicio de una carrera política, o al antropólogo Jean Guiart (1925-2019), cuyos primeros estudios de campo en Ouvéa fueron iniciados por el propio Leenhardt.

Así pues, la primera generación de autores no era originaria de Nueva Caledonia, pero la tendencia acabó invirtiéndose tras un periodo de transición. Este es también el caso de la literatura, donde Georges Baudoux, uno de los precursores de la literatura caledonia, sirve como una especie de vínculo entre la herencia colonial y la cultura canaca. Nacido en París en 1870, llegó a la isla en su primera juventud, cuando su padre fue nombrado alcaide de una prisión. A los 12 años fue aprendiz de impresor, a los 17 de pescador, de domador de caballos, de minero y luego de explotador de una concesión (que acabó vendiendo, pues ya no quería participar en la destrucción del paisaje). Sus múltiples experiencias le unieron íntimamente a Nueva Caledonia, hasta tal punto que sus intentos de regresar a la metrópoli fueron breves e inútiles. Había empezado a escribir poemas en los albores de la treintena, pero fueron más bien sus Chroniques, inspiradas en leyendas locales, las que le aseguraron una cierta posteridad (si no una verdadera fama, al menos en su época): aún es posible conseguirlas hoy en la editorial Lampion.

En un extraño juego de espejos, Francis Carco nació en Numea en 1886, pero regresó a Francia siendo adolescente. Hasta su muerte en París en 1958, dedicó su obra(Jésus-la-Caille, L'Homme traqué, L'Equipe, publicados por Albin Michel) a los bajos fondos y a quienes los rondan, inspirándose más en la capital francesa que en su isla natal, aunque nunca olvidó la imagen de los presidiarios desfilando bajo las ventanas de su infancia. Por último, Jean Mariotti también osciló entre Nueva Caledonia -donde nació en 1901- y París -donde murió en 1975-. Su padre, de origen corso, era uno de los presos que tenían que "doblar" su condena en la isla, por lo que se crió en Farino, que acabó abandonando a los veinte años, exiliándose a la capital francesa, donde trabajó para Hachette. Publicado por Flammarion en 1929 con Au Fil des jours, Takata d'Aïmos al año siguiente y Remords en 1931, combatiente de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, nombrado Caballero de las Artes y las Letras en 1957, sus escritos -que tomaron en gran parte Nueva Caledonia como escenario- se han hundido sin embargo en el olvido: sólo sus Contes de Poindi están ahora disponibles en formato digital en Stock Editions.

Del siglo XX al XXI

De hecho, la falta de información sobre Apollinaire Anova (1929-1966), un sacerdote-poeta del que se dice que fue el primer autor canaco francófono, tiende a corroborar el hecho de que la literatura caledonia ha tenido dificultades para resonar internacionalmente. Del mismo modo, es difícil encontrar el texto de la obra Kanaké que el independentista Jean-Marie Tjibaou (1936-1989) escribió en 1975 para el festival Mélanésia 2000, aunque sin duda tiene el valor de una epopeya nacional. Por último, qué decir del desconocimiento de la obra de Déwé Gorodé (1949-2022), que dedicó su vida a dar a conocer la cultura canaca, utilizando tanto la oralidad -era una narradora tradicional- como la palabra escrita -sus publicaciones fueron numerosas y de todos los estilos, desde poesía(Se donner le pays, publicado por Bruno Doucey, escrito en forma de diálogos con otra mujer caledonia, Imasango) a relatos cortos(L'Agenda, Utê Mûrûnû, petite fleur de cocotier, Grain de Sable éditeur), pasando por cuentos (Tâdo, Tâdo, ¡wéé ! publicado por Aux Vents des îles) y el teatro(Kënâké 2000). Activa en la escena política y militante por la independencia, también se comprometió en favor de los derechos de la mujer, sobre todo con su primera novela, L'Épave, en 2005, que no ignoraba el triste destino reservado a sus compañeras, tanto mental como físicamente. Déwé Gorodé también trabajó por el desarrollo de la literatura caledonia encabezando la creación del Salon International du livre océanien (SILO) y sus premios asociados.

Frédéric Ohlen, nacido en Numea en 1959, tomó el relevo creando en 1989 el concurso de ciencia ficción TranspaSci-Fique y fundando, apenas diez años después, la editorial L'Herbier de Feu, en la que acogió las voces emergentes de Pierre Gope, poeta(S'ouvrir, 1999) que desde entonces se ha volcado en el teatro (de Wamirat, le fils du chef de Pénélo en 1992, a Convergence en 2020) - y de Paul Wamo que ha convertido su bibliografía(Le Pleurnicheur, L'Herbier de feu, 2006) en discografía, desde que se lanzó al slam en 2014 con SOL, su primer EP. A pesar de la humildad de Frédéric Ohlen como editor, no olvidemos los premios literarios que ha recibido por su obra publicada principalmente por Gallimard(Quintet en 2014 y Les Mains d'Isis en 2016) y por Au Vent des îles(Le Monde flottant, 2023). Todavía discreta, la literatura caledonia parece haber decidido reemprender el vuelo, como lo confirma la inauguración en 1997 de la Asociación de Escritores de Nueva Caledonia, a la que se unieron, entre otros, el humorista Bernard Berger y el poeta Nicolas Kurtovitch.

La tira cómica más famosa de Bernard Berger, La Brousse en folie, fue creada en Nueva Caledonia. Es una sátira hilarante de las comunidades de la isla y una excelente manera de sumergirse en la cultura caledonia. Las aventuras cotidianas de Tonton Marcel y sus amigos, a través de sus peregrinaciones de caza y pesca y sus famosos exabruptos. Nuestro álbum favorito: ¡Bienvenidos a Oukontienban! Puede conocer a los personajes en la página web www.brousse-en-folie.com