José María de Iparraguirre©  Manuel Esteban - shutterstock.com.jpg

Por tradición..

Contra todo pronóstico, esta breve presentación de la literatura del País Vasco, La Rioja y Navarra comenzará con un encuentro con un poeta de habla castellana. Gonzalo de Berceo nació ciertamente hacia 1196 en la ciudad que le dio su nombre, y los pocos elementos de su vida no disminuyen en absoluto la importancia que sus escritos tendrán para las letras españolas. Doce obras con vocación religiosa han llegado a nosotros, pero sin embargo son prestadas de una escrupulosa forma poética sutilmente mezclada con el discurso popular. Hacer de la fe un pretexto para la escritura será el desafío de los siglos venideros, aunque el primer libro impreso en lengua vasca, el famoso Linguæ Vasconum Primitiæ del navarro Bernart Etxepare, publicado en Burdeos en 1545, causa un poco de escándalo ya que reúne poemas religiosos y licenciosos, y es sobre todo una oda inaugural al euskara, la lengua vasca, que hasta ahora se practicaba, de hecho, más o menos oralmente. Este siglo XVI resultará doblemente valioso, en primer lugar por la traducción al vasco del Nuevo Testamento por Joannes Leizarraga, que respondió a la petición hecha en el Sínodo de Pau en 1564 y jugó con la dificultad de combinar diferentes dialectos, y en segundo lugar porque fue testigo del nacimiento en 1556 en Urdazubi de Pedro Agerre Azpilkueta, más conocido como Axular. Su única obra conocida, quizás incompleta, es Gero (1643), que puede ser traducida como "después". Axular fue un predicador que ensalzó el ascetismo, pero es la forma, didáctica, moderna y literaria que hará de esta obra un clásico de primera importancia en el desarrollo del euskera y, de su autor, el más famoso representante de la Escuela de Sare. El siglo siguiente, a su vez, se encarna en los rasgos de un hombre que abrirá nuevas perspectivas: Manuel de Larramendi (1690-1766). Paradójicamente, hizo muy poco uso del euskera, aunque fue un ardiente defensor del mismo, no sólo por su labor como filólogo y lexicólogo -escribió la primera gramática vasca y compiló un diccionario trilingüe con equivalentes en castellano y latín-, sino también por su deseo de preservar y promover esta cultura. En esto fue precursor de un cierto patriotismo, pero también actuó en reacción a una tendencia política que se preveía en los decretos de Nueva Planta, que abogaban por el centralismo, la abrogación de los "fors" y, en consecuencia, el mandato de un idioma único. Si Larramendi insufló un nuevo pensamiento e incluso orgullo e influencia a los autores que se asociaron fácilmente con una escuela que llevaba su nombre, ya a principios del siglo XIX se estaba produciendo un nuevo giro: la aparición de la novela.

... a la ficción

Se suele decir que la primera novela vasca fue Perú Abarca, terminada en 1802 por Juan Antonio Mogel. Escrita en dialecto vizcaíno, la obra es poco convencional en su forma, dando protagonismo al diálogo entre dos amigos, Juan, cuyo dominio es sólo de nombre, ya que hace gala de una despreocupación conmovedora, pero de un realismo mordaz, y Perú, que roza la omnisciencia, a veces la pedantería, pero que aprenderá a rezar. El objetivo, convencer al lector de la belleza del mundo rural y de la importancia de la cultura vasca, parece logrado. Aunque Mogel no tuvo la suerte de ver publicados sus escritos hasta 1881, sí tuvo el placer de inspirar vocación literaria a su sobrina, Bizenta Mogel, y a su sobrino, Juan José Mogel. Fue él quien les enseñó a leer y escribir, un logro notable teniendo en cuenta que en aquella época la educación de las jóvenes no se daba por descontada. Bizenta honró este legado publicando una adaptación al euskera de las Fábulas de Esopo en 1804, el mismo año de la muerte de su tío, cuando sólo tenía 22 años, convirtiéndose en la primera mujer en publicar en euskera. O Juan Ignacio de Iztueta (1767-1845), que, cuando no estaba ocupado escribiendo sus propias canciones y poemas, recopilaba danzas y canciones populares, preservando así un patrimonio inmaterial infinitamente precioso. El crecimiento de estos esfuerzos por establecer una cultura particular no podía sino resonar con los nuevos desafíos al régimen foral, y hacia 1876 nació la Euskal Pizkundea, que podría rimar con la Renaixença catalana. Es una época propicia para las iniciativas: en 1888 se crea la primera cátedra de euskera, ya se perfilan los cimientos de la futura Academia, que sigue muy activa en Bilbao, y surgen nuevos tipos de publicaciones, como el periódico bilingüe Eskualduna, que aparece a partir de 1887. Por último, los tradicionales Juegos Florales -iniciados por Antoine d'Abbadie d'Arrast en 1851- se exportan al sur. Estas competiciones poéticas brindaron la oportunidad de presenciar las justas entre bertsolaris que practicaban el bertso, un canto rimado improvisado que hunde sus raíces en el siglo XVIII y en el que destacaron Jean-Baptiste Elizanburu, autor de la novela Piarres Adame (1888), e Indalecio Bizcarrondo, poeta romántico trágicamente fallecido. Otro romántico, José María Iparraguirre, nació en Urretxu en 1820. Su vida de cantautor y poeta mitificó la bohemia, y fue el padre de Gernikako arbola, canción que improvisó en un café madrileño y que se convirtió en himno vasco.

Julio Urquijo (1871-1950) fundó la RIEV (Revue internationale des études basques) en 1907, Resurrección Maria Azkue (1864-1951) fue la primera presidenta de la Academia de la Lengua Vasca en 1919, y el género poético floreció gracias al legendario trío de Orixe, Lizardi y Lauaxeta. Durante el conflicto sólo se publicó una novela, Uztaro, de Tomás Agirre, conocido como Barrensoro, un relato corto como un último suspiro de una literatura que ya sabía que había entrado en una nueva era, el realismo, y que en el futuro se despojaría de sus pieles protectoras del folclore y la religión. Por el momento, reinó la censura, incluso una represión brutal, y algunos escritores se exiliaron, intentando tímidamente publicar desde el extranjero, pero no fue hasta los años cincuenta cuando se produjo un nuevo impulso.

Mientras que Eusebio Erkiaga se dio a conocer ya en Arranegi (1958), pero mantuvo un cierto estilo clásico, no fue el caso de Txillardegi (1929-2012), que en 1957 escribió el primer libro llamado moderno -¡y existencialista! - Leturianen Egunkari Ezkutua. No aprendió el euskera hasta la adolescencia, pero contribuyó decisivamente a la organización del congreso de Arantzazu en 1968, que se propuso definir las reglas de una lengua unificada. Txillardegi fue también uno de los fundadores de ETA. Jon Mirande (1925-1972) también llamó la atención por su tono provocador, a veces corrosivo, como en los artículos que publicó en la efímera revista Igela, de la que fue cofundador en 1962 y que le convirtió en uno de los representantes de la vanguardia vasca. Influido por sus traducciones, de Edgar Allan Poe a Nietzsche, y por sus numerosos viajes, dejó un legado de poemas y una novela, Haur besoetakora, prologada por el polifacético Gabriel Aresti (1933-1975). Del teatro al cuento, del realismo al simbolismo, aunque se interesó por todos los estilos, su obra destacada sigue siendo la serie Harria (Piedra). Por último, Ramón Saizarbitoria completó la modernización de una literatura que en pocas décadas se había puesto radicalmente a la altura de las tendencias europeas. Egunero hasten delako (1969) es la primera novela experimental en lengua vasca, que podría asimilarse al Nouveau roman francés.

Y hoy..

Ramón Saizarbitoria continuó ocupando la escena literaria y rápidamente fue más allá del papel de escritor al cofundar la editorial LUR en 1967 y unos años más tarde al crear una revista literaria, Oh! Euzkadi. Sin embargo, aunque densa e indudablemente innovadora, su obra no pasó la etapa de la traducción al francés, por desgracia, y lo mismo puede decirse de la de su amigo, Koldo Izagirre, nacido en 1953 en Pasaia, que es igual de prolífico. Si las cifras hablan por sí solas - más de mil publicaciones cada año y varias docenas de editoriales - hay que decir que, hasta la fecha, la transmisión ha sido generalmente en una sola dirección. Sin embargo, dos excepciones permiten esperar que la situación cambie: el gran éxito de Obabakoak de Bernardo Atxaga, disponible en 23 idiomas y en francés de Christian Bourgois Éditeur, que publicó a principios de 2020 la traducción de otra de sus novelas, L'Homme seul, y la recepción reservada a los libros de Juan Manuel de Prada, nacido en 1970, el autor favorito de la bella editorial Seuil, donde saborearemos el placer de deleitarnos con Mourir sous ton ciel, una extravagante novela histórica.