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La diáspora italiana

Aunque Italia se industrializó a partir de 1870, tras la unificación del Reino de Italia, le costó alcanzar el nivel de sus vecinos europeos. La mayoría de la población italiana vivían en entornos rurales y el 70% de los ciudadanos eran agricultores. Muchos vivían en la pobreza, cultivaban una parcela de tierra que no les daba para satisfacer las necesidades del hogar o eran empleados por grandes terratenientes a cambio de una miseria. Esta situación desembocó en un movimiento de emigración masiva, con los italianos desplazándose primero a las regiones industrializadas del norte de Europa, y luego al Nuevo Mundo para mejorar su suerte: es lo que se conoce como diáspora italiana. Se trata de un fenómeno esencialmente económico, que experimentaría dos olas de migración: primero entre 1880 y 1914, y luego en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial.

En la llanura del Po, una zona vasta y fértil, el paisaje agrícola estaba dominado por grandes explotaciones de tierra cultivadas por varias categorías de trabajadores: junto a los trabajadores asalariados, había una mano de obra estacional y ocasional, que se reclutaba entre los campesinos de los valles de los Apeninos, cuya situación era muy precaria. Fue este sector de la población el que se sumaría a las filas de los inmigrantes italianos, aunque las cifras correspondientes a Emilia-Romaña fueron bastante limitadas: 138000 personas de un total de cinco millones de italianos. Los destinos preferidos por los migrantes de Emilia-Romaña fueron Europa, especialmente Suiza y Francia, y Argentina, que cuenta actualmente con varias asociaciones de Emilia-Romaña que mantienen vínculos con su país de origen. Algunos protagonistas de esta emigración representaron ejemplos de integración exitosa: es el caso de Guido Jacobacci, un ingeniero modenés que emigró a Argentina en 1889 y fue responsable de la construcción del ferrocarril en la Patagonia. Otro ejemplo es Anacleto Angelini, un empresario de Ferrara que llegó a Chile en 1948 y fue destacado por la revista Forbes como uno de los hombres más ricos del mundo en la década de 2000, o Luigi Papaiz, un boloñés que fundó la empresa de cerrajería más importante de Brasil.

Junto a esta emigración italiana al extranjero, se produjo también una emigración interna que, a nivel nacional, supuso principalmente un movimiento desde el Mezzogiorno a las ciudades industrializadas del noroeste de Italia, a Turín y Milán.

Los campesinos al servicio del régimen fascista

En Emilia-Romaña se produjo un fenómeno de migración interna durante el período de entreguerras bajo el régimen fascista. Mussolini inició un vasto proyecto de recuperación agrícola: se recuperaron, drenaron, regaron y pusieron en cultivo vastas áreas de tierra no cultivada con el fin de que Italia pudiera cubrir todas sus necesidades agrícolas. El proyecto de recuperación más extenso se llevó a cabo en la zona de las marismas pontinas, al sur de Roma, una vasta zona pantanosa e insalubre infestada de mosquitos y asolada por el paludismo. Este enorme proyecto requería de mucha mano de obra; para ello, el régimen invitó a los agricultores de la región nororiental del país a presentar sus propuestas. Decenas de miles de habitantes de Emilia-Romaña, atraídos por la promesa de una pequeña casa y un pedazo de tierra, emprenderían así el camino de las marismas pontinas, donde se drenaron y mejoraron más de 20000 hectáreas entre 1928 y 1932. En 2010, el autor Antonio Pennacchi publicó un libro sobre el tema: en un tono tragicómico, Canal Mussolini cuenta la historia de una familia de campesinos de la región de Forlì que emigró a estos inhóspitos pantanos para trabajar en este proyecto faraónico de recuperación.

De la emigración a la inmigración

Italia experimentó un importante auge económico a partir de los años 1950, con lo que la diáspora se fue frenando gradualmente. Las generaciones más jóvenes se desplazaron del campo a las ciudades, mientras que las problaciones industriales del noroeste del país siguieron atrayendo a los trabajadores del Mezzogiorno. La tendencia se invirtió a partir de 1975: Italia se ha ido transformando gradualmente en una tierra de acogida para los inmigrantes. En Emilia-Romaña, las minorías extranjeras proceden principalmente de Europa del Este (Rumanía, Albania, Ucrania, Moldavia), el Magreb (Marruecos y Túnez) y Asia (China, Filipinas, India y Pakistán). Los ciudadanos extranjeros representan casi el 12% de la población total de la región y una ligera mayoría son mujeres. Es la tercera región italiana con mayor número de residentes extranjeros, después de Lombardía y Lazio. Hay que decir que su favorable situación económica y su baja tasa de desempleo la convierten en un destino atractivo. De hecho, desde 1995 y con la reanudación de la migración interna, Emilia-Romaña es uno de los destinos preferidos por los italianos que abandonan el sur del país, junto con Lombardía, Véneto y Toscana.

Lengua nacional y dialectos regionales

En Emilia-Romaña, si detectan que usted es hispano, le hablarán directamente en italiano, aunque no le extrañe si alguna gente, principalmente joven, se dirige a usted en castellano, pues la lengua se estudia en los institutos y escuelas.

El italiano, lengua latina de sonido melodioso y cadencioso, se formó tarde: apareció como idioma literario en el siglo XII. La aristocracia y los escritores italianos prefirieron durante siglos el latín, el provenzal y el español, una de las lenguas diplomáticas empleadas en algunos estados antes de la reunificación. La lengua se fue formando y formalizando poco a poco gracias al trabajo de autores como Dante, Boccaccio y Petrarca. Estos usaban el dialecto toscano, que es el origen del italiano tal y como lo conocemos hoy.

Sin embargo, en el momento de la unificación italiana, el joven país era todavía un mosaico formado por varios cientos de dialectos: cada región defendía el suyo, si no cada localidad. La unificación lingüística fue gradual y fue posible gracias al servicio militar, la uniformidad de la educación y los medios de comunicación, primero la radio y luego la televisión. En la actualidad, los dialectos están perdiendo gradualmente su importancia, pero siguen siendo un punto de referencia cultural e histórico esencial para entender Italia. Algunos son reconocidos como idiomas por derecho propio, como el napolitano y el siciliano.

Los dos dialectos hablados en Emilia-Romaña, emiliano y romañol, pertenecen al grupo de las lenguas románicas del norte de Italia, y más precisamente al grupo de las lenguas galo-italianas, que se originaron del latín vulgar y fueron influenciadas por la lengua celta. La distinción entre las dos lenguas se hizo durante la Alta Edad Media, ya que Romaña estaba en manos de los bizantinos de habla griega, mientras que Emilia pertenecía al reino lombardo, un pueblo germánico. Aunque ambos dialectos se mantienen bastante próximos, presentan una serie de variantes territoriales: por ejemplo, el emiliano boloñés (que se ramifica a su vez en boloñés de la ciudad, la llanura y los Apeninos) se distingue del modenés y del parmesano; el romañolo de Rávena, Rímini y San Marino.