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Los orígenes

Comenzar esta historia literaria siguiendo los pasos de un trovador parece bastante auspicioso. Rambertino Buvalelli nació en Bolonia a finales del siglo XII. Político atareado, apenas dedicó tiempo a su producción poética, aunque brillara por la complejidad de su métrica. Como hombre de su tiempo, se dedicó a cantar al amor cortesano, un tema que resonó perfectamente en alguno de sus conciudadanos, como Guido Guinizzelli (1230-1276). Este poeta no hizo nada menos que iniciar una tendencia literaria que florecería en Italia durante siglos, el Dolce stil novo, e inspirar a una figura destacada, Dante, que lo convirtió en su padre espiritual.

Este nuevo estilo abogaba por la elevación del amante, que buscaba la virtud, y retrata al amado como un intermediario entre él y Dios. En un verso, tan bello en italiano, se dice todo: «Al cor gentil rempaira sempre amore» («en el corazón noble, se refugia siempre el amor»). Si los italianos sienten el latido de su corazón, su cabeza también funciona muy bien. El de Giorgio Valla, nacido en 1447 en Piacenza, quedó fascinado con un manuscrito de Arquímedes que cayó accidentalmente en sus manos. Tocando todos los temas, reunió sus conocimientos en la obra De expetendis et fugiendis rebus (Sobre lo que hay que buscar y de lo que hay que huir), que se convertiría en la primera enciclopedia, que se imprimió póstumamente, gracias al empeño de su hijo, en 1501 en Venecia. Su casi coetáneo, el boloñés Filippo Beroaldo (1453-1505), consideró, a la edad de 19 años, que ya había aprendido todo de sus maestros y decidió abrir una escuela. Puso su mente analítica al servicio de la traducción y el comentario de los augustos autores latinos; también publicó poemas, de amor, por supuesto. La calidad de su enseñanza le llevó a viajar a París, pero también se quedó un tiempo en Parma, donde pudo codearse con el famoso bibliotecario humanista Taddeo Ugoleto y el no menos famoso Francesco Grapaldo, cuya obra maestra es De partibus aedium, un tratado sobre casas antiguas.

El siglo XV también vio nacer a Ludovico Ariosto, conocido como L'Ariosto, en septiembre de 1474 en Reggio Emilia. Nacido en una buena familia, aunque sin dinero, entró al servicio de un cardenal y luego de un duque. Después de cumplir con sus obligaciones, se le concedió un retiro en su casa de Ferrara, que aún hoy se puede admirar, donde se dedicó plenamente a su insaciable pasión por la poesía. Publicó su obra maestra por primera vez en 1512, aunque no dejó de volver a ella hasta su muerte en 1533. Orlando furioso (citado e imitado en El Quijote) es un clásico del género, con 46 canciones en su última versión. Nació como una secuela del Orlando enamorado (1495) de Matteo Maria Boiardo, originario también de Emilia-Romaña. Este relato, que tiene como telón de fondo la guerra entre Carlomagno y los sarracenos, no duda en incluir elementos fantásticos y, por supuesto, una historia de amor. Está considerada como la última gran novela de caballerías, previa a El Quijote. Más confidencial, y sin embargo prolífico, el boloñés Giulio Cesare Croce (1550-1609) solía ir a los mercados con el violín bajo el brazo para contar sus historias. Dejó a la posteridad más de seiscientas obras, a veces escritas en dialecto, retratos y cuentos, comedias y fragmentos autobiográficos.

El siglo XVIII estuvo marcado por los escritos poéticos de Girlamo Baruffaldi, que describió ingeniosamente su ciudad en la Dell'istoria di Ferrara (1700), y de Carlo Innocenzo Frugoni, que floreció felizmente como poeta y libretista en la corte del ducado de Parma. Giovanni Battara (1714-1789), por su parte, destacó en la escritura de sonetos en lengua romañola, mientras que el ecléctico Jacopo Landoni, nacido en Rávena en 1772, también hizo uso del dialecto, como lo demuestran los raros textos que han llegado hasta nosotros, firmados con el seudónimo de Pirett Tignazza canonich d'la Piazza. Más numerosas, sus otras obras muestran un claro gusto por la farsa.

El uso de las lenguas regionales contribuyó a forjar una identidad y a resaltar sus peculiaridades, y así lo han puesto de manifiesto varios escritores; por ejemplo, Olindo Guerrini, que creció en Forlí y murió en Bolonia (1845-1916), pero también, más cerca, Tonino Guerra, de Santarcangelo di Romagna, escritor y dramaturgo nacido a principios del siglo XX. Prisionero en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, comenzó a escribir en dialecto después de la liberación: su primera colección en romañol, I scarabócc, se publicó en 1946 cuando tenía solo veintiséis años. Sin embargo, su nombre se ha hecho familiar por sus trabajos como guionista, especialmente en la película La Aventura, dirigida por Antonioni.

La prlífica era contemporánea

Giovanni Pascoli (1855-1912) encarna perfectamente la transición de la vieja a la nueva era, él que fue tan audaz en la forma y tan sensible en el fondo. Su infancia, que le dejaría una huella duradera, fue en sí misma una novela, más bien oscura. Su obra más conocida es Il fanciullino (El muchachito). Cantor de la melancolía, alimentado por su gran conocimiento de la Antigüedad, él mismo se convertiría en fuente de inspiración para los poetas venideros. Más alegre, Giovannino Guareschi nació el 1 de mayo de 1908 en Raccabianca. Su nombre es relativamente desconocido, pero es el padre de un personaje del que todos hemos disfrutado, don Camilo. Después de unos estudios serios de derecho y una multitud de trabajos menos severos, Guareschi comenzó realmente su carrera como periodista, primero convirtiéndose en caricaturista del periódico satírico Bertoldo, y luego co-fundando el semanario humorístico Candido.

También fue a través del dibujo que un prominente riminiano, Hugo Pratt, cuyo verdadero nombre era Ugo Eugenio Prat (1927-1995), se hizo famoso. Su familia cosmopolita, su infancia agitada, sus compromisos, sus viajes y su pasión por el cómic convergieron para permitirle ofrecer al mundo un héroe querido y admirado, Corto Maltés, cuya primera aventura, La balada de la mar salada (Norma Editorial), apareció en España en 1977 dentro de la revista Tótem. Unos veinte años y muchas muestras de reconocimiento más tarde, Hugo Pratt murió en Suiza.

Como el anterior, Pier Paolo Pasolini también nació en 1927, pero en Bolonia, de madre maestra de escuela y padre soldado, lo que explica sus frecuentes traslados. Este joven brillante se interesó por la literatura a una edad temprana, pero la sombra de la Segunda Guerra Mundial lo atrapó muy pronto. Su pasión por la poesía le ayudó a esquivar el reclutamiento forzoso de los fascistas, y se exilió con su madre en Versuta, un pequeño pueblo donde abrieron una escuela improvisada, el lugar de su primer amor. El año 1945 supuso un punto de inflexión, marcado por una masacre que le costó la vida a su hermano, pero también iluminado por el primer número de una publicación poética concebida con sus amigos. Desde entonces, Pasolini no dejaría de escribir. Toda su vida sería eminentemente política, llena de demandas, en particular por obscenidades porque evocaba la homosexualidad masculina, y su propia muerte siguió siendo problemática: su cuerpo manoseado fue descubierto en una playa en noviembre de 1975. Pero su talento le sobrevive; es el autor de una obra literaria y cinematográfica coronada ampliamente con premios, y tan abundante que uno puede elegir según sus deseos.

Hoy en día, Emilia-Romaña sigue siendo una región decididamente volcada hacia la cultura, como lo demuestra Bolonia, que acoge desde hace décadas una feria del libro infantil de renombre internacional. Las calles de la ciudad roja tampoco dudaron en cobijar un club que, sin ser secreto, cultivaba el misterio, el Grupo 13, iniciado en 1990 por cuatro autores de novelas policíacas: Carlo Lucarelli, Lorianno Macchiavelli, Marcello Fois y, además, una mujer, Alda Teordorani, la reina del terror. Una buena asociación de escritores que, sin duda, ha contribuido a su fama. Los lectores hispanos tienen la suerte de poder descubrir ciertas novelas traducidas, como El comisario de Luca, de Carlo Lucarelli (Tropismos), que incluye la trilogía dedicada a este personaje intachable —Carta blanca, El verano turbio y Via dell Oche), o Luz perfecta, de Marcello Fois (Hoja de lata) en la que el autor se aleja de su predilección por el negro. La editorial Hoja de lata tiene en su catálogo varias obras de este autor: Decirse adiós, El tiempo de en medio, Memoria del vacío, Estirpe, etc.