Orígenes y cambio de siglo

Un simple vistazo al mapa confirma que Túnez estaba en la encrucijada de los mundos antiguos, y una lectura en profundidad de su historia muestra que fue a su vez un punto de convergencia y la cuna de civilizaciones. Indisociable de la grandeza de Cartago, su pasado se revela a través de diversos textos emblemáticos. Así, los interesados en la antigüedad no se equivocarán y podrán obtener las reflexiones teológicas de Tertuliano así como la Correspondencia de San Cipriano, estando disponibles estos escritos del siglo III en particular en Les Belles Lettres, que proponen también las indispensables Noces de Philologie et de Mercure del escritor cartaginés Martianus Capella, un poco posterior. En 2002, la prestigiosa colección Bibliothèque de la Pléiade (Gallimard) celebró la inteligencia y la erudición de Ibn Jaldûn, nacido en Túnez en 1332, con Le Livre des Exemples

, una obra erudita que trata tanto de política e historia como de todas las ciencias que pueden definirse como humanas. Otras referencias, púnicas, latinas, árabes, judeo-árabes o bereberes, merecerían incluirse en esta breve evocación, aunque algunas se han perdido, se han traducido apresuradamente o se han limitado a la pura oralidad, pero un salto temporal nos permite llegar al siglo XIX, que constituye un verdadero punto de inflexión en lo que se llama juiciosamente "literatura tunecina".

Al mismo tiempo que el francés se imponía en Túnez a través de la enseñanza escolar bilingüe, unos años antes del inicio del periodo colonial (1881-1956), el árabe se reinventaba como lengua moderna. Este renacimiento se inscribe en un movimiento más global, el de la Nahda, pero no estuvo exento de choques, si hemos de creer la acogida que tuvo la conferencia de Abou el Kacem Chebbi en 1929 en la Khaldounia. Este joven, nacido en 1909 y que desgraciadamente no llegó a cumplir los 25 años, poeta de lengua árabe fuertemente influenciado por el romanticismo, cuestionó la imaginación de sus coetáneos y precursores que, en su opinión, privilegiaban la belleza sobre el sentimiento, subrayando su punto de vista al denunciar la representación de las mujeres reducidas a sus galas en el mundo árabe.

Su contemporáneo perfecto, Ali Douagi, también tiene fama de agitador público, ya que su uso del dialecto en sus relatos y obras de teatro desagradó a algunos. Sin embargo, se le estima como uno de los primeros en haber introducido el género del cuento, y como un pintor realista y a veces burlón de la vida tunecina de entreguerras. Ambos eran asiduos de un café, Taht Essour, que daba nombre simbólicamente al grupo de intelectuales que gustaba de reunirse allí, al que pertenecía Mustapha Khraïef (1909-1967), poeta y periodista cuyo talento no competía con el de su hermano, Béchir Khraïef (1917-1983), escritor conocido sobre todo por su postura a favor de las mujeres. Al mismo tiempo, y mientras se publicaban póstumamente los Poemas de un hombre maldito del desafortunado Marius Scalesi (1892-1922), un poeta de origen siciliano que escribía en francés, surgió una literatura judeo-tunecina. En 1929, Vitalis Danon, Jacques Véhel y Ryvel publicaron una colección de poemas con el nombre del gueto, La Hara conte. Los tres se unieron a la Société des écrivains d'Afrique du Nord, fundada en 1919 por Pierre Hubac, quien inició la creación de las Editions de la Kahena, que publicaron, entre otras, la obra de Mahmoud Aslan. Los escritores no dudaron en navegar entre lenguas, como Mahmoud Messadi, que publicó un cuento en francés, Le Voyageur, en 1942, antes de convertirse en uno de los más grandes escritores en lengua árabe. Le debemos, por ejemplo, una obra filosófica en ocho actos, Essoud(La presa), que se estudia ahora en las escuelas y que se publicó en 1955, en vísperas de la independencia firmada el 20 de marzo de 1956.

El periodo posterior al protectorado francés

Túnez se convirtió en una república en 1957, pero seguía bajo el yugo de un gobierno represivo, primero con Bourguiba y luego con Ben Ali. Todavía se recuerda la Primavera Árabe de 2010. Las críticas al gobierno llevaron a algunos al exilio interminable, como a Hachemi Baccouche (1916-2008), autor de Ma foi demeure y La Dame de Carthage, o a Albert Memmi (1920-2020), que decidió adquirir la nacionalidad francesa en los años 70. Su autobiografía novelada La Statue de sel (Folio) es tanto una búsqueda de los orígenes como un cuestionamiento incesante de la noción de identidad, un tema muy querido por Hédi Bouraoui, que tuvo que frenar las influencias de sus dos patrias, es un tema muy querido por Hédi Bouraoui, que tuvo que frenar las influencias de sus dos patrias, Túnez y Canadá (Transpoétique - Éloge du nomadisme, publicado por Mémoire d'encrier), y por Rafik Ben Salah, que -en un guiño- publicó Récits d'Helvétie en 2019, quince años después de que su Récits de Tunisie

fuera publicado por la misma editorial. Mientras que la literatura tunecina en lengua francesa ignora las fronteras y encuentra un cierto reconocimiento en el extranjero -sería bueno mencionar al periodista Abdelwahab Meddeb (1946-2014), al poeta Tahar Bekri, nacido en Gabès en 1951, y al novelista Mustapha Tlili, publicado en la Collection Blanche de Gallimard (desde La Rage aux tripes en 1975 hasta Un après-midi dans le désert en 2008)-, las obras en lengua árabe se multiplican y atacan otra barrera: las "tres prohibiciones" de sexo, religión y política. Esta audacia es a veces objeto de censura, como fue el caso de Le Scalpel, de Kamel Riahi, que fue prohibida bajo Ben Ali y ahora es indeseable en Arabia Saudí, pero tiene la clara ventaja de poner de relieve cuestiones importantes: los derechos de la mujer en Zaynab de Aroussia Nallouti (Actes sud, 2005) o Pas de deuil pour ma mère de Hassouna Mosbahi (Elyzad, 2019), la transexualidad de Messaouda Boubaker o las relaciones familiares en La Chaise à bascule de Amel Mokhtar. Si desde la revolución se ha hecho hincapié en el ensayo, parece que se está produciendo una evolución, la capacidad de referirse a un lenguaje único que la nueva generación ha redescubierto. Walid Soliman, que además de su actividad como escritor también trabaja como traductor, y Wafa Ghorbel, que ha transpuesto ella misma su Jazmín Negro al árabe literario, son quizá la señal de que se está inventando una nueva identidad tunecina y de que ésta será capaz de unificar sus múltiples facetas.