Un comienzo tardío pero fructífero

Tranquilidad y discreción son dos adjetivos que no desentonan con la imagen que tenemos de Costa Rica, ni parecen del todo fantasiosos cuando comparamos la fecha de llegada de los primeros habitantes -varios milenios antes de nuestra era- y la de los inicios de la literatura, en los albores del siglo XIX. Lógicamente, los primeros escritos coinciden con la aparición de estructuras educativas, por lo que podríamos recordar al profesor de origen nicaragüense Rafael Francisco Osejo que, además de su implicación en política en la época de la independencia de Costa Rica, enseñó literatura y luego filosofía en la Casa de Enseñanza de Santo Tomás (desde su creación en 1814) y, sobre todo, escribió numerosos libros de texto, principalmente dedicados a las ciencias (astronomía, sismología, matemáticas). En una segunda fase, la importación de prensa facilitó la aparición del periodismo -en los años treinta se crearon al menos dos cabeceras: El Noticioso Universal y La Tertulia- y de la literatura académica o religiosa. Sentadas así las bases, y con la importación de obras extranjeras para complementarlas, la narrativa encontró todo el ocio que necesitaba para desarrollarse bajo la pluma de Manuel Argüello Mora (1834-1902), a quien algunos consideran el primer novelista del país por su Misterio, publicado por primera vez en 1888 en una revista con el título de Risas y llantos: Escenas de la vida en Costa Rica. Este texto, al que el autor daba tanto valor autobiográfico como histórico, presentaba a sus conciudadanos como miembros de una misma nación, esbozando así la definición de una identidad nacional. Mora también escribió sobre su tío, Juan Rafael Mora Porras, que fue presidente de Costa Rica y a quien siguió en el exilio europeo.
A finales de siglo, el país sufría una agitación política que dio lugar a reformas. Esta corriente modernista -que también significó alfabetización- fue impulsada por un círculo de intelectuales conocido como la Generación del Olimpo (o de 1900), al que pertenecieron escritores como Pío Víquez (1848-1899), Manuel González Zeledón, conocido como Magón (1864-1936) y Carlos Cagini (1865-1925). El primero se dio a conocer como periodista: fundó El Heraldo de Costa Roca, un periódico político. Su influencia es innegable en una sociedad poscolonial que aún trata de orientarse y de encontrar valores comunes entre los distintos pueblos que la componen, y en cualquier caso su obra sirve de marcador de una época incuestionablemente consagrada al liberalismo. La obra de Magón iba más en la dirección del costumbrismo, un movimiento (de origen español) que se inspiraba en el folclore local. Comenzó su carrera describiendo una típica Nochebuena costarricense en el periódico La Patria , en el que luego publicó una columna semanal inspirada tanto en la vida campesina como en los paisajes de su infancia. Sólo escribió una obra de mayor enjundia, La Propria, premiada en un concurso organizado por la revista Páginas Ilustradas. Por último, Carlos Cagini también trabajó para consolidar la identidad nacional, pero en un campo completamente distinto: la lingüística. Elaboró gramáticas y diccionarios, liberándose resueltamente de las aportaciones y expresiones europeas.
La Generación del Olimpo fue fundamental hasta el final, ya que allanó el camino al Modernismo. El nexo de unión entre estos dos impulsos es Aquileo Echeverría Zeledón (1866-1909), el "poeta nacional de Costa Rica", como lo apodó Rubén Darío, el fundador del movimiento modernista, tras conocerlo en Nicaragua. Echeverría no estuvo, estrictamente hablando, influido por su amigo -su poesía era más bien costumbrista, como demuestra su célebre Concherías (1905)-, pero sin duda contribuyó a darlo a conocer en Costa Rica, sobre todo porque el nicaragüense se quedó allí e incluso compuso algunos poemas. Por otra parte, Rafael Pacheco (1870-1910), Lisímaco Chavarría Palma (1873-1913) y Roberto Brenes Mesén (1874-1947) están claramente afiliados al movimiento modernista, ya sea en su vena simbólica o en un género más lírico.

Hacia el realismo

Nacido en 1881 en Desamparados, Joaquín García Monge es también una figura clave de la literatura costarricense, no sólo por haber publicado en 1900 El Moto, una novela costumbrista que se ha convertido en un clásico, ni por haber dado a su amiga María Quesada, activista feminista y autora infantil, el seudónimo de Carmen Lyra, sino también por haber iniciado otra generación conocida como Repertorio Americano, nombre de la revista que escribía, también dio a su amiga María Quesada, activista feminista y autora de libros infantiles, el seudónimo de Carmen Lyra, e inició otra generación de escritores conocida como "Repertorio Americano", nombre de la revista que publicó desde 1919 hasta su muerte en 1958. Defensor de la democracia y el pacifismo, de la libertad y la tolerancia, abrió sus columnas al debate y a algunos de los más grandes intelectuales de la época, como el poeta Julián Valle-Riestra (su Ales en fuga es también un clásico), el artista Max Jiménez (1900-1947), el grabador Carlos Salazar Herrera (1906-1980), que publicó más de veinte cuentos, pero también el gran poeta Isaac Felipe Azofeifa (1909-1997), que recibiría numerosos premios a lo largo de su carrera, que se extendió desde Trunca Unidad en 1958 hasta Orbita en 1996. Con su libertad de tono, sus ácidas descripciones de una sociedad que había experimentado muchas derrotas, desde la Primera Guerra Mundial hasta la dictadura impuesta por Tinoco en Costa Rica de 1917 a 1919, estos jóvenes autores sentaron las bases del realismo, corriente estrechamente asociada a la Generación del 40, de la que Monge, con su franqueza y su lucidez exacerbada, fue a la postre el precursor.
Esta nueva generación, que surgió mientras se desarrollaba el segundo conflicto mundial, encontró su inspiración en los numerosos interrogantes planteados por la toma de conciencia de los problemas sociales y la gangrena de las influencias exteriores. Ya no era tiempo de reformas, sino de lo que tenía todos los motivos para ser una revolución, aunque las ideas que surgían parecieran a veces contradictorias. Abogar por un nuevo orden y nuevos modelos, aunque sea bordeando la marginalidad o alabándola, parece ser el credo de quienes no dudan en criticar el liberalismo o condenar a la oligarquía de café, que, según ellos, es la causa de todas las desigualdades. Así, José Marín Cañas se detiene en la suerte de un minero en su novela Pedro Arnáez (1942), mientras que Carlos Luis Fallas, muy implicado en el sindicalismo y el Partido Comunista, denuncia la suerte de los trabajadores de la United Fruit Company en Mamita Yunai (1940) antes de explotar la veta autobiográfica en Marcos Ramírez (1952), relato iniciático de un joven costarricense a principios del siglo XX, por el que fue premiado por la Fundación William Faulkner. Sigue siendo muy leído hoy en día, aunque no tengamos la suerte de poder descubrirlo en nuestra propia lengua. También hay que mencionar a Joaquín Gutiérrez Mangel (1918-2000), también galardonado con el prestigioso Premio Magón, que tuvo una exitosa carrera como trotamundos gracias al periodismo, escribió sus primeros versos a los 14 años y se convirtió en campeón de ajedrez, así como a Fabián Dobles, que comenzó su carrera en el Repertorio Americano pero se hizo famoso con sus Historias de Tata Mundo, incluidas en la lista del patrimonio cultural mundial elaborada por la UNESCO, Alberto Cañas, Ministro de Cultura y diplomático, que creó la Compañía Nacional de Teatro de Costa Rica en 1971, y sobre todo Georges Debravo (1938-1967) que mostró una gran preocupación social en toda su producción poética(Nueve poemas a un pobre Amor muy humano, Vórtices, etc.)

Los contemporáneos

En una época de creciente industrialización y grandes desplazamientos de población hacia las ciudades, cuatro poetas -Laureano Albán, Julieta Dobles, Carlos Francisco Monge y Ronald Bonilla- redactaron y firmaron en 1977 un Manifiesto trascendentalista , invitando a recuperar la sensibilidad, el uso de la metáfora, la ligereza, la interioridad.. A pesar de una breve polémica, y aunque esta corriente sigue existiendo, es difícil evaluar el impacto de esta convocatoria, que sin embargo tiene el atractivo de ser la primera de este tipo en Costa Rica. En términos más generales, la "Generación Urbana" (1960-1980) -Eunice Odio, Carmen Naranjo, José Léon Sánchez, Samuel Rovinski, etc.- continuó criticando el sistema, mientras que la generación que le siguió pareció sucumbir a un cierto desencanto, continuando desafiando pero pareciendo quedarse sin soluciones para oponerse a un Estado que no había sido capaz de cumplir sus promesas. Sin embargo, esta generación también se permite nuevas formas de escritura y una mayor libertad en los temas que aborda. Una de sus figuras más destacadas es sin duda Anacristina Rossi, nacida en 1952 en San José, que con María la noche (publicado por Actes Sud) difumina las líneas, iniciando un diálogo imposible entre dos voces -una femenina, la otra masculina- tan singulares.
Por supuesto, es difícil predecir las direcciones en las que los autores contemporáneos llevarán su obra, aunque todos parecen tener en común el deseo de liberarse de los códigos tradicionales, o incluso de los límites o géneros literarios. Así, aunque Coral Herrera nació en Madrid en 1977, es en Costa Rica donde desarrolla una obra dedicada a temas tan actuales como el patriarcado y la cuestión queer, mientras que Daniel Quirós, dos años menor que ella, vive ahora en Estados Unidos, donde enseña y escribe novelas policíacas (traducidas al francés por L'Aube: Pluie des ombres, Été rouge, La Disparue de Mazunte, etc.). Por último, con un estilo completamente distinto pero con igual éxito desde que ganó el premio de relato corto gráfico Observer/Cape/Cómica en 2019, el historietista Edo Brenes se ha ganado a su público -incluso francés, gracias a Casterman que tuvo la juiciosa idea de traducirlo- con una novela gráfica que explora su memoria familiar, Bons baisers de Limon.