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Apariencia y prueba y error

Aunque pueda parecer asombroso que una lengua sólo la utilicen 460.000 personas, o medio millón si se incluye a los miembros de la diáspora, no lo es menos constatar hasta qué punto la literatura ocupa un lugar central en la cultura isleña. De tradición oral, el maltés tiene además la particularidad, incluso la paradoja, de ser una de las lenguas vivas más antiguas aún en uso -sus orígenes se remontan aproximadamente al siglo IX- y, al mismo tiempo, una de las más recientes en disponer de una ortografía y una gramática formalizadas. Situada en la encrucijada de civilizaciones y habitada desde la prehistoria, Malta ha sido gobernada por un número impresionante de pueblos, incluso antes de que los Caballeros de San Juan de Jerusalén se establecieran aquí en 1530. Lo que queda de estas sucesivas ocupaciones es una lengua tan árabe como italiana, un fascinante aglomerado -aún abierto a la disputa filológica- cuya primera transcripción escrita, descubierta por casualidad en 1966, es un simple folleto que aún guarda sus misterios: Il-Kantilena, una cantilena de veinte versos atribuida a Pietru Caxaro, fallecido hacia 1470.

El antiguo maltés ya se escribía, como demuestran la obra de los poetas precursores y diversos registros notariales, pero en alfabeto árabe. En el siglo XVII, parece que Gian Francesco Buonamico (1639-1680), doctor de la Orden de Malta procedente de Nantes, fue el primero en probar suerte en la traducción, al entregar su versión del poema francés Le Grand-maître Cottoner. Como el archipiélago se había convertido al catolicismo, los escritos sagrados se utilizaban a menudo como trampolín. El primer texto impreso en la edición maltesa fue un catecismo bilingüe italiano elaborado en 1770 a petición del arzobispo Paolo Alpheran de Bussan. Veinte años antes, fue también un hombre de letras, Gian Pietro Francesco Agius de Soldanis, nacido en Gozo en 1712, quien había abordado el espinoso problema de la transcripción de su lengua materna, apoyándose en sus conocimientos de latín, mientras que su digno sucesor, Mikiel Anton Vassalli (1764-1829), se basó en sus conocimientos de árabe, que dominaba a la perfección.

Esta labor lingüística dio lugar a alfabetos cambiantes, con un número fluctuante de letras y grafías de distintos orígenes. Vassalli también contribuyó a la aparición de una auténtica cultura maltesa, recogiendo aforismos y refranes locales en una de sus obras. Su logro más famoso, sin embargo, fue su traducción del Nuevo Testamento, que desgraciadamente fue recibida póstumamente, pues hasta después de su muerte la Sociedad Bíblica de Malta no publicó la obra que a duras penas le había permitido sobrevivir. Su tumba, en el cementerio del bastión de Msida, luce una placa tan antigua que nadie recuerda haberla puesto allí. En ella se le proclama "Missier il-Lingwa Maltija", "padre de la lengua maltesa", un título que a nadie se le ocurriría discutir.

Entrada en la literatura

En rigor, fue a finales del siglo XIX cuando surgió una literatura auténticamente maltesa, al hilo de un movimiento que privilegiaba tanto el talento de los escritores como una cierta reivindicación patriótica, combinando tragedia y heroísmo: el Romanticismo. Conviene recordar que el país había estado bajo dominio británico desde 1800, y así seguiría hasta la independencia en 1964, lo que explica que el himno nacional -escrito por el "primer poeta nacional"- fuera tan popular, Dun Karm Psaila (1871-1961) - se cantó en ambas lenguas durante mucho tiempo, a pesar de que su autor, al igual que el escritor Frangisk Saver Caruana, a quien se atribuye la autoría de la primera novela maltesa, Inez Farrug, publicada en 1889, abogaba por una lengua lo más libre posible de añadidos externos.

Esta opinión no era compartida por Ninu Cremona, dramaturgo famoso por su Il-Fidwa tal-Bdiewa(La liberación de los campesinos) y biógrafo de Vassalli, quien, por el contrario, veía en la fusión de términos una fiel representación de un país y un espíritu fundados en numerosas aportaciones extranjeras. En las columnas del periódico Il-Habib se produjeron animados intercambios entre literatos a partir de 1920, y de esta efervescencia surgieron la Asociación de Escritores Malteses, la futura Academia y una comisión encargada de definir un alfabeto y una gramática oficiales. Éstas no fueron reconocidas por el gobierno colonial hasta 14 años más tarde.

Si los debates fueron fértiles para el desarrollo de la lengua, también lo fueron para la literatura y marcaron la aparición progresiva de un nuevo movimiento, el Realismo. Tras el retorno a las raíces y la búsqueda de una identidad común, llegó el momento de la crítica social, género en el que destacó Gwann Mamo (1886-1947) con su sátira Les Enfants de grand-mère Venut en Amérique, que obtuvo un gran éxito. La afilada pluma de Manwel Dimech (1860-1921), fundador de la Association des Éclairés, le costó el exilio forzoso y una tumba anónima en Egipto, ya que su deseo de reforma social en favor de las mujeres, los niños y los trabajadores no gustó ni al clero ni a los británicos. Sin embargo, se dice que las autoridades coloniales decidieron tomar en consideración las reivindicaciones de los nativos, al menos en materia literaria, sin duda con el deseo de apaciguarlos. La lengua, que tanto había tardado en oficializarse, se fomentaba ahora, y en 1935 el gobierno convocó un concurso abierto a novelistas, cuyo ganador fue Ġużè Aquilina.

Se abrieron las compuertas y la tinta no dejó de correr, pero aunque la independencia se logró en 1964, los debates continuaron. En 1966 estalló una nueva polémica en la prensa, que enfrentó a los "viejos" con los "nuevos", protagonizada por varios autores, entre ellos Charles Coleiro, Lillian Sciberras y Joseph Camilleri. Estas chispas necesariamente políticas se encendieron en 1974, el mismo año de la proclamación de la República, cuando se creó un premio literario en colaboración con Rothmans y se concedió por su novela Samuraj a uno de los escritores más brillantes de su generación, Frans Sammut (1945-2011). En 2004, el maltés dio el paso decisivo de ser reconocido como una de las lenguas oficiales de la Unión Europea, lo que es de esperar que dé lugar a traducciones internacionales.