De isla legendaria a isla codiciada

Su nombre ha sido probablemente olvidado por la Historia, pero la historia que escribió sobre los viajes de Alejandro Magno fue, sin embargo, un hito. Onesícrito, filósofo griego del siglo IV, acompañó al soberano en su expedición a la India y luego reconstruyó sus aventuras en siete volúmenes en los que a veces la ficción alcanzaba a la realidad y en los que, sobre todo, una sucesión de inexactitudes dio lugar a una de las mayores discrepancias geográficas referidas hasta hoy. Así, al mencionar una isla de 5.000 estadios -sin indicar si era larga o ancha- y al situarla a 20 días de navegación del continente -sin mencionar su punto de partida-, dejó lugar a una duda que agitó a los cartógrafos de la Edad Media: ¿acaso Taprobane no era Sumatra después de todo, y no Ceilán como se había pensado hasta entonces? Al final, fue la astronomía -y aquí también sus sutilezas, ya que los astros han cambiado, al menos de nombre, desde la Antigüedad- la que confirmó la primera versión, lo que lleva a pensar que Ceilán es efectivamente la isla que aparece en numerosos textos -incluido El viaje del mar de Eritrea- y que ha inspirado a muchos autores, hasta Plinio el Viejo y Ptolomeo.

Localmente, la lengua cingalesa, utilizada actualmente por el 70% de la población, puede reivindicar un origen igualmente antiguo, e incluso se menciona a un jefe cingalés que la importó ya en el siglo VI a.C. En Sri Lanka se han encontrado inscripciones que se remontan al 300 a.C. y algunos textos -sobre todo la colección de relatos budistas Dhammapadathakatha- se han datado en el siglo II. Además de esta literatura principalmente religiosa, existían poemas de métrica más o menos rigurosa(kavya, gi), la mayoría de los cuales se han perdido sin duda porque estaban escritos en "ôles ". Estas hojas de palma, utilizadas durante tanto tiempo como soporte en la India y el Sudeste asiático, se conservaban ciertamente bien, pero eran sensibles a los daños del tiempo... ¡y a los ataques de los insectos! Sin embargo, mientras que la escritura resultaba efímera, la palabra hablada era perenne. Prueba de ello es la supervivencia de las danzas de Kandy -basadas en la leyenda de un rey curado milagrosamente por tres chamanes indios y que siguen garantizando la abundancia a quienes las encargan- y la de los rūkada nātya, el teatro tradicional de marionetas de hilo que ya forma parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad inscrito en la lista de la UNESCO. Las obras representadas, cuyo tema se inspiraba tanto en cuentos populares como en historias del budismo, pretendían entretener, pero también servían para dispensar consejos y otras moralejas que permitían a la comunidad limar asperezas y permanecer unida. Por último, cabe mencionar las crónicas históricas, que han conservado un inmenso interés porque describen acontecimientos del pasado, así como los orígenes del budismo Theravāda, que se dice que se originó en Sri Lanka. El más antiguo de estos documentos es sin duda el Dipavamsa, que se cree data del siglo IV. Este texto, tan precioso, habría inspirado al monje Mahānāma en la compilación que inició en el siglo siguiente. En efecto, resumió, en un conjunto llamado Mahavamsa, las dinastías de los reyes cingaleses y tamiles de Ceilán, desde mediados del siglo VI a.C. hasta principios del siglo IV de nuestra era. La información contenida en esta genealogía es tanto más valiosa cuanto que ayuda a medir la influencia del continente indio en el destino de la isla. Estos vínculos fueron fuertes hasta que unos invitados inesperados, llegados por casualidad, se apoderaron de Sri Lanka: los portugueses, que en aquella época comerciaban con canela y se permitieron una escala que perduraría.

El segundo nacimiento

Los portugueses llegaron a principios del siglo XVI, seguidos de los holandeses hasta finales del XVIII, y luego de los británicos, que finalmente concedieron la independencia en 1948 (en el marco de la Commonwealth). Estas conquistas sucesivas generaron sin duda sus propias obras, escritas en particular por los colonos, y tampoco hay que pasar por alto su contribución a la música, que en Sri Lanka es inseparable de la literatura. Así, la poesía -en forma fija o improvisada- se convierte a menudo en canción(Jana Kavi, Virindu). Sin embargo, no fue hasta el siglo XIX cuando surgieron escritores nativos que fueron los primeros en conciliar las diversas influencias europeas y ceilandesas, dándoles un alcance universal. Entre ellos figuran C. Don Bastian (1852-1921) y John de Silva (1857-1922), dos eminentes figuras de su época. El primero es conocido por haber dado un nuevo giro al teatro musical(Nadagam) tras la llegada de la Indian Elphinstone Dramatic Company a Colombo en la década de 1880. El segundo, de su misma estirpe, también contribuyó al arte teatral con obras satíricas(Parabhava Natakaya) o inspiradas en leyendas históricas o religiosas(Siri Sangabo, Sri Vickrama Rajasingha, Dutugemunu, etc.). El legado de John da Silva es tal que ha sido objeto de numerosas conmemoraciones y se le ha dedicado una estatua en la capital de Sri Lanka.

En cuanto a Piyadasa Sirisena, el "padre de la novela de Sri Lanka", nació en 1875 cerca de Induruwa, ciudad que abandonó en su adolescencia para trabajar en Colombo. Fue a través del periodismo como se introdujo en la literatura, asumiendo rápidamente el papel de redactor jefe del Sinhala Jathiya e interesándose especialmente por la cuestión del nacionalismo budista. Su compromiso con la independencia le valió varias condenas a prisión... Su ficción es inseparable de su profesión y de sus opiniones políticas, y fue en el periódico Sarasavi Sandarasa donde empezó a publicar relatos por entregas en 1904. Pero el vínculo se encuentra sobre todo en la vocación misma de sus obras, de alcance casi pedagógico, con las que pretende devolver la gloria perdida a un pueblo oprimido durante tanto tiempo. Trabajador incansable -se dice que sólo dormía cuatro horas por noche-, publicó 22 novelas y cuentos antes de su muerte en 1946. Su mayor éxito fue Jayatissa saha Roslin, que vendió 25.000 ejemplares en su lanzamiento, un récord raramente igualado en Sri Lanka. Poseedor de un verdadero sentido del suspense, también escribió novelas policíacas y una de ellas, Dingiri Menika, fue adaptada al cine en los años cincuenta. Sirisena contribuyó sin duda al renacimiento de la lectura y allanó el camino a muchos escritores, entre ellos al menos WA Silva (1890-1957), que terminó su primera novela(Siriyalatha) a la edad de 16 años y consiguió una amplia audiencia gracias a que dos de sus obras(Kalae Handa y Hingana Kolla) fueron llevadas al cine, y, sobre todo, Martin Wickramasinghe, también nacido en 1890, que fue quizás el primero en traducir sus obras a nivel internacional. Su libro Viragaya ou le Non-attachement, que como tantas de sus obras da testimonio de su apego al budismo, está ahora disponible en francés en L'Harmattan.

Siglo XX y la proliferación

A lo largo del siglo XX, la literatura y la política siguieron moviéndose al unísono, la primera volcándose en el realismo y poniendo el lenguaje patas arriba, la segunda respondiendo a la atmósfera nociva. Nacido en 1923, Ambalabvaner Sivanandan es novelista y activista, ganador del Premio de Escritores de la Commonwealth en 1998 por When Memory Dies, y editor de la revista Race & Class, que, como su título indica, se centra en la cuestión del racismo. Su hermano menor, Siri Gunasinghe, seguirá otras luchas, revolucionando la poesía al introducir el verso libre en Mas Lea Nati Ata, y favoreciendo la oralidad frente al rigor formal en su novela Hevanälla, donde explora el flujo de la conciencia. Sybil Wettasinghe (1927-2020), por su parte, se volcó en la literatura infantil, de la que sigue siendo considerada la decana con los 200 títulos que publicó (los más conocidos, Child In Me y Eternally Yours), que han sido ampliamente traducidos. Después de ella, Chitra Fernando, por ejemplo, tomará el relevo. Por último, Gunadasa Amarasekara fue uno de los fundadores de la destacada escuela de literatura de Peradeniya.

En cuanto a las mujeres, Jean Arasanayagam nació en 1931 en Kandy en el seno de una familia de orígenes múltiples, lo que la hizo estar especialmente atenta a las cuestiones étnicas que alimentarían su obra poética escrita en inglés. Estos temas también atrajeron a Carl Müller (1935-2019), que escribió una trilogía sobre los Burghers (los descendientes de los colonos) - The Jam Fruit Tree, Yakada Yaka y Once Upon A Tender Time - y al menos una novela histórica, Children of the Lion. Aunque ha recibido reconocimiento internacional y numerosos premios, es sin embargo otro escritor el que dará a conocer definitivamente la literatura de Sri Lanka en Francia: Michael Ondaatje, el autor de la célebre El paciente inglés, cuya adaptación cinematográfica se llevó todos los elogios. Sólo vivió diez años en Sri Lanka, donde nació en 1943, porque su familia se exilió en Inglaterra y él mismo optó por instalarse en Canadá, donde adquirió la nacionalidad. Sin embargo, sus novelas también están impregnadas de multiculturalismo y violencia, dos temas que inspiran a sus compañeros. Ganador en dos ocasiones del Governor General's Award y del Prix Médicis étranger por Le Fantôme d'Anil, su abundante obra está disponible en Points(Ombres sur la tamise, La Table des autres, La Peau d'un lion...). Poco a poco, cada vez es más frecuente encontrarse con escritores de Sri Lanka en las estanterías de nuestras librerías, como Romesh Gunesekera con Lisière du paradis (Gallimard), Shyam Selvadurai con Jardins de cannelle y Drôle de garçon (10-18), el joven Anuk Arudpragasam cuyo Un bref mariage fue unánimemente aclamado por la crítica y, por supuesto, Antonythasan Jesuthasan, traducido por la bella editorial Zulma(La Sterne rouge).