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Música tradicional y folclórica

En general, la música indígena sigue siendo una gran desconocida. Sin embargo, la música del pueblo mapuche se ha conservado especialmente bien y se ha transmitido cuidadosamente de generación en generación. Como los mapuches siempre se han resistido a los intentos de conquista de los incas, su música y sus instrumentos son muy distintos de los de las culturas del norte, de influencia andina. Para ellos, la música es sobre todo una expresión religiosa, cantada y bailada en honor de Ngenechén, la deidad absoluta. Pero los mapuches también tienen melodías para acompañar todos los aspectos de la vida: el trabajo, el sueño, el juego, etc. La instrumentación mapuche también es bastante básica, combinando el canto con el kultrún (instrumento de percusión y el más importante de la cultura mapuche) y la trutruca, una especie de trompeta en espiral hecha de caña de coligüe (o colihue, un bambú autóctono) que termina en un cuerno, con un sonido grave y estridente. Con la misma madera se fabrica el pingkullwe, una flauta transversal de 5 agujeros. Menos comunes son el kull kull, una pequeña trompeta hecha de cuerno de toro, y el kunkulkawe, un arco frotado contra otro arco. Para saborear las tradiciones musicales mapuches, una gran idea es acudir al Año Nuevo Mapuche, que se celebra todos los años entre el 21 y el 24 de junio, donde se da la bienvenida al nuevo año con todo tipo de actividades folclóricas y tradicionales.

En el siglo XIX, el paso del final del periodo colonial a la independencia comenzó a dotar a la música chilena de una identidad nacional. Fue en esta época cuando se compuso el himno del país (hacia 1818). También es la época de la aparición de la cueca. Considerada típicamente chilena -aunque de origen español y presente también en otros países andinos-, la cueca es la música folclórica por excelencia del país. Baile nacional desde 1979, probablemente fue importada de Perú a finales del siglo XIX. En aquella época se llamaba zamacueca y se cantaba y bailaba en las chinganas, una especie de cabaret donde se reunían y bebían con fervor todas las clases sociales. Símbolo del amor y la seducción, la cueca adopta formas diferentes según las regiones. En el norte no tiene letra y se baila durante las celebraciones religiosas o el carnaval, mientras que en el centro sí la tiene y los instrumentos más utilizados para interpretarla son la guitarra, la pandereta, el acordeón y el bombo. Abandonada por las jóvenes generaciones, la cueca resurgió de forma duradera en los años 50 y 60 gracias a músicos como Roberto Parra (del famoso clan de músicos Parra) y Hernán "Nano" Núñez (el mayor compositor del género). Tan popular como siempre, la cueca es fácil de escuchar y bailar en la ciudad, con clubescomo La Chimenea y el más lujosoOpera Catedral en Santiago.

Más allá de la cueca, en todo el país se cultivan muchas formas musicales tradicionales. En el norte, la influencia andina es muy fuerte, al igual que la banda de música militar, que se remonta a la colonización española. La Fiesta de la Tirana, que se celebra cada 16 de julio, y su desenfreno de coloridos bailes son un acontecimiento que no debe perderse si quiere empaparse de la cultura musical del norte del país. También es una buena oportunidad para ver cómo las celebraciones religiosas de esta parte del país combinan formas precolombinas y cristianas. La región también cuenta con instrumentos especiales, como la quena, flauta tradicional andina, la zampoña y la ocarina.

En el Valle central, además de la cueca, la otra gran tradición musical es la tonada. Procedente de la música traída por los colonos españoles, la tonada es una de las formas tradicionales más importantes de Chile. No se baila y se diferencia de la cueca por la importancia que da a la melodía. Algunos grupos, como Los Huasos Quincheros, Los Huasos de Algarrobal y Los de Ramón, se han hecho un nombre interpretando tonada . En el centro del país también se baila la sajuriana, originaria de Argentina y que se interpreta en parejas con un pañuelo en la mano, o la refalosa, también parecida a la zamacueca. En general, el folclore de la zona central de Chile, al igual que el del sur del país, está estrechamente ligado a la vida rural, y el representante de esta cultura es el huaso, el vaquero chileno.

En el sur, el folclore español se ha conservado especialmente bien. Por ejemplo, todavía se baila el pasacalle. Esto puede explicarse por el hecho de que, durante la Guerra de la Independencia, Chiloé permaneció fiel a la corona española. Por lo demás, los bailes más populares de la región son la pericona, probablemente importada de Argentina, el vals chilote, que se diferencia del vals tradicional por su energía e intensidad, y la trastasera, también importada de Argentina, cuyos movimientos siguen las instrucciones de la letra de la canción. Más anecdótico es El Costillar, donde las parejas bailan libremente alrededor de una botella como si fuera un tótem.

En la isla de Pascua, las influencias tahitianas y polinesias están, por supuesto, muy presentes, con parejas que bailan el sau-sau, una danza ejecutada con gracia y sensualidad, el ula-ula, también ejecutado en pareja con las caderas ondulando lateralmente, y el tamuré, una danza tahitiana muy rápida y acrobática.

Los diversos festivales del país son grandes oportunidades para descubrir su folclore. Entre ellas, la FiestaDe La Vendimia, la fiesta de la vendimia de Santa Cruz, la Fiesta de San Pedro en el pueblo del mismo nombre y las Fiestas Patrias, la fiesta nacional, están llenas de música y bailes tradicionales.

Música popular

Si en los años 40 y 50 la música cubana estaba de moda (como demuestra el éxito de los boleros de Lucho Gatica), hoy lo está la cumbia, ya sea colombiana, argentina o chilena. Se escucha en todas las fiestas populares, interpretada por sonoras como la legendaria Sonora Palacios (los pioneros), la Orquesta Huambaly, Pachuco y la Cubanacán y, por supuesto, la inimitable Sonora de Tommy Rey. Cada vez más popular en Chile, la cumbia se ha ido aclimatando a su tierra de adopción, encontrando aquí su propia forma, bautizada como "cumbia sonora", más rica en metales y más rápida que la versión original. En la década de 2000 también surgió un estilo híbrido conocido como "nueva cumbia chilena", impulsado por grupos como Chico Trujillo, que mezclan el género con rock, ska, hip-hop e incluso música balcánica. En Santiago, no faltan lugares estupendos para bailar cumbia, pero si hubiera que elegir uno, sería la Salsoteca Maestra Vida, con un ambiente muy acogedor.

Otro pilar de la música popular chilena es, por supuesto, la famosa nueva canción chilena. Este movimiento de renovación musical surgió durante los años 60 y 70, periodo de luchas sociales en toda América Latina, y asumió las luchas de su tiempo: la miseria del pueblo, la dictadura, pero también las esperanzas suscitadas por la revolución cubana. Fue Violeta Parra quien sentó las bases reviviendo miles de canciones populares chilenas. Tras una modesta carrera como cantante de circo y de discoteca, Violeta Parra recorrió el país sumergiéndose en los temas folclóricos regionales. A partir de estas raíces populares, Violeta Parra creó una música cercana a la vida de la gente corriente, convirtiéndose en la voz de sus sufrimientos, sus aspiraciones y sus sueños. Antes de quitarse la vida en 1967, esta gran artista abrió el camino para que muchos otros siguieran sus pasos, como Patricio Manns, Margot Loyola (gran folclorista), Isabel y Ángel Parra (hijos de Violeta), Rolando Alarcón y, por supuesto, Víctor Jara. Jara se ha convertido, además, en una de las principales voces de la Nueva Canción. Sus potentes letras, marcadas por la lucha de clases y la denuncia de la pobreza, le convirtieron en uno de los principales objetivos. El día del golpe de Estado de Pinochet, Jara fue detenido, torturado y luego ejecutado de unos cuarenta balazos.

Aunque la dictadura frenó brutalmente el desarrollo de la Nueva Canción, no consiguió sofocarla por completo y, a pesar de las prohibiciones y detenciones, muchos artistas siguieron cantando su amor a la libertad en peñas clandestinas. Los exiliados también desempeñaron un importante papel como portavoces de sus hermanos oprimidos. Así surgió, en los años 80, el canto nuevo, que, aunque tuvo que lidiar constantemente con la censura dictatorial, recogió el testigo, con grupos como Illapu, Santiago del Nuevo Extremo, Napalé y Ortiga. Hoy, el público chileno aprecia mucho estas voces, que nunca han sido acalladas por el ruido de las botas militares.

Música clásica

Fue a comienzos del siglo XX cuando la música docta comenzó a tomar protagonismo en Chile. Se crearon instituciones, se interpretaron grandes sinfonías y, sobre todo, comenzaron a surgir importantes figuras. El decano fue Pedro Humberto Allende (1885-1959). Allende, compositor de gran influencia, fue uno de los primeros en sentar las bases de la música clásica contemporánea. Su catálogo incluye obras orquestales, como el famoso poema sinfónico La Voz de las calles, compuesto en 1920, música de cámara y obras para piano y guitarra. A lo largo de su carrera, Allende se esforzó por incluir elementos de la tradición y el folclore chilenos en sus creaciones, y en particular escribió numerosas tonadas.

Enrique Soro (1884-1954), pianista y compositor clásico-romántico, considerado uno de los primeros sinfonistas del país, fue contemporáneo de Allende. Hacia la década de 1930, Pedro Núñez Navarrete (1906-1989), uno de los compositores clásicos más prolíficos de Chile, se estableció en la escena musical. Este incansable compositor escribió más de 400 obras. Por último, pero no por ello menos importante, Gustavo Becerra (1925-2010) no sólo fue un compositor de renombre, sino también un talentoso profesor que formó a algunos de los grandes nombres del país (Luis Advis, Sergio Ortega, Fernando García, Cirilo Vila...). Más cerca, cabe mencionar también al pianista Sergio Ortega (1938-2003), compositor de óperas y de himnos hiperpopulares como el célebre El pueblo unido. Tras el golpe de Estado de 1973, Ortega se exilió en Francia, donde fue director de la Escuela Nacional de Música de Pantin (93).

Más recientemente, la gran figura que ha llevado la reputación de Chile por todo el mundo es el inmenso pianista Claudio Arrau (1905-1991). Considerado a menudo como uno de los prodigios del siglo pasado, Arrau es hoy aclamado por la amplitud y el dominio de su repertorio, que abarca por igual la música barroca y la contemporánea. Un monumento.

Y hablando de monumentos, uno de los principales centros de ópera y música clásica de Chile es el Teatro Municipal de Santiago. Declarado patrimonio nacional, este hermoso teatro acoge conciertos de la Orquesta Filarmónica, representaciones del Ballet Municipal de Santiago y óperas. Y, ¡cáspita! - hasta 2019 estará dirigido por el francés Frédéric Chambert.

Música actual

Si se pregunta a la generación más joven -o a los clubbers y aficionados al electro- quién es el músico chileno más interesante, dirán que Ricardo Villalobos. Estrella del minimal techno y el micro-house, Villalobos es conocido por sus temas y DJ sets, suaves, elevados y sudorosos. Es una estrella en su campo, al igual que los productores chilenos Cristian Vogel, otro gran nombre del techno que fichó por el prestigioso sello Trésor Records, y Luciano, cuya carrera está estrechamente ligada a las febriles fiestas de Ibiza.

En cuanto al hip-hop, el grupo pionero Tiro de Gracia ha dado paso a nombres como Pablo Chill-E y Ana Tijoux. Tijoux nació en Lille, pero hizo carrera en Chile, país que sus padres tuvieron que abandonar tras el golpe de Estado de 1973. Otros grandes nombres locales son Tomasa del Real, la reina del neoperreo, un derivado del reggaeton, y Föllakzoid, una banda de krautrock fichada por el excelente sello estadounidense Sacred Bones. También está el grupo de post-punk FrioLento.

Algunas direcciones imprescindibles en Santiago: Club La Feria, para disfrutar de buena música electrónica mezclada por DJs chilenos y extranjeros de primera fila; El Tunel, más kitsch en su decoración, pero con una buena programación; y Etniko, un restaurante de moda donde también se puede bailar.