Le réalisateur Miguel Gomes en 2012 © criben - Shutterstock.com .jpg

Los mañanas (no) cantados

Con la independencia, el Instituto Nacional de Cinematografía (INC) concentró sus esfuerzos en la producción de noticiarios que se proyectaban por todo el país en pases itinerantes. Se llamaban "Kuxa Kanema" y su objetivo era emancipar al pueblo. El país produjo algo más de 300, así como varios documentales. La cineasta portuguesa Margarida Cardoso recopiló fragmentos que sobrevivieron al incendio de 1991 del edificio que albergaba el INC en su documental Mozambique, diario de una independencia (2003), que también documenta la llegada de cineastas extranjeros, entre ellos Jean-Luc Godard, Jean Rouch y Ruy Guerra, que vinieron a aportar su saber hacer y a rodar películas en un país donde todo estaba aún por construir. Guerra, portugués nacido en Mozambique antes de emigrar a Brasil, realizó el primer largometraje mozambiqueño, Mueda, mémoire et massacre (1979), una reconstrucción de un episodio traumático que marcó el inicio de la guerra por la independencia: la masacre de manifestantes indígenas a manos del gobierno portugués en la localidad de Mueda en 1960. Se cuenta que, en un país mayoritariamente analfabeto, las películas de Tarkovski, Wajda, Einsenstein y otros ilustres cineastas se proyectaban por la noche en pases públicos. Mito o realidad, esta política fue abortada muy pronto, debido a una situación que se hizo catastrófica por la guerra civil de finales de la década. El cine era un medio de expresión caro, y no es casualidad que una de las pocas películas de ficción realizadas durante este periodo fuera una coproducción yugoslava, El tiempo de los leopardos (Zdravko Velimirović, 1985), que repasa la guerra de la independencia a través del clásico argumento de dos amigos que se encuentran en bandos opuestos. ¡Música, Moçambique! (José Fonseca e Costa, 1981) y Chante mon frère, aide-moi à chanter (José Cardoso, 1982), celebraciones del patrimonio musical mozambiqueño, son de las pocas películas de la época que tocan una nota ligeramente más alegre.

Mozambique y sus fantasmas

A partir de 1991 surgieron empresas de producción sobre las ruinas de la guerra, reavivando tímidamente deseos enterrados de cine, pero no fue hasta unos años más tarde cuando Mozambique sirvió de escenario para verdaderos largometrajes, la mayoría de ellos obra de cineastas extranjeros, señal de que la producción local seguía dependiendo en gran medida del capital extranjero. La carrera de Licínio Azevedo, compatriota de Ruy Guerra que vive en Mozambique desde 1977, estaba en sus comienzos antes de despegar en la década siguiente. El jardín de otro hombre (Sol de Carvalho, 2006) sigue las conmovedoras tribulaciones de una joven que quiere ser médico en un país asolado por la corrupción y el sida. Dos temas rondan la mayoría de estas películas: por un lado, la guerra de independencia, en Le Rivage des murmures (2004) por ejemplo, que adopta el punto de vista de una joven portuguesa que ha venido a reunirse con su marido en Maputo, y entrelaza la emancipación de la mujer y la descolonización, y la guerra civil que siguió, como en Comédia Infantil (Solveig Nordlund, 1998) y la adaptación de la directora portuguesa Teresa Prata de la novela de Mia Couto(Terre somnambule, 2007), ambas con un niño como protagonista. Yvonne Kane (2014) es una nueva investigación, esta vez en el presente, sobre los espectros de la colonización y las esperanzas que la sucedieron. Estos fantasmas también recorren Tabú (2012), de Miguel Gomes, rodada en parte en Lisboa y en parte en Mozambique, comparada con un paraíso perdido en el distrito de Gurué, una ensoñación romántica que fascina o aburre (¿cuestión de humor?).

La ficción en favor de la realidad

En la última película de Licínio Azevedo, que alterna entre el documental y la ficción, un tren con destino a Malawi sirve de hilo conductor a través de un país desgarrado por la guerra civil, contrastado por la imperturbable magnificencia de sus paisajes naturales(Le Train de sel et de sucre, 2016). En 2005, Azevedo realizó un documental sobre antiguos soldados convertidos en desminadores, Un camp de déminage. Es una mina que desencadena la historia llena de realismo mágico de Mabata Ba (Sol de Carvalho, 2017), una nueva adaptación de Mia Couto. El rodaje en 2001 de algunas de las escenas africanas deAli, el biopic de Michael Mann sobre Mohammed Ali, parecía marcar un punto de inflexión que aún no se ha materializado. Hollywood sigue viniendo a Mozambique sólo para rodar algunas películas. Diamante de sangre (Edward Zwick, 2006), supuestamente ambientada en Sierra Leona, fue una oportunidad para que algunos entusiastas locales, como Mickey Fonseca, conocieran los métodos de Hollywood. Fonseca tardó diez años en reunir los fondos necesarios para su primer largometraje 100% mozambiqueño, Resgate, un thriller que actualmente se exhibe en festivales. Mosquito (João Nuno Pinto, 2020) es una oportunidad para recordar la campaña de África Oriental y que Mozambique fue como uno de los últimos márgenes de la Primera Guerra Mundial sobre los talones de un soldado portugués cuyos sueños de heroísmo se pierden en medio de la selva. El augel del humano (2017), del argentino Eduardo Williams, es una película al borde de la instalación artística, en equilibrio entre el amateurismo y el formalismo, una crónica impresionista de la juventud en Mozambique, Argentina y Filipinas, cuya lejanía es como abolida por Internet. Los amantes de la gastronomía no querrán perderse el episodio de Sin reserva (2012) dedicado a Mozambique por el difunto Anthony Bourdain, que, como de costumbre, va más allá del ámbito de lo culinario, revisitando las ruinas del Gran Hotel de Beira, todavía hoy utilizado como refugio para miles de personas sin hogar y objeto del documental de Licínio Azevedo, Les Hôtes de la nuit (2008). Pero, ¿hasta cuándo? El presente parece sonreír por fin a Mozambique, como demuestra la resurrección del Parque Nacional de Gorongosa y de su fauna salvaje, un signo de estabilidad por fin redescubierto y relatado en varios documentales.