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Colonización y cristianismo

Desde la llegada de los conquistadores, la Iglesia católica ocupó un lugar central en la vida de la América colonial, interviniendo en todos los aspectos de la vida pública y privada de la población. Su actividad se desarrolló en un territorio y entre culturas donde el cristianismo era desconocido, por lo que tuvo que imponerse frente a las prácticas chamánicas indígenas. Por ejemplo, las creencias de los charrúas, un pueblo indígena de Uruguay, se basaban en conceptos como el "Gualicho", el espíritu maligno. Para reforzar su poder y establecer su dominio espiritual, la Iglesia (y especialmente los misioneros jesuitas), empleó diversos medios, entre ellos la conversión de las comunidades indígenas a la religión cristiana y la construcción de capillas y escuelas para enseñar la lengua española. Estos métodos provocaron una fuerte resistencia por parte de los indígenas, que lucharon por preservar su cultura y sus tradiciones. A principios del siglo XVII, además de los franciscanos establecidos al sur del río Negro y de los jesuitas presentes en la zona de las misiones guaraníes, el territorio de la Banda Oriental también contaba con una presencia menos estructurada de mercenarios y jacobinos, estos últimos defensores de un republicanismo radical. El convento de San Bernardino fue fundado en 1760 por la orden franciscana, y albergó a algunos de los principales protagonistas del movimiento revolucionario, como José Artigas, José Rondeau y Dámaso Antonio Larrañaga. Esta institución desempeñó un papel importante en la formación de las ideas teológicas y filosóficas de los revolucionarios, haciendo hincapié en la promoción de valores fundamentales como la igualdad, la libertad y la justicia. También contribuyó a difundir estas ideas en la sociedad, especialmente tras la crisis de la monarquía española en 1808. La llegada de la revolución en 1810 provocó muchas divisiones entre el clero secular y el regular. Algunos miembros de la Iglesia permanecieron leales a las autoridades monárquicas, mientras que otros se convirtieron en agentes políticos del proceso insurreccional. Fue también en esta época cuando las poblaciones indígenas se unieron a los grupos guerrilleros para defender sus derechos y su autonomía. Tras la batalla de Las Piedras entre el ejército de la Banda Oriental y el del Imperio Español, un grupo de frailes del convento de San Bernardino fueron expulsados violentamente de Uruguay por orden del virrey, acusados de propagar ideas revolucionarias. Esto reflejaba claramente las tensiones religiosas y políticas entre las autoridades españolas y muchos sectores del clero.

La independencia de Uruguay también abrió el camino a la llegada de nuevos grupos religiosos. Por ejemplo, el protestantismo comenzó a desarrollarse a principios del siglo XX, debido principalmente a la influencia de inmigrantes británicos y alemanes. Aunque estas religiones siguen siendo hoy minoritarias en comparación con el catolicismo, han contribuido a enriquecer la diversidad cultural y el pluralismo religioso del país.

Religión afrouruguaya

La religión afrouruguaya es una parte esencial de la cultura y la identidad de la comunidad afrouruguaya, que representa alrededor del 8% de la población del país. Sus raíces se remontan a los pueblos africanos traídos a Sudamérica como esclavos, principalmente de origen yoruba, bantú y kongo. Con el tiempo, la herencia africana se ha mezclado con las doctrinas católicas locales para crear un sistema de creencias único, rico en simbolismo y rituales. Entre las principales religiones afrouruguayas están la Umbanda y el Candomblé. La umbanda es una religión sincrética que combina elementos de la religión yoruba, el catolicismo, el espiritismo y las tradiciones indígenas. Los seguidores de la umbanda creen en un Dios supremo, llamado Olorun (o Zambi), y en una serie de espíritus o entidades llamadas Orixás, que se asocian con fuerzas de la naturaleza, santos católicos y antepasados míticos. Los Orixás desempeñan un papel central en la vida de los fieles, guiándolos y protegiéndolos. El candomblé, por su parte, es una religión más cercana a las tradiciones yoruba de África Occidental. Aunque comparte algunas similitudes con la Umbanda, como la creencia en un Dios omnipotente y en los Orixás, el Candomblé hace más hincapié en la conservación de los conocimientos tradicionales africanos y en la conexión con los antepasados. Las ceremonias del Candomblé suelen incluir ofrendas, sacrificios de animales y danzas rituales. Impregnada de misterio y espiritualidad, la religión afrouruguaya ha dado lugar a numerosos festivales y celebraciones, dejando una huella indeleble en el tapiz cultural uruguayo. Por ejemplo, el Festival de Iemanja celebra a la diosa del océano, mientras que el carnaval incorpora distintas tradiciones culturales como el candombe.

Un país laico

Tras la independencia de Uruguay en 1825, las tensiones políticas y sociales empezaron a cuestionar la influencia de la Iglesia en la vida pública. La afluencia de inmigrantes europeos, alentada por el creciente desarrollo industrial del país, hizo que la elite se inspirara en las ideas liberales en boga en la época. En consecuencia, este malestar allanó el camino para las reformas que se produjeron en las décadas siguientes, como la secularización de los cementerios y la educación pública, o la ley que prohibía los matrimonios religiosos sin una ceremonia civil previa (1861 y 1877). En 1906 se retiraron los crucifijos de los hospitales y en 1907 se aprobó la Ley del Divorcio y se eliminó del Parlamento toda referencia a Dios. La Semana Santa pasó a llamarse "Semana de Turismo" y la Navidad "Día de la Familia". Esto condujo a la reforma constitucional de 1917, que desembocó en la separación oficial de la Iglesia y el Estado en 1919. El artículo 5 de la actual Constitución sigue afirmando que "Todas las religiones son libres en Uruguay. El Estado no apoya ninguna religión Por ello, el Estado ha adoptado una posición neutral respecto a la religión, promoviendo la tolerancia y la libertad religiosa de todos sus ciudadanos.