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Distribución y tasa de crecimiento

Clasificado como el tercer país menos poblado de Sudamérica después de Surinam y Guyana, Uruguay tiene una población de 3,4 millones de habitantes (2022), la inmensa mayoría de los cuales (96%) se concentra en las ciudades, la mitad de ellos en la capital. La tasa de crecimiento de la población sigue siendo la más baja de América Latina (excluidos Guyana y Surinam), con sólo un 0,50%. El principal factor de esta baja tasa es el bajo índice de natalidad, de sólo 13 por 1.000, el más bajo de América Latina. La otra causa es la considerable emigración, principalmente a Argentina, Brasil y España (casi 630.000 uruguayos viven fuera del país). A esto se añade un envejecimiento de la población notablemente bajo (para 2050, se espera que la población de 65 años o más pase del 8% al 17,5%) y una esperanza de vida de 73 años para los hombres y 81 años para las mujeres (el 19,44% de los uruguayos tiene menos de 14 años, el 65,1% tiene entre 15 y 64 años, y el 15,46% tiene 65 años o más). Estos tres factores combinados dan una pirámide de edades similar a la de un país desarrollado.

La población y sus orígenes

Uruguay se distingue de otros países latinoamericanos por la homogeneidad de su población. De hecho, en el país casi no quedan indígenas, ya que todos fueron exterminados por los colonos españoles y, sobre todo, por los terratenientes. Así, a finales del siglo XVIII, el gobernador Andonaegui ordenó al maestre de campo Manuel Domínguez que pasara a cuchillo a todos los indígenas mayores de 12 años. Según un cronista de la época, José Apolinario Pérez, "el decreto de sangre, aunque atemperado por sus ejecutores, se cumplió". Durante la Guerra de la Independencia, los indígenas, y sobre todo los charrúas, lucharon junto a Artigas contra el nuevo colono brasileño. No fueron recompensados, ya que unos años más tarde, el 11 de abril de 1831, se celebraría una "reunión amistosa" entre los caciques charrúas y el primer presidente de Uruguay, Fructuoso Rivera, acompañado por su sobrino Bernabé Rivera y sus hombres, con el fin de firmar un tratado por el que se concedían tierras a los indígenas y se les ofrecía un puesto en el ejército para vigilar las fronteras. En realidad, esta reunión ocultaba una emboscada destinada a aniquilar a estos pueblos, que ya no eran útiles a los criollos independientes, deseosos de explotar sus territorios. La matanza se conoce como la Matanza del Salsipuedes y se considera el punto de partida de un verdadero genocidio. Muchos charrúas fueron diezmados aquel día. Otros sospecharon que Rivera había convocado a mujeres y niños y lograron escapar, pero la cacería continuó sin tregua. Cuatro de los últimos charrúas -el cacique Vaimaca Pirú, el curandero Senacua Senaqué, el domador de caballos Laureano Tacuabé Martínez y la india Guyunusa- fueron detenidos y entregados al director del Colegio Oriental de Montevideo, el francés François de Curel. Éste quería llevarlos a París para exponerlos y hacerlos estudiar por científicos. El exotismo de estos cuatro últimos representantes de un pueblo en vías de extinción, pensó, atraería la curiosidad de un amplio público al menos tanto como la pareja de ñandúes (avestruces) que acompañó a la expedición de febrero de 1833. El curandero Senaqué fue el primero en morir, en junio de 1833, en la tienda instalada en el distrito IX. Por miedo a las represalias de un público cada vez más comprensivo con los charrúas, en vista de los malos tratos que les infligía de Curel, huyó con sus nativos para exhibirlos en otra menagerie. El cacique Vaimaca Pirú también murió en septiembre, de "melancolía" según los médicos. Entonces Guyunusa dio a luz a una niña. Bajo la presión de la opinión pública, la justicia quiso ordenar el regreso de los supervivientes a su país, pero de Curel se marchó a Lyon, donde los vendió con identidades falsas a un circo. Se emitió una orden de detención contra de Curel, que nunca regresó a Europa. Los últimos charrúas también se perdieron hasta julio de 1834, cuando la india Guyunusa ingresó en un hospital de Lyon, donde murió. En cuanto a Tacuabé y la niña, desaparecieron sin dejar rastro. En 2002, los restos del cacique Vaimaca Pirú viajaron de París al Panteón Nacional de Montevideo, una forma de honrar, ciento setenta años después, la memoria de los indígenas uruguayos. Aunque esta anécdota no es cierta, aún existen en Uruguay descendientes de estos orgullosos y audaces guerreros, que se han ido mezclando paulatinamente: el intrépido gaucho sería uno de los frutos de estas mezclas. Se supone que los descendientes de los charrúas constituyen alrededor del 8% de la población total del país. Los charrúas tenían similitudes con los puelches de las pampas argentinas y los tehuelches de la Patagonia, pero también con los guaraníes (Paraguay y noreste de Argentina). Una estatua de estos últimos charrúas se encuentra en el Parque del Prado de Montevideo. Para saber más sobre los charrúas, recomendamos la película de 26 minutos de Darío Arce Asenjo (Productions Chromatiques, 2003), Les Derniers Charrúas, ou quand le regard emprisonne.

Una tierra poblada principalmente por inmigrantes

Si excluimos a los soldados y a los primeros colonos españoles, la primera gran oleada de inmigración tuvo lugar en la década de 1830. En 1835 se fundó Villa Cosmópolis en las afueras de Montevideo para acoger a los recién llegados. Durante la Guerra Grande, muchos emigrantes se instalaron allí y participaron legiones extranjeras (la más famosa de las cuales fue sin duda la legión italiana de Garibaldi). Muchos de ellos se quedaron, sobre todo los vascos franceses, que representaban la mitad de los extranjeros de la época. Los suizos y los piamonteses fundaron colonias agrícolas frente a las costas de La Plata. Al final de la Gran Guerra, Montevideo contaba con cerca de 19.000 inmigrantes entre sus 31.000 habitantes. Además, el final de la guerra atrajo a un gran número de brasileños al norte del país. En 1860, los 77.000 extranjeros del país representaban más del 35% de su población. En 1908, según el censo, Uruguay acogía a 62.000 italianos, 55.000 españoles, 28.000 brasileños, 19.000 argentinos, 8.000 franceses, 1.000 alemanes, así como ingleses, suizos, belgas y rusos. La primera mitad del siglo estuvo marcada después por oleadas migratorias procedentes de Europa del Este, armenios y judíos. Por último, ha habido una afluencia reciente (en los últimos 30 años) de emigrantes árabes, principalmente palestinos y libaneses. Como en el resto del continente, a los árabes se les suele llamar turcos. Se concentran principalmente en las ciudades fronterizas de Rivera y Chuy, donde participan activamente en la bulliciosa vida comercial.

La población afrouruguaya

La comunidad negra es el resultado de la inmigración forzada y la esclavitud feroz. Los primeros esclavos fueron traídos a Uruguay por los portugueses para fundar Colonia del Sacramento, pero fue el real decreto de 1779 que convirtió a Montevideo en el único puerto de entrada de esclavos del Cono Sur lo que propició el crecimiento de esta población. Así, en 1780, Montevideo ya contaba con cerca de 2.800 africanos entre sus 10.000 habitantes. Estos últimos eran utilizados principalmente como sirvientes y no sufrieron la suerte de los esclavos procedentes de Brasil, que eran empleados como bestias de carga en las minas y plantaciones. La esclavitud se abolió gradualmente con el inicio de la independencia (1830), pero no fue hasta 1853 cuando se abolió por completo. A diferencia de Argentina, esta comunidad permaneció en Uruguay. En 1819, representaba entre el 20 y el 25% de la población de Montevideo. En 1950, había más de 10.000 negros y cerca de 50.000 mulatos. Actualmente, esta población representa alrededor del 8% de la población uruguaya. En el censo de 2011, casi uno de cada diez uruguayos se identificó como "afrodescendiente". Conocida como "afrouruguaya", esta comunidad intenta ahora federarse y estructurarse para protestar contra las desigualdades de las que sigue siendo víctima. En este sentido, se compromete a transmitir su historia y sus tradiciones, en particular con el candombe (expresión musical) y el día nacional del afrouruguayo, que se celebra el 3 de diciembre. La asociación Mundo-Afro, entre otras, es un ejemplo de esta nueva emancipación. Aunque la igualdad de todos los ciudadanos es un principio de derecho, en la práctica sigue siendo vacilante. Por ejemplo, de media, un negro gana un 20% menos que un blanco en Uruguay y casi el 60% del ejército está formado por negros. Del mismo modo, esta comunidad intenta reescribir la historia hecha por y para los blancos. En las escuelas, por ejemplo, se enseña que la esclavitud en Uruguay fue menos dura que en Brasil. El afrouruguayo se pregunta entonces si es posible hablar de esclavitud benigna. El alumno negro que escucha en la escuela primaria los elogios de los distintos componentes de la comunidad uruguaya (la astucia del italiano, el trabajo del vasco, el ingenio del inglés, etc.) se pregunta si su única cualidad es saber bailar y cantar. Hoy en día, esta comunidad mira al pasado y trata de afirmar su identidad, sobre todo a través de asociaciones como la Red de turismo comunitario Barrio Sur y Palermo (visitas guiadas a los barrios de Palermo y Barrio Sur). Recientemente se han llevado a cabo investigaciones arqueológicas en el Caserío de los Negros, un siniestro edificio situado en la bahía de Montevideo que albergó a esclavos puestos en cuarentena nada más llegar. La excavación del lugar y el análisis de los enterramientos permitieron conocer mejor los rituales específicos de los esclavos y su origen africano exacto. Hasta entonces, se suponía que los antepasados de esta comunidad afro eran bantúes, congoleños y guineanos.