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Juventud

James Augustine Joyce nació el 2 de febrero de 1882 en Rathgar, un suburbio bastante acomodado de Dublín. Su infancia estuvo marcada por los embarazos de su madre -que fueron muchos- y numerosos traslados, ya que su padre, que trabajaba muchas horas, tuvo que hacer frente a despidos y otras quiebras personales. En 1887, la familia se trasladó a Bray. Allí James conoció a Eileen, la hija de sus vecinos protestantes. El romance no fue del agrado de la señora Conway, apodada "Dante", católica devota y pariente lejana de su padre, que vivió con ellos y se encargó de su educación. El joven estudió con los jesuitas en Clongowes Wood, una experiencia memorable. Sin embargo, tuvo que abandonar el colegio tres años después al quedarse sin dinero. Su hermano menor, Stanislaus Joyce, lo recuerda en su relato Le Gardien de mon frère (El guardián de mi hermano), publicado en 1966 por Gallimard y hoy tristemente agotado. Pero también fue el comienzo de la escritura para James, que siempre había mostrado interés por la literatura y la filosofía: su primer poema, Et Tu Healy, escrito a los 9 años, estaba dedicado a Charles Stewart Parnell, figura emblemática de la lucha por la independencia de Irlanda, entonces bajo dominio inglés. Se dice que sus padres estaban tan orgullosos que mandaron imprimir su prosa e incluso enviaron un ejemplar al Vaticano.

A esto siguieron otros establecimientos y un rechazo gradual de la autoridad católica. James se negó a recibir las órdenes sagradas e ingresó en la Universidad de Dublín, donde estudió literatura y lenguas extranjeras (francés e italiano). El mundo literario se abrió ante él, y ocupó su lugar en él presentando un ensayo sobre el dramaturgo noruego Henrik Ibsen, quien se lo agradeció. En aquel buen año de 1903, con su título en la mano, el mundo se abrió ante él: eligió París con el pretexto de estudiar medicina, pero acabó pasando más tiempo derrochando su dinero en los pubs en compañía de sus compatriotas William Butler Yeats y John Synge. Pocos meses después, la noticia del cáncer de su madre supuso el fin de la fiesta. Volvió a casa para cuidar de ella hasta que murió, y luego siguió dedicándose al demonio familiar de su padre, el alcohol. Sin embargo, el año siguiente fue importante: escribió poemas, algunos de los cuales fueron publicados. Finalmente se reunieron en la colección Musique de chambre (1907). Sobre todo, escribió un texto muy autobiográfico, Portrait de l'artiste (Retrato del artista), que fue rechazado por la revista Dana, pero que sirvió de base para la novela más sustancial que decidió emprender a continuación, Stephen le héros (Esteban el héroe). La leyenda cuenta que esta última sucumbió en parte a las llamas antes de renacer como Dedalus, publicada en 1916, obra que hoy conocemos con su nombre y versión definitivos, Portrait de l'artiste en jeune homme (Folio). Pero hay otra fecha que recordar de 1904: el 16 de junio. Ese día tuvo una cita con una joven que había conocido unos días antes, Nora Barnacle, que se convertiría en su compañera, su gran amor y su musa. Celebraría este acontecimiento a su manera, encajando la trama de su futura obra maestra, Ulises, en torno a este único día, porque con Joyce, como pronto aprenderemos, todo era simbólico y reciclaba elementos de su vida. En agosto, The Irish Homestead publicó un relato corto, Las hermanas, otro formato con el que Joyce experimentaría muchas veces en los años siguientes.

Exilio

Tras algunos tristes acontecimientos en Dublín, pero también algunos encuentros impactantes, en particular el de Alfred H. Hunter, que serviría de modelo para el futuro Leopold Bloom, Joyce decidió abandonar Irlanda. Hunter, que serviría de modelo al futuro Leopold Bloom, Joyce decidió abandonar Irlanda. La pareja se exilió en Zúrich y luego en Trieste, donde se establecieron tras una breve incursión en Pola. Aunque económicamente muy delicados, estos años fueron fértiles: tuvieron dos hijos -Giorgio en 1905, Lucia Anna en 1907- y una amistad con Ettore Schmitz, a quien conocemos por su seudónimo, Italo Svevo. Habiendo escrito una quincena de relatos cortos, algunos de los cuales aparecieron en revistas, Joyce decidió publicarlos juntos y firmó un contrato con Maunsel en 1909. Pero el acuerdo se torció. Su editor temía represalias porque Joyce, como de costumbre, se había inspirado en personas cercanas a él, no dudando en informar de lo que habían dicho sobre cuestiones políticas. Escribió al rey Jorge V pidiendo permiso, que ni le fue concedido ni denegado, y Maunsel cedió. Sin embargo, como relató Valéry Larbaud, futuro admirador entusiasta que escribiría un prefacio al libro, cuando James acudió a recoger sus ejemplares, ya se había esfumado toda la reserva, comprada en su totalidad y luego quemada in situ por un hombre, visiblemente descontento, cuya identidad seguiría siendo un misterio. Joyce recuperó un único ejemplar, que le sirvió de base para Gens de Dublin (disponible en Folio con el título Dublinois), publicado finalmente dos años más tarde en Londres por Grant Richards. Tras este doloroso episodio de 1912, Joyce nunca regresó a Irlanda, pero continuó dando vida a su ciudad natal en sus escritos, con una precisión impresionante.

En 1915, la guerra llevó a la familia a Zúrich y los ingresos seguían siendo escasos, pero Ezra Pound, a quien había conocido unos años antes, intervino para conseguirle becas literarias y le encontró una mecenas, Harriet Shaw Weaver. La fama de Joyce creció. Nunca dejó de trabajar en su obra de teatro, Los exiliados, y en su gran obra, Ulises, ambas comenzadas justo antes de partir hacia Suiza. En 1917, sus ojos, que ya sufrían, tuvieron que ser operados de glaucoma. No obstante, logró terminar los primeros capítulos de su novela y de su obra de teatro, que se representó en Munich en 1919 y provocó un verdadero escándalo.Ulises, publicado en fragmentos en la revista estadounidense The Little Review a partir de 1918, tuvo buena acogida por el momento, ya que en octubre de 1920 hubo que interrumpir el serial a raíz de una denuncia por obscenidad presentada por la Sociedad para la Supresión del Vicio de Nueva York.

Consagración

En el número 71 de la rue du Cardinal-Lemoine, en la capital parisina a la que había regresado tras la guerra, Joyce da los últimos retoques a su novela. El 2 de febrero de 1922, el manuscrito fue publicado por Sylvia Beach, fundadora de la librería parisina Shakespeare and Company, que autorizó esta singular aventura editorial convertida en epopeya, ya que los tipógrafos de la imprenta Darantière no dominaban la lengua inglesa y, de repente, sus existencias de "w" parecían insuficientes, lo que explicaría las numerosas erratas de esta primera tirada. La primera traducción al francés, de Auguste Morel, no se publicó hasta 1929 en La Maison des amis des livres, gracias al empeño de Adrienne Monnier, que reconoció no haber comprendido del todo el texto. Una segunda traducción en colaboración fue publicada por Gallimard en 2004. A la luz del pasado, es obviamente complicado imaginar cómo se recibió realmente el texto en su momento: digamos que el libro fue censurado en Estados Unidos hasta 1933 por pornografía (finalmente se publicó allí al año siguiente, y 2 años más tarde en Inglaterra), que Virginia Woolf, que sabía un par de cosas sobre el flujo de conciencia, confió en su diario que era indecente (antes de retractarse y evocar cierto genio), y que Hemingway estaba tan entusiasmado con él que pasó copias de contrabando a sus compatriotas estadounidenses. En una palabra, Ulises no deja indiferente a nadie. Pero, ¿de qué trata esta novela sobre la que tantos opinan sin haberla abierto, terminado o gustado? A primera vista, el número de páginas sugiere un proyecto de envergadura, y el título, una segunda pista, evoca laOdisea, pero cuando se profundiza en la estructura del texto, que facilita su comprensión, uno se da cuenta de lo ambicioso que era Joyce. Y eso que la trama puede resumirse en una sola línea: trata de la jornada del 16 de junio de 1904, que Stephen Dedalus (Telémaco) y Leopold Bloom (Ulises) atravesarán entre las 8 y las 3 de la mañana en la ciudad de Dublín. El primero es el doble del autor, el segundo deambula por las calles para evitar encontrar a su esposa infiel y luego se dedica a extrañas actividades. El texto original no tenía subdivisiones, pero para facilitar su lectura, Joyce ha previsto una especie de esquema explicativo en dieciocho episodios, cada uno vinculado a una época y un lugar, pero también a un órgano, un color, una forma de arte, un símbolo... Cada capítulo se refiere a un personaje y está dotado de un estilo particular, lo que hace que la novela sea experimental y atrevida. Entras en la novela a través de una conversación que no entiendes, porque no se te explica nada, y sales de ella a través del monólogo interior (sin puntuación) de la mujer de Leopold Bloom, pero, la verdad, no hace falta leerla de forma lineal. En definitiva, Ulises es una experiencia de lectura, en plural, que desde 1954 ha inspirado un festival anual en Irlanda, el Bloomsday, y largos estudios de investigadores en busca de explicaciones y referencias a la vida real de Joyce.

El escritor no había dicho su última palabra: el 10 de marzo de 1923 se embarcó en una obra que volvió a publicar por fragmentos en diversas revistas, en particular Transition. Se trata de su Work in Progress, en la que contó con la ayuda de su asistente, Samuel Beckett. Finnegans Wake, en su título definitivo y en su forma completa, no se publicó hasta mayo de 1939, en la editorial Faber & Faber de Londres. La escritura de Finnegans Wake se complicó por el hecho de que Joyce tuvo que hacer frente a una serie de problemas en su vida personal: su padre murió en 1931, su hija Lucía empezó a mostrar graves signos de esquizofrenia y él mismo sufría de una vista cada vez más débil. Pero la complejidad se debía también a su nueva ambición: el texto era aún más difícil queel Ulises, y mezclaba varias lenguas; la lectura de los primeros fragmentos dejó a muchos dudando. Para tranquilizar a la gente de que gozaba de buena salud mental, Joyce decidió publicar una colección de poemas, Pomes Penyeach , en 1927 y, en la misma línea, en 1939 algunos de sus admiradores publicaron Our Exagmination Round his Factification for Incamination, una especie de manifiesto a favor del escritor, o al menos un estímulo. Dos años después de la publicación de su última novela, el 13 de enero de 1941, James Joyce murió en Zúrich de una úlcera perforada. Dejó a Nora Barnacle, que le sobrevivió diez años, y a un nieto, Stephen, cuyo nacimiento había celebrado en el poema Ecce Puer (1932), en el que también evocaba la muerte de su padre. Stephen Joyce, nacido en Francia, se convertiría en el heredero testamentario de su abuelo, sembrando el terror en el mundo literario y horrorizando a los investigadores al admitir, con una sonrisa, que había quemado parte de su correspondencia. Su devoción por su abuelo, su voluntad de demandar a cualquiera que se atreviera a tocar siquiera una coma de los textos originales, su deseo de proteger la intimidad de la familia, incluso si eso significaba destruir archivos de valor incalculable, y los astronómicos derechos de autor que exigía, todo ello se sumó a una reputación diabólica. La obra de James Joyce pasó a ser de dominio público en 2012, para alivio de los joyceanos. Stephen Joyce murió ocho años después, sin que nadie supiera exactamente qué se llevó a la tumba.