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La caligrafía, pilar de la cultura turca

En la religión cristiana, puesto que Dios se encarnó en el hombre, la imagen que lo representa forma parte del culto. En el islam, Alá se manifestó a través de la palabra, y la escritura sustituye a la imagen. De ahí el lugar esencial que ocupa en el mundo musulmán la caligrafía, arte mayor dedicado a la palabra, que reproduce indefinidamente las suras del Corán o los dichos del Profeta. Los otomanos, más rigurosos en la cuestión de la imagen que otras civilizaciones musulmanas contemporáneas, desarrollaron la caligrafía hasta convertirla, junto con la arquitectura, en el arte otomano por excelencia.
Los calígrafos escriben con un cálamo, una pluma de caña cuyo tamaño determina el estilo de escritura. La tinta se fabrica con el hollín depositado por el humo de las velas en las aberturas de los muros de las mezquitas imperiales. El escriba corrige los errores con la punta de la lengua (de ahí la expresión turca «lamedor de tinta», que aún hoy se refiere al intelectual, y no tiene nada que ver con el chupatintas, expresión despectiva en castellano.) y seca su trabajo con arena fina que guarda en su escritorio. Los calígrafos otomanos destacan tanto en la escritura celi como en la gubari. La primera, grabada en piedra y madera o cocida en cerámica, adorna la arquitectura monumental, mientras que la segunda, tan fina como los granos de polvo, se utiliza para caligrafiar pequeños coranes, conocidos como coranes estandarte, que se utilizan durante las batallas. Los tres grandes maestros de la caligrafía otomana son el jeque Hamdullah (1429-1520), Ahmed Karahisarı (1470-1556) y Hafiz Osman (1642-1698).

Miniaturas en el corazón de la historia otomana

Como forma dominante del arte pictórico otomano entre los siglos XV y XVIII, las miniaturas han sido muy estudiadas por lo que nos dicen sobre los contextos sociohistóricos y las preocupaciones estéticas del pasado. Pero también son fascinantes desde el punto de vista pictórico, con una forma específica de encuadrar y modos de lectura también específicos. Las miniaturas se dividen en dos categorías: decorativas (motivos vegetales o formas geométricas) e ilustrativas (retratos, escenas de batallas, etc.). Este arte alcanzó su apogeo en el siglo XVI, sobre todo bajo el reinado de Solimán el Magnífico (que encargó él mismo muchos pedidos), y se caracterizó por su gran realismo. Las miniaturas turcas no son tan famosas como las persas, aunque también son de notable calidad, con colores más vivos y gran atención al detalle.

Arte ebru

El ebru, o papel amarmolado, es un arte practicado en Turquía desde el Imperio otomano. Se aplican tintes minerales y vegetales sobre agua espesada con sustancias grasas y, a continuación, se coloca una hoja de papel encima para crear motivos únicos, casi psicodélicos. El arte ebru se inscribió en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO en 2014. Hoy en día, esta forma de arte sigue siendo muy popular. Estos conocimientos y su filosofía se transmiten oralmente y a través de un aprendizaje de dos años con un maestro. La práctica es accesible a todos, independientemente de la edad, el sexo o la etnia, y desempeña un papel importante en el fortalecimiento de los lazos sociales entre comunidades y el empoderamiento de las mujeres.

La escultura Meerschaum

La sepiolita (o Lületasi) es una sustancia mineral que se encuentra en Turquía y se utiliza para esculpir ornamentos desde principios del siglo XVIII. Conocida también por su nombre alemán, Meerschaum («espuma de mar»), se encuentra entre diez y trescientos metros bajo la superficie terrestre, sobre todo en la provincia de Eskisehir (entre Estambul y Ankara). A la vez resistente y poroso, es un material muy ligero y fácil de manejar. Sobre todo, tiene una capacidad de absorción natural que le permite filtrar la nicotina, por ejemplo, de ahí su popularidad en la fabricación de pipas y su apodo de oro blanco (aunque su color varía entre el blanco, el amarillento, el gris y el rojizo). El escultor examina cada pieza del mineral, calculando las líneas de separación a lo largo de las cuales debe cortarse. Hendida y remojada en agua de quince a treinta minutos hasta que adquiere la consistencia de un queso duro, la espuma de mar se convierte en un material muy manejable una vez ablandada. A continuación, se pasa por un horno de alta temperatura que elimina toda la humedad. Tras un cuidadoso pulido, la pieza se sumerge varias veces en cera, lo que le confiere un color especial.

La pintura turca, entre Oriente y Occidente

Durante el siglo XIX, la pintura en miniatura fue perdiendo popularidad en beneficio de la pintura al óleo de inspiración occidental. El comienzo de la pintura turca, en el sentido occidental del término, se asocia a la fundación en 1884 de la Academia de Bellas Artes (o Universidad Mimar Sinan) por Osman Hamdi Bey, la primera figura importante de la pintura turca. En aquella época se produjeron numerosos intercambios con Europa, ya fuera enviando estudiantes a Francia o Italia, o a la inversa, invitando a pintores a transmitir sus conocimientos en Turquía. Los grandes pintores otomanos, como Osman Hamdi Bey, Seker Ahmet Pasha, Hoca Ali Riza, Ahmet Ziya y Halil Pasha, se dedicaron principalmente a los paisajes, con pocos retratos.
Tras la Primera Guerra Mundial, el impresionismo ejerció una gran influencia en los artistas turcos. Los jóvenes artistas otomanos que habían ido a Europa a estudiar arte se vieron obligados a regresar a casa al estallar la Primera Guerra Mundial, de ahí el apodo de «generación de 1914». Entre ellos se encontraban pintores de renombre como İbrahim Çallı, Nazmi Ziya, Feyhaman Duran y Hikmet Onat, que desempeñaron un importante papel en la difusión de géneros como el paisaje o la naturaleza muerta en su país. Casi todos ellos enseñaron en la Academia de Bellas Artes y desempeñaron así un papel activo en la formación de las generaciones siguientes. Algunos de sus cuadros pueden verse en el Museo de Bellas Artes de Ankara.
El otro gran grupo que marcó la pintura turca de la primera parte del siglo XX fue el de «los Independientes», que reúne a los padres del arte turco moderno. Esta asociación, fundada oficialmente en 1929, fue la primera sociedad de artistas creada tras la fundación de la República de Turquía en 1923. Como reacción al estilo de la generación de 1914, los Independientes perdieron interés por el impresionismo y se decantaron por el arte abstracto, el expresionismo y el cubismo. Los artistas más famosos de este movimiento son Refik Fazıl Epikman, Cevat Dereli, Hale Asaf, Ali Avni Çelebi, Zeki Kocamemi o Muhittin Sebati. Su obra puede verse en el completísimo Museo de Arte Moderno de Estambul.

La fotografía como símbolo de la modernización del país

La fotografía ha contribuido enormemente a la modernización de Turquía desde el siglo XIX. El primer estudio fotográfico fue fundado en 1845 en Estambul por los hermanos italianos Carlo y Giovanni Naya. En la década de 1860, el número de estudios de este tipo aumentó considerablemente en la capital. El sultán Abdülhamid II (1876-1909) estaba especialmente interesado en este arte, ya que él mismo era fotógrafo aficionado en su tiempo libre. Durante su reinado, el arte de la fotografía se desarrolló considerablemente en todo el Imperio otomano. El sultán encargó a fotógrafos que documentaran los acontecimientos, los monumentos y las principales instituciones del país. En 1893, envió docenas de álbumes de fotos a la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y al Museo Británico de Inglaterra para promocionar su imperio. Estas fotos muestran escuelas, ferrocarriles, hospitales, monumentos y escenas de la vida en Alepo, Damasco, Bagdad, Salónica, Esmirna o Estambul. Gran parte de ellas pueden verse en la biblioteca de la Universidad de Estambul.
Tras la instauración de la República, la fotografía siguió utilizándose ampliamente como instrumento de propaganda. Hasta la década de 1970, se utilizaba principalmente con fines documentales, publicitarios o periodísticos, mientras que la fotografía para aficionados se desarrollaba exponencialmente. La primera generación de fotógrafos contemporáneos surgió en la década de 1980, con los primeros graduados de los departamentos de fotografía. Entre los más renombrados están Nazif Topçuoğlu, Ahmet Ertuğ, Arif Aşçı, Ahmet Elhan, Sıtkı Kösemen o Ani Çelik Arevyan. Desde finales de los 90 y principios de los 2000, el arte se diversificó con una nueva generación de fotógrafos apoyados por centros especializados como la Galería de Elipsis. Una de las mejores colecciones del país se expone en Estambul, en el museo Ara Güler, pionero de la fotografía documental turca, apodado el Ojo de Estambul.

Arte contemporáneo en alza

Desde la década de 1980, y sobre todo en los últimos años, el arte contemporáneo se ha disparado en Turquía, hasta el punto de convertir Estambul en un auténtico centro artístico, con numerosas galerías, museos y eventos culturales que ahora atraen a un público internacional. En este auge, es imposible no mencionar la Bienal de Estambul, considerada como un acontecimiento catalizador, uno de los más importantes del mundo en términos de arte contemporáneo, que ha dado lugar a la creación de otros eventos como el festival contemporáneo de Estambul, Art International, la Bienal de Diseño, sin olvidar las instituciones esenciales como Salt y Arter.

Muy diverso, a veces provocador, el arte contemporáneo turco es a la vez global y local, atento a las historias y tradiciones locales de la región, ya sean griegas, romanas, bizantinas o islámicas. Por nombrar sólo a dos artistas de esta nueva escena, pensemos en las misteriosas representaciones de la mujer de Kezban Arca Batibeki, que explora la cuestión de la emancipación femenina en Turquía, o en los cuadros hiperrealistas de Taner Ceylan, que representa el erotismo homosexual retomando los códigos de la pintura orientalista.

El arte callejero como medio de expresión política

El arte callejero es muy popular desde hace varios años en Turquía, y especialmente en Estambul. Se puede encontrar en la mayoría de los principales distritos de la ciudad: Taksim, Beşiktaş, Kadiköy o Sisli en Estambul, Kaliay en Ankara, Tunali Hilmi, Alsancak e Izova en Izmir. Aunque los primeros murales aparecieron en la década de 1990, no fue hasta 2013, con los sucesos de Gezi, cuando realmente se generalizaron. Su popularidad fue tal que en 2014 el Museo Pera organizó una exposición dedicada a ellos, titulada Language of the wall, en la que participaron veinte artistas de renombre internacional.
La sede de los grafiteros de Estambul es la avenida Istiklal, que comienza en la plaza Taksim, en el centro de la ciudad. Hay muchas sorpresas en la zona. Diríjase a la Academia de Bellas Artes Mimar Sinan, por ejemplo, para admirar las obras de sus estudiantes. Al otro lado de la ciudad, el barrio de Kadiköy es el lugar ideal para disfrutar del arte callejero. Esta forma cuenta con el pleno apoyo del gobierno local, que organiza cada verano el festival Mural Istanbul, durante el cual las calles de la ciudad se transforman literalmente en un museo al aire libre. Con artistas internacionales como Kripoe, 1UP y Dome, y locales como Leo Lunatic, Nuka y Esk Reyn, las murallas de la ciudad se transfiguran y los visitantes acuden en masa a disfrutar de ellas.