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Entre Oriente y Occidente

Mientras el Imperio Bizantino sobrevivía al Imperio Romano, y el cisma que condujo a la separación de las Iglesias Oriental y Occidental no tardaba en tomar forma, el bogomilismo nació en Bosnia en el siglo X. Es posible que de ahí surgiera la primera literatura del país. Aunque varias obras se consideran apócrifas, en cualquier caso está establecido que este movimiento religioso dio lugar a numerosas controversias, como demuestra el Tratado contra los bogomilos, escrito en eslavo antiguo por el búlgaro Cosmas el Sacerdote. Fue también en el siglo X cuando apareció por primera vez el nombre del país, Bosona, que entonces era un simple estado vasallo del Reino de Hungría. La autonomía no se concretó hasta el siglo XII, pero no resistió al Imperio Otomano, que integró el Reino de Bosnia en 1463.

Como signo de los tiempos, en 1537 se fundó en Sarajevo una biblioteca a instancias de Gazi Husrev-Beg, gobernador otomano de Bosnia bajo el reinado de Solimán el Magnífico. La literatura experimentó su primer verdadero auge, impulsada por la aparición de las lenguas orientales (turco, árabe y persa), por los caracteres árabes que se utilizaban para escribir las lenguas eslavas (literatura alhamiada o aljamiada), pero también por el pensamiento sufí que inspiró a los poetas del Dîvân. La apertura de las fronteras favorece la vida intelectual, como demuestra la trayectoria de Hasan Kafi Prusčak, figura importante del siglo XVI, que estudió tanto en su Bosnia natal como en Estambul : la propia identidad de los escritores se enriquece con estos cambios y diversas influencias. Sin embargo, aunque abundantes, estas obras sólo serán objeto de un renovado interés a partir de finales del siglo XX, sin duda cuando toma cuerpo el deseo de definir una identidad nacional. No obstante, podemos citar a Uskufi (c. 1600-1651), autor de un diccionario bosnio-turco y cuya facilidad para navegar entre lenguas queda confirmada por su poesía, la primera escrita en lengua popular bosnia, al derviche Sabit Alaudin Užičanin (c. 1650-1712), que firmó un diccionario de la lengua bosnia a finales del siglo XVI.1650-1712) de quien se dice que escribió no menos de 650 canciones en turco(Ramazani, Zafer, Edhem y Huma...), o Hasan Kâ'imi Baba (también llamado Hasan Kaimija) a quien Jasna Šamić dedicó una biografía publicada por Recherches sur les civilisations en 1986(Dîvân de Kâ'imi, vie et œuvre d'un poète bosniaque du XVIIe siècle). También podríamos pensar en Mula Mustafa Baseskija (1731-1809) que, en el siglo XVIII, fijó la memoria de su ciudad natal, Sarajevo, en sus crónicas, o en el políglota Abdulvehab Ilhamija (1773-1821) que escribió tratados morales, muy difundidos en la época, pero cuyas críticas al pachá, que expresó en su poesía, le llevaron a la muerte.

Por último, es imposible no mencionar la Hasanaginica, una balada del folclore ilirio que el etnógrafo italiano Alberto Fortis recogió e incorporó a su Voyage en Dalmatie, publicado en Venecia en 1774. Al año siguiente, el propio Goethe hizo una versión alemana, antes de que Walter Scott la retomara y la tradujera al inglés, prueba por si hacía falta de que esta Canción de luto de la noble esposa de Hasan Aga estaba destinada a llegar a todo el mundo, tras haberse transmitido de boca en boca durante generaciones. Siempre en el campo medio musical, medio poético, Umihana Cuvidina (1794-1870) fue la primera mujer poeta: contribuyó a enriquecer el corpus de la sevdalinka. Su triste destino se convirtió en la fuente de su inspiración porque su prometido, que estaba en el ejército, murió durante el levantamiento serbio contra el Imperio Otomano. Decidió entonces no casarse nunca y prolongar su memoria con versos cuya melancolía armonizaba perfectamente con la "sevdah", un género musical típicamente bosnio que sigue siendo muy popular.

Del Imperio Austrohúngaro a Yugoslavia

Tanto desde el punto de vista político como literario, el personaje de Ivan Franjo Jukić, nacido en Banja Luka en 1818, es representativo de las fuerzas subyacentes que agitaron el siglo XIX. Este franciscano, que se hacía llamar Slavoljub Bosnjak, seudónimo que no ocultaba su amor por su patria, entró en contacto con Ljudevit Gaj, el instigador croata del Movimiento Ilirio, que propugnaba la creación de un Estado único para todos los eslavos del sur, a quien envió sus primeros escritos. Después conoció a Bozidar Petranović, director de la revista serbio-bosnia Srpsko-dalmatinski, que publicó sus libros. El juego de poder era sin embargo sutil: mientras que su poema Slavodobitnica dedicado al gobernador Omer-Pasha Latas le granjeó la amistad de éste, sus Peticiones y súplicas de los cristianos de Bosnia-Herzegovina le costaron el repudio y el exilio. Murió en Viena en 1857. En la misma línea, Musa Ćazim Ćatić (1878-1915) y Aleksa Šantić (1868-1924) se inscriben en lo que es a la vez un deseo de independencia y la afirmación de una identidad nacional. El primero afiliaría su poesía a un linaje épico, dedicándola al amor -a Dios, a las mujeres y a su país- en Pjesme od godine 1900-1908, la única colección publicada en vida, mientras que el segundo se propondría denunciar en sus versos las injusticias sociales. Šantić también dirigió la revista literaria Zora (publicada en Mostar de 1896 a 1901), una de las muchas cabeceras que promovieron la aparición de corrientes europeas en los Balcanes, en particular el Romanticismo, y que abrieron sus columnas a un amplio abanico de autores, ya fueran serbios, croatas o musulmanes.

La Primera Guerra Mundial sonó el toque de difuntos de esta efervescencia, y también fue fatídica para Ivo Andrić, nacido en 1892 en el seno de una familia croata y en una Bosnia-Herzegovina administrada ahora por el Imperio austrohúngaro, ya que fue encarcelado en 1914 por su pertenencia a la Mano Negra, una sociedad secreta nacionalista serbia. En 1918 estaba de nuevo en Belgrado, primero como editor y luego como diplomático del reino de los serbios, croatas y eslovenos, que acababa de fusionarse con Bosnia-Herzegovina y que se convertiría en Yugoslavia en 1929. Aunque es difícil hablar de escritores bosnios en sentido estricto -la elección de nacionalidad se limita a serbios o croatas-, el periodo de entreguerras fue sin embargo literariamente fructífero. Podríamos mencionar brevemente los escritos de Isak Samokovlija, compañero de escuela de Andrić, sobre los judíos de Bosnia-Herzegovina, los dramaturgos Hamza Humo (1895-1970) y Ahmed Muradbegović (1898-1972), el gran poeta Antun Branko Šimić, que murió de tuberculosis a los 26 años, o Hasan Kikić, que escribió sobre la emancipación cultural y política de los musulmanes bosnios en el periódico Putokaz, que cofundó con Skender Kulenović y que apareció de 1937 a 1939. Pero ya se cernía la sombra amenazadora de los chetniks, seguida de la de la Segunda Guerra Mundial, que volvería a cubrirlo todo.

De la posguerra a nuestros días

En 1945 aparecieron La crónica de Travnik y El puente sobre el Drina, que Ivo Andrić escribió en Belgrado, ciudad que se negó a abandonar durante la guerra. En estos dos libros, el futuro Premio Nobel de 1961 se interesa por la Historia con mayúscula, tema que Mesa Selimović explorará también en Le Derviche et la Mort (colección L'Imaginaire, Gallimard), galardonada con el Premio Nin en 1966. Desenredar la madeja del pasado también interesará a Camil Sijarić, autor de Ram-Bulja, Bihorci, Mojkovacha Bitka, etc., nacido en Montenegro de madre albanesa en 1913 y fallecido accidentalmente en Sarajevo, todavía en Yugoslavia, en 1989. Branko Ćopić (1915-1984) también utilizará la escritura como exposición necesaria para descifrar los lazos, los que unen y los que entorpecen. Con un enfoque casi documental cercano a la crónica, evocará en su poesía las guerras y sus consecuencias(Borci i bjegunci, Planinci, Surova skola, etc.) pero también se convertirá, gracias a sus cuentos, en uno de los autores juveniles más ilustres de su país. La obra de Mak Dizdar (1917-1971), que se inspiró en gran medida en los stećci, lápidas medievales bosnias, se sitúa en la cumbre de esta voluntad de conciliar pasado y presente, tradición y modernidad.

Sin tregua ni remordimientos, la historia volvió a agitarse cuando se avecinaba la desintegración de Yugoslavia. Bosnia-Herzegovina proclamó su soberanía en 1991, confirmada por referéndum en 1992. Aunque la mayoría de los votantes estaban a favor de la independencia, el alto índice de abstención demostró la división de la población y presagió el mortífero conflicto que se avecinaba. Izet Sarajlić escribió un diario durante el asedio de Sarajevo, que se publicó en francés con el título Le Livre des adieux en 1997. Otros tomarán la dolorosa opción del exilio, siguiendo el ejemplo de Predag Matvejević (1932-2017), autor de la inclasificable Bréviaire méditerranéen (éditions Pluriel), que acabará nacionalizándose italiano, o de Velibor Čolić, que vive en Francia desde 1992, donde publica regularmente, en particular con éditions Gallimard(Sarajevo Omnibus, Manuel d'exil : comment réussir son exil en trente-cinq leçons, Le Livre des départs).

La guerra, y más concretamente Sarajevo, sigue estando en el centro de la obra de los autores contemporáneos. El gran poeta Abdulah Sidran, que también adquirió su reputación por haber guionizado las dos primeras películas de Emir Kusturica, dedicó a su ciudad natal, convertida en ciudad mártir, una obra homónima publicada en francés en 1994 por las ediciones Demi-cercle (desgraciadamente agotada). Dzevad Karahasan también tomó Sarajevo como escenario de tres obras traducidas a nuestro idioma, navegando del presente(Un déménagement, L'Âge du sable) al pasado con su obra La Roue de Sainte-Catherine : miracle que transcurre a principios del siglo XVII. Su hermano menor, Semezdin Mehmedinović, nacido en 1960 en Kiseljak, vio en 2022 Le Matin où j'aurais dû mourir ( La mañana en que debería haber muerto), publicada por el bello Le Bruit du monde; se inspira en su propia historia para retratar a un hombre que no quiere olvidar nada de su pasado, aunque eso signifique el exilio y el dolor. Para terminar, y puesto que por fin es más fácil conseguir novelas de escritores bosnios, no olvidemos a Aleksandar Hemon, publicado por Robert Laffont(Amour et obstacles, Le Projet Lazarus, L'espoir est une chose ridicule, etc.), y a Miljenko Jergovic, que sigue en el catálogo de Actes Sud(Le Jardinier de Sarajevo, Buick riviera, Volga, Volga).