Un cine joven pero vivo

La primera película guineana, Mouramani, apareció en las pantallas en 1953. Considerada por algunos la primera película africana, este cortometraje de 20 minutos narra la amistad entre un hombre y su perro. En 1958, Guinea creó rápidamente una industria cinematográfica estatal. Instituciones como Sily-Cinéma animaron a los artistas a implicarse en la creación. Así, el guionista Cheik Doukouré se labró una carrera entre Francia y Guinea colaborando con directores como Michel Audiard, Jean-Louis Trintignant y Claude Zidi. En 1986, colaboró en la película Black Mic-Mac, de Thomas Gilou, una comedia con trasfondo político. Comenzó a dirigir con Blanc d'ébène (1992), la historia de la oposición entre el juez Mariani, un colono enamorado de África pero odiado por todos, y Lanseye Kanté, un profesor y luchador por la independencia. Tres años más tarde, confirmó su talento con Le Ballon d'or, una obra de ficción inspirada en la historia real de Salif Keïta, el primer balón de oro africano. Fue también en esta época cuando, bajo el impulso de las políticas culturales o en coproducción con Francia, aparecieron en las pantallas internacionales las primeras películas guineanas. Gahité Fofana, director de documentales, retrata la realidad guineana en películas como Tanun (1994) o Mathias, le procès des gangs (1997). Al mismo tiempo, Mama Keïta ha dirigido varias ficciones entre Francia, Senegal y Guinea, como Ragazzi (1991), Le Sourire du serpent (2007) y L'Absence (2009), la última película del fallecido Mouss Diouf.

Nacido en Conakry, Cheick Fantamady Camara estudió cine en Uagadugú antes de regresar a Guinea. Su primera película, Il va pleuvoir sur Conakry (2007), dio la vuelta al mundo. Una pepita incisiva, en la que el cineasta utiliza la vida de un caricaturista para poner de relieve las disfunciones del país. Unos años antes, fue el director Manthia Diawara quien visitó la capital en Conakry Kas (2004), un edificante documental sobre la revolución cultural y su legado actual. Acompañado de celebridades y amigos como Danny Glover y Harry Belafonte, Diawara examina el destino de un país y su gente.

Hoy en día, el cine guineano lucha por exportarse, a pesar de las numerosas iniciativas y de una joven generación que intenta brillar en la escena internacional. Entre estas figuras, la directora Isabelle Kolkol Loua realiza películas que ponen de relieve los problemas de gestión plástica y de inmigración que son los de la Guinea contemporánea. Su última película, The Way (2019), ganó el premio Moussa Kémoko Diakité a la mejor dirección. Un premio en nombre de uno de los grandes realizadores de la primera generación de cineastas guineanos, cuya película Naitou l'orpheline (1982) fue galardonada con el premio Unesco en el festival panafricano de Uagadugú de 1984. Una prueba de que, a pesar de su accidentada historia, el cine guineano merece una mirada.