La sorprendente historia de esta pequeña ciudad, tan minera como termal, se relata fielmente en el museo Les Mémoires de Cransac. La ciudad ha pasado de una actividad a otra, aprovechando siempre las entrañas de su montaña. Nos encontramos en la tierra de "la montaña que arde", también llamada "el Vesubio del Aveyron". De esta montaña brotan, al pie de la colina, aguas minerales sulfurosas a 180°C. Sus virtudes curativas para las enfermedades hepáticas, intestinales y cutáneas se conocen desde el Imperio Romano Además de las aguas, hay hornos calientes de gas natural especialmente eficaces contra el reumatismo. Chirac, médico de Luis XV, también recomendaba los beneficios de una cura en Cransac La actividad termal alcanzó su apogeo en el siglo XIX con un parque termal, numerosos hoteles y un casino. Paralelamente a esta actividad termal, se desarrolló la actividad minera: se crearon minas subterráneas y a cielo abierto, con una treintena de pozos mineros que atravesaban el pueblo, con más de 3.000 trabajadores empleados en estas minas de carbón. Este fulgurante desarrollo económico condujo al cese de la explotación de las aguas termales de Cransac. Cuando se cerraron las minas en 1961, Cransac se renovó gracias a sus termas vinculadas a los hornos de gas natural, un fenómeno único en Europa. Desde 2003, un flamante establecimiento termal acoge a más de 5.000 curistas al año.

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