Narbona posee un patrimonio cultural y arqueológico muy rico gracias a la diversidad de influencias de las que se ha beneficiado. Todavía quedan obras maestras medievales como el palacio de los Arzobispos (cuya construcción se inició en el siglo XII), la abadía de Fontfroide (obra maestra cisterciense con más de mil años de antigüedad) y un buen número de joyas como el mercado Les Halles, de estilo baltardiano, el canal de la Robine y sus esclusas, el puente de los Mercaderes, que tiene la particularidad de ser uno de los pocos puentes sobre el que se construyeron viviendas, aún habitadas, en Francia… Desde su fundación en el año 118 a. C., la ciudad ha sido un cruce y un punto de encuentro estratégico entre el Atlántico y el Mediterráneo, el macizo Central y los Pirineos. Narbo Martius fue la primera colonia fuera de Italia que desempeñó un papel importante durante siglos. Estaba situada en la vía Domitia, la primera calzada romana de la Galia, que conectaba Italia y España. Narbona, lugar de intercambio y comercio, vio llegar a sus muelles aceite bético, cerámica de Italia, lámparas de aceite, bronce, materiales de construcción, y exportó los productos de su región, entre ellos vino, aceite de oliva, miel de romero que se vendía en Cartago por su peso en oro, así como sal, una de las materias primas de la Antigüedad. Cuna del romanismo entre el mar y la garriga, con unos viñedos que se extienden hasta donde alcanza la vista, es hoy una ciudad de mil facetas. Narbona, con más de trescientos días de sol al año, es un lugar donde destaca la buena vida. Un destino ideal durante todo el año, para descubrir o redescubrir en familia o con amigos.