La capitale en constante évolution. (c) shutterstock - LMspencer.jpg
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Una deslumbrante reconstrucción

En todo el país, las carreteras asfaltadas van sustituyendo poco a poco a las pistas. En Kigali se construye como locos. Los edificios brotan como setas y la ciudad se expande bajo la presión de los nuevos barrios. Los sectores de la hostelería y la restauración están en pleno auge. El país tiene una nueva identidad, la de un país emprendedor y sereno, resueltamente volcado hacia el futuro. Una especie de Singapur africano que apuesta por las nuevas tecnologías para impulsar su economía y brillar a escala internacional. Por supuesto, esta transformación acelerada no está exenta de consecuencias. Kigali pierde poco a poco su encanto, desnaturalizado por el hormigón. Lo que en los años sesenta era una pequeña ciudad de 5.000 almas se está convirtiendo en una poderosa megalópolis. Su calma y bonhomía se pierden en el rugido de los motores y la cacofonía del ruido urbano. El aire es a veces sofocante, saturado de la contaminación de los tubos de escape. Aunque la mayoría de la población vive en el campo, las ciudades son cada vez más atractivas para la nueva generación, que abandona de buen grado el trabajo agrícola en favor de puestos directivos mejor remunerados. Los jóvenes, cada vez más instruidos, se lanzan con confianza a la actividad empresarial, alimentados por una sed colectiva de modernidad.

Desarrollo del turismo eco-responsable

El turismo es una de las puntas de lanza de la Ruanda moderna. El gobierno depende en gran medida de los visitantes europeos y estadounidenses para sostener el desarrollo económico del país. Sin embargo, rechaza el turismo de masas y quiere centrarse en un turismo de lujo ecológicamente responsable. El precio de un permiso para ver a los gorilas ha subido de 700 a 1.500 dólares en pocos años. Para atraer a los viajeros adinerados, el Estado no escatima en recursos. Han surgido restaurantes y hoteles de lujo por todo el país. También se han hecho muchos esfuerzos para hacer el país más atractivo. En primer lugar, se han reintroducido algunas especies animales en el este del país. Felinos, jirafas y rinocerontes, que habían desaparecido en el país, se importaron de Sudáfrica para repoblar las sabanas del Parque de Akagera. Así pues, vuelve a ser posible admirar a los famosos cinco grandes (león, elefante, búfalo, leopardo y rinoceronte) en el país de las mil colinas. Ruanda compite así con su vecina Tanzania, destino de referencia para los safaris. También se ha hecho hincapié en la preservación del medio ambiente. Ya no se trata de desnaturalizar los paisajes deforestando en exceso, hay que preservar la belleza del país a toda costa. La población ruandesa, principal beneficiaria del turismo, ha aceptado de buen grado algunos sacrificios para perpetuar la llegada de visitantes. Dejar de cultivar dentro de los parques naturales, respetar el territorio de los gorilas, proteger a los animales salvajes, todo esto empieza a tener sentido para la mayoría de los ruandeses. Muchos antiguos cazadores furtivos se han convertido incluso en guardas forestales, prueba de que la noción de protección de la fauna salvaje está ahora en el centro de las preocupaciones del país.

Paul Kagame, hombre fuerte de Ruanda

A la cabeza de esta política de renovación está el Presidente Paul Kagame. Llegó al poder tras la victoria militar del Frente Patriótico Ruandés en 1994 y tiene muchos logros en su haber. Reducción de la pobreza, desarrollo económico, estabilidad política, ha hecho de Ruanda un ejemplo en el continente africano. Sin embargo, su mayor éxito será haber conseguido borrar la división étnica. Hoy ya no hay hutus ni tutsis, sólo 12 millones de ruandeses. En sólo una generación, los enemigos de antaño se han reconciliado y el país ha renacido. Hoy, la distinción étnica está proscrita por la Constitución. Sin embargo, no crean que todo es de color de rosa en el país de las mil colinas. El intransigente Presidente Kagame gobierna Ruanda con puño de hierro. Los opositores políticos son amordazados y, en ocasiones, duramente reprimidos. Los derechos de la prensa y la libertad de expresión son casi inexistentes y se vulneran con regularidad.

Un trabajo a largo plazo

Ruanda sigue siendo hoy prisionera de su imagen. Muchos occidentales tienen ideas preconcebidas sobre el país, que siguen viendo a través de las fotos del genocidio que en su momento difundieron todos los medios de comunicación internacionales. Para tranquilizar a los turistas indecisos, el gobierno ha invertido mucho en seguridad. La omnipresente policía patrulla todo el país y es inflexible e incorruptible. En cualquier caso, el pueblo ruandés, demasiado herido por la tragedia de 1994, no es muy proclive a la violencia. El índice de delincuencia aquí es muy bajo y los turistas suelen ser recibidos con los brazos abiertos. A pesar de su turbulento pasado, Ruanda es hoy uno de los países más seguros de África. Casi tres décadas después del genocidio, la población muestra una disposición general a olvidar las masacres. Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud, el 28% de los ruandeses sufre estrés postraumático. Los trastornos psicológicos se observan sobre todo en personas de unos 30 años, que eran niños pequeños en el momento del genocidio. En todo el país se organizan grupos de discusión con la ayuda de asociaciones locales e internacionales. Una buena manera de exorcizar los fantasmas del pasado. El reto de la Ruanda moderna es conseguir lidiar con su siniestra historia para mirar al futuro sin caer en la trampa de una modernización excesiva. En los próximos años, el país se enfrentará a muchos retos. En primer lugar, tendrá que aprender a regular su explosión demográfica gracias a la estabilidad y seguridad del país. Luego está la falta de tierras cultivables, que obliga al gobierno a importar alimentos para alimentar a su creciente población. Por último, el uso masivo de pesticidas y el aumento de la contaminación son problemas que habrá que resolver en un futuro próximo.