Formentera vista desde fuera..
El griego Estrabón fue probablemente el primero en mencionar Formentera en su Geografía. Era el siglo I a.C. y la llamó "Ophioussa", que Plinio el Viejo -muerto en el 79 d.C.- tradujo como "la isla de las serpientes". - tradujo como "la isla de las serpientes". El nombre contemporáneo, que se cree que data del siglo XIII, también guarda sus secretos, aunque generalmente se piensa que tiene su origen en el trigo, la variedad que adorna la bandera nacional. Sea como fuere, el cambio de nombre es sobre todo la prueba de una evolución: de una isla que daba cobijo a serpientes (y más a menudo a piratas, que encontraban en ella un valioso escondite en el Mediterráneo), pasó a ser una isla nutricia con una población permanente. Pero pensar que la vida allí fluía apaciblemente, al ritmo de las olas y del viento que soplaba entre las espigas, sería un atajo bastante presuntuoso. Prueba de ello es la epopeya del diplomático y poeta islandés Snore Sturlusson (1179-1241) -conocida en francés como La Saga de Sigurd le Croisé Jorsalfar et de ses frères Eystein et Olaf-, que describe una horrible batalla durante la cual varios nativos, que vivían en una cueva, perecieron a manos de los vikingos noruegos.
Cuatro siglos más tarde, la isla vuelve a parecer un poco desolada, ya que en La Diane amoureuse (publicada por Classiques Garnier), está deshabitada y es refugio de los supervivientes de un terrible naufragio. Sin embargo, Formentera puede enorgullecerse de servir de telón de fondo, durante unas pocas páginas, a una obra escrita por el valenciano Gaspar Gil Polo en 1564, un texto que pretendía ser una continuación de los Siete libros de la Diana (1559) de Jorge de Montemayor. De hecho, esta novela pastoril ejerció una enorme influencia en la literatura europea, e incluso se dice que orientó las posteriores investigaciones de Shakespeare (para La Tempestad, publicada en 1611) y Jean-Jacques Rousseau. Por último, el siglo XVIII no fue mucho más halagüeño, como sugiere el título elegido por el prolífico dramaturgo alemán August von Kotzebue: Der Eremit auf Formentera. La figura del ermitaño isleño protagonizaría la ópera homónima de Peter Ritter en 1788, pero también aparecía en el trasfondo de otros muchos textos, entre los que destaca Gil Polo.
Paradójicamente, aunque Formentera no siempre parece inspirar a los escritores de ficción, sí parece encender la imaginación de los científicos. Tras ser objeto de un estudio geográfico (y pragmático) por parte de Vargas Ponce en 1768(Descripciones de las islas Pythiusas y Baleares), atrajo a principios del siglo XIX a científicos que perseguían un proyecto mucho más ambicioso: medir un arco de meridiano. Esta expedición geodésica tuvo sin embargo un impacto en la literatura, ya que fue sin duda gracias a ella -y por mediación de un amigo y hermano del astrónomo François Arago, que realizó los cálculos con otro francés, Jean-Baptiste Biot- que Julio Verne descubrió Formentera y decidió describirla en Hector Servadac: voyages et aventures à travers le monde solaire, publicado en 1877 por Hetzel.
... y desde el interior
Así que, la hayan visitado o no, la isla inspira a los escritores extranjeros, pero ¿y a los autóctonos? A decir verdad, la literatura no es algo habitual en Formentera desde hace muchos siglos, al menos no en la forma tradicionalmente aceptada de estar escrita en blanco y negro. De hecho, por muy rica que sea la tradición oral, los libros son escasos, y ello por dos razones, ambas ligadas al modesto tamaño de la isla, como dos caras de una misma moneda. Formentera es casi una isla en tamaño, menos de 85 km², lo que ha frenado el desarrollo de sus infraestructuras, sobre todo en comparación con Ibiza, donde la aparición de la prensa -que acoge con gusto los escritos de los escritores emergentes- y de las escuelas -porque en Formentera el dinero escasea y el futuro de los hijos de campesinos es limitado, por lo que se necesitan medios para estudiar lejos- es mucho más temprana. La segunda explicación también está ligada a la pequeña escala: cuando la población apenas supera los 10.000 habitantes, no hay necesidad de plasmar por escrito lo que se puede compartir oralmente Sobre todo en lo que se refiere a la poesía -un arte que apasiona a los formenterenses tanto como a los ibicencos- y a los cuentos, esa riqueza infinita que se transmite de boca en boca desde la noche de los tiempos en las tradicionales tertulias nocturnas. Aunque no todos dominen la palabra escrita, esto no significa que todos carezcan de imaginación. Al contrario, la palabra hablada es viva y estructurada, incluso severamente versificada, cuando no se convierte en canción. De hecho, las cantadas formaban parte de las celebraciones comunitarias y eran tan importantes como los bailes tradicionales, que seguían dos secuencias rítmicas básicas: a la llarga y a la curta. Una particularidad de Formentera, declarada Bien de Interés Cultural en 2005, son las caramelles en Navidad (o Semana Santa), cantadas en las iglesias por dos hombres, uno acompañado de castañuelas y el otro de un espasí (instrumento típico balear). Las caramelles utilizaban la misma técnica que las cantades: el cantar redoblat, que consistía en hacer vibrar las cuerdas vocales al final de una frase para obtener un sonido gutural (que a veces ahogaba la pobre rima). Este folclore empezó a perderse a mediados del siglo XX, al tener que hacer frente a la Guerra Civil y sus severas restricciones. En la actualidad, se hace todo lo posible por conservarlo, lo que ha dado lugar a la recopilación de canciones y a la publicación de antologías de cuentos y leyendas, generalmente inspirados en la naturaleza, los animales y los paisajes; un ejemplo son las Rondaies de Formentera, recopiladas por Joan Castelló Guasch ya en 1876. Marià Aguiló i Fuster (1825-1897), por ejemplo, recogió la historia de Don Enric y Don Blasco en La Mola en 1853 y la incorporó a su gran Romancer popular de la terra catalana, publicado cuarenta años más tarde.Más recientemente, en la década de 1980, la Obra Cultural Balear de Formentera decidió recompensar a los artistas que trabajan en la salvaguardia del patrimonio inmaterial mediante la concesión de los "Premios Pep Simón", que llevan el nombre de un cantante tradicional.
La era contemporánea
A mediados del siglo XX, la isla experimentó una auténtica transformación, tanto a nivel global como social, propiciada sobre todo por el fuerte desarrollo del turismo y la oleada de hippies (o beatniks, según se mire) que crearon un mito, no verificado ni comprobable ya que no hay fotografías registradas y el único testigo de la presencia del futuro Premio Nobel de Literatura 2016 ya ha fallecido, pero se dice que Bob Dylan vivió en la isla durante la primavera de 1967. Anécdota aparte, el poder adquisitivo aumentó, la oferta cultural se diversificó, los estudiantes se convirtieron en profesores y aparecieron publicaciones periódicas(Poble de Formentera) que empezaron a publicarlas. Por último, las cuestiones políticas -en el sentido más amplio del término- estaban en boca de todos, lo que propició la publicación de obras que invitaban a la reflexión, como Ecología de Formentera, de Santiago Costa Juan (1985), y Formenteras a Cuba (1996), de Jaume Verdera i Verdera, que trataba sobre la expatriación. La toma de conciencia de los problemas sociales -de nuevo suscitados por las guerras de principios de siglo- y la necesidad de forjar y definir una identidad propia explican también la proliferación de libros que cuestionan la Historia, por citar sólo algunos: Historia de una isla de José Luis Gordillo Courcières en 1981, Dos ensayos sobre Formentera del mismo autor en 1983 o Arquitectura defensiva de Formentera de Eduardo J. Posadas López en 1995. Juan Bautista Costa Juan se interesó por el pasado de la marina mercante, mientras que a Pío Tur i Mayans le fascinaba la música.
El género de la novela no parece ser aún el favorito de los autores locales, pero sin embargo es explorado por los isleños de adopción, tanto si se instalan en Formentera por poco como por mucho tiempo. El holandés Bert Schierbeek (1918-1996), por ejemplo, publicó dos relatos muy influidos por su nuevo entorno: Weerwerk en 1977 y Betrekkingen en 1979. También publicó un poemario, sobriamente titulado Formentera (1984), que fue traducido al catalán, inglés y francés (por Royaumont, pero el título está desgraciadamente agotado). Aunque nació en la península en 1908, Francesc Masdeu Giménez vivió en Formentera desde 1949 hasta su muerte en 1991. Escribió varias novelas, la más famosa de las cuales es Rita la hija del normando (1983), directamente inspirada en el folclore local. Este maestro también incursionó en el teatro, una forma de arte que parece atraer a los habitantes de la isla, quizá porque el disfraz ya formaba parte de la tradición popular en los días de júbilo, Carnaval o Noches de Reyes. A principios del siglo XX, se convirtió en una herramienta pedagógica gracias a Lluís Andreu Minguet (Valencia, 1898-Alzira, 1976), un rasgo que le ha acompañado, como demuestran las Rondaies de Guasch, adaptadas al público infantil en los escenarios en los años ochenta. Actividad escolar por excelencia, el teatro también atrae a los adultos, hasta el punto de que a principios de la década de 2000 las compañías locales comenzaron a realizar giras fuera de la isla. Vincent Ferrer i Mayans fue elogiado en 2006 por Carnatge, l'últim nibelung. También es redactor jefe de laEnciclopedia de Ibiza y Formentera y escribe guiones de cómic(Història de les Pitiüses). Por último, la poesía sigue siendo popular, y la nueva generación parece estar en la figura de Iris Palomo Ribas, nacida en la isla en 1980, galardonada con el premio Art Jove en 2001 por Lección magistral.