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Lengua unitaria y dialecto

Como una reminiscencia de la Revolución Francesa, la idea de una patria unificada comenzó a surgir en Italia a finales del siglo XVIII, y fue una vez más Francia, en la piel de Napoleón Bonaparte, la que barajó de nuevo la baraja anexionándose algunos estados del norte. De las revueltas a los motines, de las insurrecciones a las guerras de independencia, la interacción política entre las naciones vecinas acabó desembocando, en 1861, en una Italia similar a la que conocemos hoy. Pero aún era necesario unir a estos pueblos cuya diferencia más notable radicaba en la multitud de dialectos hablados. Hasta entonces, el toscano había sido el preferido por los escritores; Dante, Petrarca y Boccaccio, las "tres coronas", ya lo habían favorecido, y parecía natural mantenerlo como única lengua nacional. Sin embargo, en esta nación en ciernes, en la que la mayoría de la población es analfabeta, sigue siendo necesario tender un puente entre la lengua escrita y la lengua hablada.
Alessandro Manzoni, que publicó en 1825 su obra maestra, Los novios, una trágica historia de amor frustrado, fue el hombre que lo hizo. Pero no estaba satisfecho con esta primera versión, que consideraba inaccesible, por ser su toscano demasiado elitista. Así que decidió probar con el florentino vivo, la lengua de Florencia, para reelaborar su texto y modelarlo lo más cerca posible de lo que había oído. Para ello, con la ayuda de dos amigos, "enjuagó sus sábanas en el Arno". En 1840 apareció una versión revisada, simplificada y definitiva. En 1868, a petición del Ministro de Instrucción Pública, presidió una comisión encargada de difundir y promover la lengua toscana renovada en todo el país, en particular mediante la distribución de manuales escolares, ya que había que inventarlo todo y era la nueva generación la que serviría de trampolín.

Su novela se convertiría en uno de los símbolos de la unificación en curso, conocida como el Risorgimento, o "renacimiento", que se debatía y discutía en los cafés de Turín: lo era por partida doble, tanto por la lengua como por el tema, porque los italianos habían encontrado otra cosa en común, su atracción por el Romanticismo. Sin embargo, hay un abismo entre elegir una lengua común e imponerla: hasta 1999, un decreto no hizo explícito que la lengua oficial de la República era el italiano.

El siglo XX

Carlo Levi nació en Turín en 1902. Licenciado en Medicina, prefirió dedicarse a la pintura y, sobre todo, a la lucha contra el fascismo, que poco a poco iba carcomiendo el país. Detenido en 1935, fue condenado al exilio en el sur de Italia y a arresto domiciliario en el pequeño pueblo de Aliano. De estos dos años, que le marcaron tanto que su último deseo fue ser enterrado allí tras su muerte en 1975, se trajo un libro, uno de los mayores y más bellos clásicos de la literatura italiana, Le Christ s'est arrêté à Eboli, disponible en Folio. En esta autobiografía, publicada justo después de la Segunda Guerra Mundial, relata una región abandonada y sus habitantes abandonados a su suerte, y con un estilo inédito se convierte en poeta de la miseria y la desolación.
Otro relato, publicado en 1947 por su casi tocayo Primo Levi, también nacido en Turín en 1919, también conmocionó a los lectores, aunque la primera tirada se mantuvo confidencial y pasarían unos quince años antes de que su voz fuera finalmente escuchada. Si c'est un homme describe la deportación de la autora a Auschwitz en febrero de 1944 y su supervivencia en el interior del campo de exterminio. Tras su milagroso regreso, Primo Levi pareció recomenzar una vida normal, escribiendo este texto con el apoyo de Lucía, su futura esposa, a la que acababa de conocer, reanudando su trabajo y convirtiéndose en padre por primera vez en 1948. Sin embargo, le resultaba imposible olvidar, como el mundo que le rodeaba parecía dispuesto a hacer, por lo que comenzó a hacer campaña. Su primer texto fue reeditado en 1958, traducido al inglés y luego al alemán, y comenzó a escribir La Trêve (La Tregua), que narraba su viaje de regreso a Italia, publicado en 1963. Era escuchado y reconocido, y por fin la prensa hablaba de él, pero a pesar de todo, ese año estuvo marcado por los signos de una depresión de la que nunca se recuperaría. Primo Levi siguió escribiendo, viajando, dando conferencias, haciendo que no se olvidara lo impensable y lo insuperable. Perdió la vida en 1987 en lo que muchos creen que fue una caída deliberada desde una escalera.
La muerte de Cesare Pavese, el 27 de agosto de 1950 en Turín, no dejó lugar a dudas: el hombre se había suicidado, como confirman la nota que dejó en su habitación del Hotel Roma, la última frase de su última novela, La muerte vendrá y tendrá tus ojos, y una nota en su diario que se publicaría dos años más tarde con el título El negocio de vivir. Una vida corta, apenas 42 años, y sin embargo una obra inmensa, densa y eterna.