Este pueblo del Parque Regional de los Montes de Ardèche parece estar en el fin del mundo y no le falta encanto. Desde lejos, se puede ver este pueblo encaramado a 750 m de altitud, al pie de su roca volcánica de color gris oscuro. Alrededor de la iglesia se apiñan unas cuantas casas de piedra, protegidas del viento y expuestas al sol, algunas del siglo XVII. El posadero o el cantero le dirán que su pueblo ha sido reconstruido en parte con las piedras del antiguo castillo de 365 ventanas, destruido durante las guerras de religión. Desde la cima de la roca, en un día claro, se pueden ver los Alpes y el valle del Ródano.

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