Espiritualidades precolombinas
Antes de la llegada de los conquistadores, las grandes civilizaciones precolombinas estaban confinadas a ciertas zonas como las regiones andinas y Mesoamérica. Costa Rica se desarrolló al margen de grandes civilizaciones como los aztecas, en el actual México, y los mayas, en los actuales Belice, Guatemala y Honduras. Aunque escasamente poblado, este pequeño y hostil territorio se encontraba en la encrucijada de varias civilizaciones. A falta de datos fiables, debido también a la ausencia de escritura y a la dispersión de la población, es imposible determinar el número real de habitantes antes del siglo XV. Sin embargo, las estimaciones oscilan entre 30.000 y 40.000 habitantes.
Los jefes de las tribus, conocidos como "caciques", ostentaban el poder desde sus antepasados y transmitían su autoridad de padres a hijos. Además de jefes, eran curanderos e intermediarios entre el mundo físico y el espiritual. Apegados al chamanismo y al animismo, los pueblos que ocuparon la Costa Rica precolombina no estaban dominados por ninguna otra civilización y, sin un marco político o social realmente definido, todas las aldeas libraban despiadadas guerras entre sí. Diferentes guerreros de distintas tribus organizaban incursiones en territorio enemigo con el fin de capturar prisioneros, bien para hacerlos esclavos, bien para ofrecerlos como sacrificios. Respecto a esta última práctica, el volcán Poás, situado en la actual provincia de Alajuela, era uno de los lugares preferidos para ofrecer jóvenes vírgenes capturadas por el enemigo. Abiertas en canal o arrojadas vivas por los sacerdotes a la caldera (cráter), eran sacrificadas como ofrendas a los dioses. Aunque los conflictos internos sugieren que el territorio estaba dividido, algunos vestigios de objetos encontrados demuestran la existencia de creencias comunes. Pintados de negro y rojo, varios objetos transmitían un mensaje religioso: el negro representaba el reino de los muertos, mientras que el rojo simbolizaba el sol. Este tipo de cerámica se encuentra en la cultura Papagayo, en Guanacaste, y en la cultura Huetar, en el Valle Central.
Bribris y Cabécares: en contacto espiritual con la Tierra
Aunque hablan dos lenguas distintas, los bribris y los cabécares forman un único grupo étnico conocido tradicionalmente como el pueblo de Talamanca, término derivado de su territorio natal, la selva de Talamanca. Formada por unas 20.000 personas, esta gran familia comparte un mismo sistema de creencias y es relativamente conocida por su conexión con la Tierra. Los bribris y los cabécares transmiten la espiritualidad de la Madre Tierra de generación en generación. Para la mayoría de los grupos étnicos, la Tierra es un ser vivo, independiente e inmortal, que nace, crece, da vida y mantiene el ciclo del mundo viviente. Esta espiritualidad es también una filosofía: la naturaleza forma su identidad y no es sólo un recurso. Estas comunidades tienen un verdadero conocimiento del bosque, en el que cada planta y cada árbol cuentan una historia. Las plantas también tienen una energía vibratoria, y las tribus se conectan a ella para curar muchos males.
Conservada por los chamanes, esta cosmogonía tiene como figura central a Sibú, también conocido como Sibö o Zipoh. En palabras de Carlos Aguilar, reconocido arqueólogo costarricense, "Sibú es el Ser Supremo de los talamancas, el Gran Espíritu; omnipotente y omnipresente. Representa el espíritu del bien; se le respeta, pero no se le teme, no se le venera, no se le rinde culto". Según la leyenda, el mundo primitivo, sumido en las tinieblas, estaba poblado por seres malignos, los Sòrburus. Uno de ellos, Sibökomo, fue el primer "awa", es decir, el primer chamán. Este título le confería ciertos poderes, entre ellos el de poseer piedras mágicas que le transmitieron la idea de crear vida en la Tierra. Sin embargo, los Sòrburus habían marchitado la superficie de la Tierra hasta la esterilidad, haciendo imposible que las semillas humanas "germinaran". Sibökomo, decidido a crear vida, decidió tomar como rehén a su sobrina Sìitami, hecha de tierra. Un día, una de estas piedras macho se perdió en el interior de Sìitami: la joven quedó embarazada y dio a luz a su hijo Sibú nueve meses después. Cuando nació, los Sorburus intentaron matarlo, pero una colonia de hormigas lo escondió hasta que creció y volvió para luchar contra sus enemigos, entre ellos Sórkula, el más poderoso de todos, al que derrotó con engaños.
Por último, un aspecto importante de las manifestaciones religiosas de los talamanqueños son sus ritos funerarios. Estos ritos consisten en un entierro inicial en el que el cadáver envuelto se deja en el bosque para que se descomponga, seguido de un entierro secundario en el que los huesos se entierran en el bosque. Durante estos ritos, los cantos fúnebres acompañan al alma del difunto hasta la casa de Sulá. Padre de la Tierra, llamada Iriria, Sulá ofreció semillas a Sibú para crear la especie humana. De este modo, Sulá modelaba a los humanos uno a uno, decidiendo la personalidad y las características de cada uno. Los hombres eran creados de arcilla antes de ser bañados en las aguas del río. En un testimonio dado por un chamán bribri a la antropóloga María Eugenia Bozzoli, aprendemos: "Es allí, en las aguas donde nos lavaron. Sula baña nuestra carne en esas aguas de colores que posee. Si soy oscuro, mi agua es opaca; si eres blanco, tu agua es clara". Así lo planearon Sibö y Sulá.
Evangelización a través de la religión católica
Fundado en 1535, el Virreinato de España estaba destinado a administrar los recursos de las colonias. En aquella época, el territorio no despertaba realmente el interés de la corona, y no fue hasta 1561 cuando Juan de Cavallón Arboleda, conquistador español, y el padre Juan de Estrada Rávago se lanzaron a colonizar un territorio donde la vida social y religiosa estaba reducida al mínimo. Los sacerdotes se encontraron con iglesias despobladas e hicieron repetidos intentos por animar a la población a asistir a misa. Así pues, la evangelización de las poblaciones indígenas se convirtió en una prioridad para implantar la religión católica en el territorio. Los misioneros españoles recibieron el encargo de someter a las distintas tribus y se les ordenó emprender una "guerra justa" en caso de rebelión de los caciques. Esta evangelización forzosa iba acompañada de saqueos, conversión en esclavos y torturas. La Iglesia Católica, bajo la Inquisición, imponía toda una serie de castigos a los que no se sometían. Perafán de Rivera, virrey de Cataluña y partidario de la Inquisición, introduce el sistema de encomiendas. Pretexto para cortar de raíz cualquier proyecto de rebelión, este sistema permitía a los colonos disponer de mano de obra autóctona, al tiempo que les comprometía a proteger y evangelizar a las distintas tribus. En teoría, el sistema de encomiendas era ilegal y sólo la Corona española tenía potestad para establecerlo. Pero, desinteresada por la gestión logística de la colonia costarricense, la Corona española no organizó la colonización del territorio y las encomiendas siguieron su curso. Durante los siglos siguientes, el catolicismo se infiltró en todas las etnias y culturas: la Iglesia intervino cada vez más ante estos pueblos para convertirlos, por considerarlos demoníacos. Estos pueblos querían romper el vínculo con su supuesta cultura pagana y no les preocupaba salvar su identidad cultural. Como consecuencia, muchos pueblos indígenas se pasaron a la fe católica al darse cuenta de que su espiritualidad estaba en declive. Hasta mediados del siglo XIX, el país estaría formado por dos religiones: la católica y la indígena, conocida como animista. En 1750, para una población de 29.268 habitantes, había unos 17.000 cristianos y 12.212 indígenas con creencias locales. Hoy, el catolicismo es la religión del Estado. El artículo 75 de la Constitución vigente establece: "La religión católica, apostólica y romana es la del Estado; éste contribuye a su mantenimiento sin impedir el libre ejercicio, en la República, de otros cultos que no sean contrarios a la moral o a las buenas costumbres universales".
Religión y espiritualidad desde el siglo XIX
En la actualidad, alrededor del 70% de los costarricenses se identifican como católicos y el 5,4% como protestantes. El protestantismo llegó a Costa Rica a finales del siglo XIX, de la mano de los comerciantes británicos y la población negra caribeña. A pesar de una fe aparentemente infalible en la Iglesia, las cifras empezaron a cambiar a mediados del siglo XX: algo menos religiosos y mucho menos practicantes, los costarricenses se abrieron a otras formas de creencia y espiritualidad. En los años sesenta, casi 10.000 de los 1,5 millones de habitantes del país se declaraban ateos, pero la religión cristiana seguía teniendo el monopolio sobre las espiritualidades indígenas, en total declive en aquella época. A principios de la década de 1970, el bahaísmo, religión monoteísta abrahámica que proclama la unidad espiritual de la humanidad, ganó popularidad y se convirtió en la tercera religión más practicada del país. Tras los escándalos relacionados con agresiones sexuales a menores por parte de sacerdotes, la Iglesia se ha visto sumida en el caos, y la confianza de los costarricenses en ella sigue cayendo en picado. Cansados de la imagen de una Iglesia que se había vuelto demasiado conservadora, los costarricenses recurrieron a religiones y creencias distintas del catolicismo. Desde finales de la década de 1990, varias sectas, procedentes sobre todo de Estados Unidos, se han asentado en Costa Rica. Además, una pequeña comunidad judía y religiones del Lejano Oriente cuentan ya con varios miles de seguidores. En 2024, el 50% de la población era católica, el 33% se identificaba con la religión evangélica y el 16% decía no tener religión. Los costarricenses se declaran católicos practicantes: organizan bautizos, van a la iglesia para las bodas y mantienen ceremonias religiosas para los funerales. Los diversos acontecimientos vinculados estrecha o remotamente al catolicismo son sobre todo tradiciones populares que se han convertido en culturales: los pequeños pueblos siguen celebrando fiestas religiosas para marcar su identidad, mantener sus tradiciones y atraer a muchos turistas. Cada 2 de agosto, la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles, en Cartago, reúne a millones de peregrinos en torno a "La Negrita", la Virgen Negra declarada patrona de Costa Rica y protectora de las Américas.