Desde los inicios hasta la década de 1970

Como en la mayor parte de Europa, el séptimo arte apareció en Bulgaria a principios del siglo XX por iniciativa de los hermanos Lumière, que organizaron la primera proyección cinematográfica en la ciudad de Ruse. En 1915, Vasil Gendov dirigió El búlgaro es un galán (Balgaran e galant) y firmó lo que puede considerarse el primer éxito búlgaro. Al igual que Gendov, Boris Grezov se convirtió en un auténtico pionero del cine búlgaro, con obras como Después del incendio de Rusia y Tumbas sin piedras. Hasta mediados de los años 1930, el cine búlgaro parecía consistir principalmente en adaptaciones literarias, interpretadas por actores con formación teatral. Desde principios de los años cuarenta hasta finales de los sesenta, el cine búlgaro (como el del resto de Europa) atravesó un período oscuro y vacío. Primero en manos de los fascistas y luego entregado a los comunistas al final de la Segunda Guerra Mundial, el séptimo arte búlgaro se convirtió en una herramienta de propaganda en la que se privilegiaban las obras ideológicas. Los años setenta, sin embargo, simbolizaron un pequeño renacimiento del cine búlgaro, con, por ejemplo, Cuerno de cabra (1972), de Metodi Andonov, uno de los primeros éxitos internacionales búlgaros. Otras películas de este período son Vacaciones de verano (1974), de Christo Christov, y Los zapatos de charol del soldado desconocido (1979), de Rangel Vulchanov.

Desde la caída del comunismo hasta la actualidad

A pesar de este renacimiento de los años 1970, el cine búlgaro luchó por hacerse un nombre, y aunque el desmantelamiento de la Unión Soviética propició el cine independiente, la industria cinematográfica del país necesitaba financiación. Sin embargo, algunas obras consiguieron traspasar fronteras y aportaron a Bulgaria cierto reconocimiento internacional, como Ivan y Alexandra (1988) y Después del fin del mundo (1999), de Ivan Nitchev, pero también Los amigos de Emilia (1995), de Ludmil Todorov. Los primeros años de la década de los 2000 fueron probablemente los más prósperos: Iglika Trifonova dirigió Carta a América, Zornitsa Sophia ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de Sarajevo en 2004 por Mila from Mars, y Stolen Eyes, de Radoslav Spasov, fue preseleccionada para los Oscar en 2006. En 2008, surge un talento búlgaro: Stephan Komandarev dirige la road movie El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquina, preseleccionada para los Oscar. En 2014, Komandarev dirige The Judgment, el mismo año en que los cineastas búlgaros Kristina Grozeva y Petar Valchanov presentan su película La lección en el Festival de Toronto, en la sección Contemporary World Cinema. Uno de sus protagonistas, el actor Ivan Brnev, aparece en la comedia de producción española Vasil (2022), interpretando a un inmigrante búlgaro que entabla una curiosa amistad con un arquitecto jubilado. En 2016, los dos directores compitieron en el Festival de Locarno con su obra Un minuto de gloria, codo con codo con Ralitza Petrova y su obra Godless, que finalmente ganó el Leopardo de Oro. Más recientemente, Komandarev regresó con la primera parte de una trilogía social, Taxi Sofia (2017), presentada en el Festival de Cannes en la sección «Un certain regard». La segunda parte se estrenó en 2019 bajo el nombre de Rounds, y la tercera, Las lecciones de Blaga, en julio de 2023.

Por último, la animación también tiene una buena representación y es una rama comprometida. En 2006, en el Festival Internacional de Cine de Animación de Annecy, Andrey Tsvetkov ganó el premio Unicef por su cortometraje Cherno na byalo (Negro sobre blanco), una protesta contra una sociedad que rechaza las diferencias.