Monastère de Bachkovo © Nataliya Nazarova - Shutterstock.Com.jpg
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Monasterios: símbolos de identidad nacional

Los primeros monasterios búlgaros se construyeron en las cercanías de las grandes ciudades durante la Edad Media. En el siglo X aparecieron los primeros cenobios, que en un principio eran ermitas. En los siglos XI y XII, se contruyeron el de Rila, el más famoso, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, el de Bachkovo y el de Lesnovski.

Durante el período de dominación bizantina (1018-1186), los monasterios ayudaron a preservar la identidad nacional, la lengua y la literatura búlgaras, y permitieron su renacimiento con el Segundo Imperio Búlgaro. Al mismo tiempo, en el siglo X se instalaron las primeras iglesias rupestres y los monasterios basados en ese modelo construido aprovechando las irregularidades naturales, como cuevas y cavidades en la roca. Los más famosos son el monasterio de Ivanovo, en el Parque Natural del Rusenski Lom, también declarado Patrimonio de la Humanidad, el de Kreptcha y el de Karloukovo. Los cenobios de Sveta Bogoroditsa, Sveta Troitsa –en Veliko Tarnovo–, Kilifarevo, Batoshevo, Zemen y Dragalevtsi también datan de esta época.

Las primeras comunidades monásticas se desarrollaron durante estos períodos. Las más famosas son las de Tirnovo, en Sveti Chetirides, y Muchenitsi, y junto a Sliven, las de Vidin y Asenovgrad. El famoso complejo de Mala Sveta Gora (Pequeño Monte Athos) constaba de catorce monasterios. Cabe señalar que, a pesar de los escasos riesgos en el momento de su construcción, cuando Bulgaria estaba plenamente cristianizada, la mayoría de ellos fueron fortificados principalmente para luchar contra los ataques de ladrones y otros saqueadores. Durante el período de dominación otomana, del siglo XIV al XIX, la mayoría fueron destruidos o quedaron desiertos, sobre todo durante los primeros años tras la invasión. Hoy en día, los complejos y las comunidades monásticas ya no existen realmente. Cada monasterio se administra independientemente.

El renacimiento de los monasterios

Los monasterios sufrieron ataques indiscriminados y lograron sobrevivir gracias a los habitantes, que los reconstruyeron para resistir ante tal amenaza. A partir del siglo XV, los búlgaros comenzaron a restaurar algunos de los destruidos, pero también construyeron otros nuevos. Así aparecieron los monasterios de Eleshnitchi y Bilinski, y se restauraron y ampliaron los de Rila, Bachkovo, Preobrajenie y Troyan. Los monasterios de Hilendar y Zograf, en el Monte Athos, desempeñaron un importante papel en el mantenimiento de la vida religiosa bajo la presión de los ocupantes. Poco a poco, algunos de estos cenobios se convirtieron en centros de la cultura búlgara y, a principios del siglo XIX, en el foco de los primeros movimientos revolucionarios nacionalistas. Contaban con bibliotecas, escuelas de escritura búlgara y estrechos vínculos con otros monasterios de Rusia, Serbia, Moldavia, Valaquia y el Monte Athos en Grecia. Durante muchos siglos, siguieron siendo los «guardianes» de la espiritualidad búlgara, el único lugar donde era posible encontrar obras de la literatura búlgara, así como documentos sobre la historia nacional, aunque desgraciadamente muchos han sido expoliados desde entonces, lo que ha hecho que el patrimonio se haya dispersado en colecciones privadas y en varios museos. Su papel en la lucha por la independencia fue crucial, gracias a la conservación y la transmisión de la cultura búlgara que llevaron a cabo.

Una visita a un monasterio

Casi todos los monasterios pueden visitarse si están en activo, tanto si los dirigen religiosos como laicos. El más grande, el más conocido y visitado es el de Rila (seguido de Troyan y Bachkovo), en el parque nacional del mismo nombre, que se encuentra a 120 km al sur de Sofía. En este y en algunos otros monasterios se puede pernoctar por unas pocas leva. Solo se debe dirigir a recepción y preguntar si hay alguna habitación disponible. Le pedirán el pasaporte y le indicarán su habitación, con lo que tendrá un acceso que otros visitantes no tienen: a la planta superior. En temporada alta escasean las plazas, sobre todo en el monasterio de Rila. No obstante, no es posible reservar con antelación, así que es cuestión de suerte. En otoño e invierno las habitaciones son bastante frescas, cuando no están frías, pero la experiencia merece la pena.
Dependiendo del monasterio, de nuevo el aparcamiento es de pago, normalmente entre 1 y 5 leva. Los encargados del aparcamiento se acercarán directamente a usted para cobrar la tarifa.
Está permitido hacer fotos tanto desde el exterior como en el patio, pero una vez que se entra en la iglesia del monasterio, las fotos están prohibidas. A veces se permiten si se paga. La toma de fotografías está estrictamente supervisada. Las normas exigidas por el monasterio aparecen siempre en forma de pictogramas en un cartel a la entrada. Verá incluso la prohibición de utilizar drones. Además, notará la presencia de perros y gatos, fieles compañeros del monasterio, limpios y tranquilos, a los que podrá acariciar sin miedo.
Ahora que ya conoce las normas de respeto de un monasterio, admire el arte religioso que incluye las destacadas pinturas e iconos.

El nacimiento y la expansión del arte religioso

Bulgaria posee un rico patrimonio de arte religioso. Evidentemente, al igual que otros países ortodoxos, está marcada por el arte del icono. El icono búlgaro tiene una larga historia. Llegó en el siglo IX, al mismo tiempo que el cristianismo procedente de Constantinopla, y ha logrado convertirse en un tipo de arte por derecho propio a medida que se popularizaba. Los primeros iconos hallados en las excavaciones arqueológicas de Preslav son de cerámica, lo que constituye un hecho original. La abundancia de fragmentos y hornos atestigua que esta técnica era muy utilizada. El icono más antiguo es el de San Teodoro (de finales del siglo IX, principios del X), marcado por la austeridad y la sencillez. Hoy puede verse en el Museo de Arqueología de Veliki Preslav. La iconografía y los frescos alcanzaron su época de oro durante el Segundo Imperio Búlgaro (siglos XI-XIV ), en la escuela de Tarnovo. Los monumentos más destacados de este periodo son los frescos de la iglesia de los Cuarenta Mártires (1230), los de la iglesia de San Pedro y San Pablo (siglo XIV) en Veliko Tarnovo, los de la iglesia de Boyana (1259) y los de la iglesia rupestre de Ivanovo (siglo XIV). La escuela de Tarnovo evolucionó a partir de los cánones bizantinos simplificando la composición y haciendo más sobrios los colores. Los personajes se hacen más cercanos, menos estilizados. Comenzaron a introducirse elementos realistas, por ejemplo, la presencia de ajos y cebollas en la mesa de la Última Cena en Boyana. Esta escuela desarrolló y perfeccionó hasta el extremo el arte de la miniatura, esto se puede observar en el Tetraevangelio de Iván Alejandro (1356), que se encuentra en el Museo Británico y en la Crónica de Manasés (1331-1340) ubicada en el Vaticano.

El arte del icono siguió desarrollándose bajo la influencia del arte monumental de los frescos. Los museos atesoran ejemplares de este periodo, entre ellos algunos de doble cara como el Cristo Pantocrátor y la Virgen de Nesebar o el icono de Poganovo.

La preservación del arte religioso en el seno de los monasterios

La invasión otomana frenó bruscamente el desarrollo de este arte, que resurgiría unos siglos más tarde gracias al renacimiento nacional. Los monasterios desempeñaron un papel muy importante en la perpetuación de este patrimonio. Varios monasterios pequeños (Dragalevtsi, Kremikovtsi, Poganovo) albergaron valiosos frescos durante el periodo otomano, en los que los retratos de los donantes empezaron a salirse de los patrones establecidos. Durante este periodo, los iconos estuvieron fuertemente influidos por Italia, pero sobre todo por el Monte Athos, donde había monasterios eslavos.

Zaharii Zograf, uno de los artistas más conocidos del renacimiento búlgaro, que trabajó en el monasterio de Zografski, en el Monte Athos, restauró varias iglesias y monasterios en Bulgaria occidental.

A partir del siglo XVII, cuando el país era relativamente próspero, algunos monasterios se especializaron en iconografía: Rila, Melnik, Bachkovo, Lovech, Nesebar. Algunos de ellos intentaron consolidar el estilo tradicional y solemne, mientras que otros, como Tarnovo, tendieron a la simplificación.

Con el renacimiento búlgaro (a finales del siglo XVIII, principios del XIX), la mejora de las condiciones económicas propició un renacimiento de la pintura mural y la iconografía. Bajo la influencia del barroco occidental y la evolución de la moral, se abandonó el ascetismo tradicional en favor de una pintura más extravagante y menos esquemática. Se amplió el volumen y se intensificó el color. Surgieron dos escuelas principales. La escuela de Tryavna permitía una gran libertad creativa e introducía elementos de la arquitectura y el paisaje, así como los colores naturales de la región. La escuela de Samokov (Zahari Zograf y Stanislav Dospevski), influida por el Monte Athos, tras unos frescos algo estilizados, se convirtió en la precursora de la pintura laica con los primeros retratos.

De esta manera, cada monasterio es testigo de un arte que podría haberse perdido sin la perseverancia de los artistas que vivían en él. En la cripta de la catedral de San Alejandro Nevski de Sofía, explore la galería de arte antiguo, otro testimonio de las habilidades artísticas de los residentes y los laicos. La Galería de Bellas Artes de Burgas también exhibe algunas obras de arte.