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Tesoros de los orígenes

Se dice que Provadia-Solnitsata es la «ciudad» más antigua de Europa. En ella se han encontrado restos de casas, santuarios, bastiones y murallas que datan del V milenio a.C. El testimonio más famoso de la prehistoria búlgara, no obstante, es la necrópolis de Varna, cuyas tumbas datan del milenio IV a.C. Las numerosas joyas de oro encontradas allí son los ejemplos de orfebrería más antiguos del mundo. Varias cuevas y yacimientos megalíticos enriquecen este patrimonio prehistórico. La cueva de Bacho Kiro es un auténtico laberinto de cuatro plantas de galerías y pasadizos en los que se encuentran largas piezas talladas en piedra. Otro lugar destacado es Beglik Tash, con sus megalitos tallados, una cueva y un reloj solar de piedra. Este yacimiento lleva la impronta de los tracios, que dejaron en Bulgaria algunos de los más bellos testimonios de su civilización. Para descubrirlos, visite el Valle de los Reyes Tracios. En la Antigüedad, el rey era considerado hijo de la Tierra y, tras su muerte, debía regresar a su seno, de ahí los montículos artificiales (túmulos) erigidos sobre las tumbas. Hay miles de ellos en el valle, pero los más bellos son sin duda los de la tumba de Kazanlak y la de Svechtari. La primera impresiona por su cámara funeraria redondeada y coronada por una cúpula, con un techo artesonado y pinturas. La segunda está increíblemente decorada con cariátides policromadas, pinturas murales y siluetas en altorrelieve. Los griegos establecieron numerosos asentamientos a orillas del mar Negro, como Nesebar y sobre todo Sozopol. Ahí podrá descubrir termas, fortalezas y templos que atestiguan la riqueza de la ciudad. No se pierda el yacimiento de Messarite, situado en altura, donde encontrará los restos de un extraordinario complejo agrícola. Gracias al impulso constructor por parte de los romanos se unificó la península balcánica, sobre todo mediante la construcción de vías de comunicación que atravesaban los territorios, y las ciudades prosperaban en las encrucijadas de estas nuevas calzadas. Así, Roma creó la Vía Militaris que unía Belgrado con Constantinopla, pasando por Plovdiv y Sofía. A lo largo del Danubio, también establecieron un limes, o línea fortificada. Esta consistía en castrae, los campamentos fortificados construidos en terrenos elevados cerca de una fuente de agua, organizados en torno a un foro y protegidos por una muralla. Muchas ciudades se construyeron sobre estos campamentos fortificados, como la actual Razgrad, antiguamente llamada Abritus. En cuanto a Plovdiv, contiene algunos magníficos edificios romanos, símbolo de pragmatismo y poder, como el teatro, el estadio y, sobre todo, las termas decoradas con columnas esculpidas.

El Imperio bizantino y los reinos búlgaros

A partir del siglo IV, Bulgaria quedó bajo el control del Imperio Romano de Oriente (bizantino), donde se desarrolló el cristianismo. La arquitectura bizantina se caracteriza por el uso de mampostería, bóvedas y cúpulas, así como mosaicos y frescos decorativos. Los primeros edificios religiosos seguían la llamada «planta basilical», un vasto espacio rectangular dividido en tres naves por columnas. Más tarde, poco a poco, las iglesias fueron adoptando la planta de cruz griega. Los ejemplos más bellos de esta arquitectura bizantina son la iglesia Roja de Perushtitsa, con una rica decoración de mosaicos, la iglesia-rotonda de San Jorge de Sofía, con su gran nave central de cúpula circular y su intenso color rojo ladrillo, y, por supuesto, la basílica de Santa Sofía, en la capital, con su gran cúpula sostenida por soberbias arcadas. La arquitectura bizantina tenía también una vertiente defensiva, de ahí la construcción de numerosas obras fortificadas, como la fortaleza de Mezek. Al mismo tiempo, la nación búlgara comenzaba a tomar forma con la aparición de los primeros reinos búlgaros. Pliska, la primera capital, es un magnífico ejemplo de urbanismo medieval que aprovecha el accidentado terreno rocoso. El gran constructor de la ciudad fue el kan Omurtag, a quien debemos el gran palacio de Omurtag. La gran basílica de Pliska, con sus cien metros de longitud, es la mayor iglesia cristiana de la península balcánica y atestigua la constante cohabitación entre el Imperio bizantino y los reinos búlgaros. El período de gran desarrollo cultural ligado al segundo reino búlgaro se manifiesta especialmente en la ciudad de Veliko Tarnovo, con su iglesia de los Cuarenta Mártires, panteón de los reyes búlgaros. Sin embargo, la joya de la ciudad se descubre en la colina de Tsarevets, la ciudad fortificada de los zares. Sus poderosos muros de fortificación albergan numerosas viviendas, decenas de iglesias, monasterios y, por supuesto, el palacio de los reyes búlgaros, todo ello atravesado por una densa red de calles y callejuelas acompañadas de plazas. Los primeros reinos búlgaros también demostraron su poder construyendo numerosas fortalezas, entre ellas las impresionantes fortalezas de Baba Vida y Shumen. La Edad Media búlgara también fue testigo del desarrollo de numerosos monasterios, los primeros de los cuales son fascinantes estructuras rupestres. Entre los más antiguos y asombrosos se encuentra el monasterio de Aladja, excavado en una gran roca vertical y compuesto por dos plantas con celdas monásticas, una pequeña iglesia y una capilla de once metros de largo; el monasterio de Ivanovo, con sus cientos de cuevas convertidas en santuarios y ermitas trogloditas; o el monasterio de San Demetrio de Basarbovo, construido en forma de pozo con escalones excavados en la roca que conducen a la iglesia y la cripta trogloditas. Junto a los monasterios, la construcción de iglesias continuó con la soberbia iglesia de Boyana, en Sofía, con planta de cruz griega, una cúpula y una fachada ricamente decorada, o con las iglesias de Nesebar, apodada la Jerusalén del Norte. Destacan las cúpulas de la iglesia del Cristo Pantocrátor y las magníficas pinturas policromadas de la iglesia de San Esteban. Ambas fueron construidas por griegos que fueron grandes embajadores del arte ortodoxo bizantino. La Edad Media búlgara es, pues, el resultado de una confrontación entre la cultura bizantina y la búlgara, basadas en la herencia antigua.

Del dominio otomano al Renacimiento búlgaro

Las mezquitas son los grandes símbolos de la presencia otomana. La mezquita de Tombul, en Shumen, es la más grande del país. Su poderosa cúpula alcanza los 25 metros de altura. Tombul significa «regordeta y redonda» en turco y hace referencia directa a ella. En la época de su construcción, la mezquita contaba también con una gran madrasa, al igual que la mezquita Imaret de Plovdiv, que también albergaba baños. La mezquita de Ahmed Bey, en Kyustendil, con su forma cúbica y elegante cúpula, también disponía de hermosos baños, de los que solo se conserva la Banja de los Derviches.

La arquitectura otomana también gira en torno al agua, con baños turcos y fuentes, todos conectados a complejos sistemas de suministro de agua. Plovdiv alberga algunos ejemplos muy bellos de estos baños rematados por cúpulas con ladrillos decorativos. También hay que visitar, en Plovdiv, el barrio de Kapana, que lleva la impronta del urbanismo otomano, al igual que el barrio del Viejo Bazar de Shumen, con sus estrechas y tortuosas callejuelas. Otro gran ejemplo del saber hacer otomano es el puente Nevestino, de cien metros de largo, cuyos muros de granito están decorados con motivos de estalactitas y rosetas, muy comunes en el arte islámico, como demuestra la bella decoración de las bóvedas de la mezquita de Mehmet Sultan, en Kyustendil, cuyo hermoso minarete también se puede admirar, con su alternancia de motivos decorativos de ladrillo rosa y piedra caliza gris. Por último, si pasa ante iglesias que le parecen extrañamente pequeñas, no se sorprenda: los otomanos habían autorizado su construcción con la condición de que no superaran la altura de un jinete turco a caballo.

La ocupación otomana fue muy mal recibida por los búlgaros, y contribuyó a reforzar la identidad nacional. Lo que empezó como un murmullo soterrado a mediados del siglo XVIII se convirtió en una explosión nacional en el siglo siguiente, conocida como el Renacimiento cultural búlgaro. Los monasterios desempeñaron un papel esencial en la defensa de esta identidad nacional, empezando por el poderoso monasterio de Rila, completamente reconstruido en el siglo XIX para exaltar los grandes símbolos de la nación búlgara. El siglo XIX marcó también una renovación urbana, con el desarrollo de grandes edificios públicos organizados en torno a una plaza central, cuyos elementos emblemáticos son la torre del reloj, hito visual inconfundible, y la escuela, lugar de transmisión de la cultura búlgara. El arquitecto Kolyo Ficheto es uno de los grandes representantes de este Renacimiento búlgaro. A él se debe el asombroso puente cubierto de Lovech. El puente mide 84 metros de largo y está sostenido por catorce bóvedas. No obstante, es sin duda en la arquitectura residencial donde más se expresa esta identidad búlgara. Plovdiv, en particular, está repleta de magníficas casas adosadas de colores resplandecientes, cuyas estructuras son una hábil mezcla de Renacimiento italiano y Barroco con gran simetría, pero también elementos que crean ritmos sorprendentes, alternando entre volúmenes convexos y cóncavos.

La escalera, el elemento barroco por excelencia, flanquea las fachadas y permite acceder a la sala central de la casa, un vasto vestíbulo en torno al cual se organiza todo lo demás. Esta gran sala de recepción, de forma redonda, rectangular o elíptica, suele estar muy ricamente decorada, con techos de madera tallada y rosetones. Algunas de estas casas tienen también un pequeño jardín con fuentes y rocallas.

Con la independencia, este renacimiento artístico continuó. La evolución de Sofía es el mejor ejemplo. Desde finales del siglo XIX, la ciudad se modernizó: llegó la electricidad, se trazaron las grandes avenidas y se recubrieron las calles con adoquines de color ocre, en la actualidad uno de los símbolos de la ciudad. Los arquitectos paisajistas dieron protagonismo a parques y plazas, inspirándose en las ciudades jardín, mientras que muchos arquitectos europeos aportaron los estilos de moda de la época. Así es como Sofía alterna entre el romanticismo nacional, marcado por los estilos neo, y la modernidad, simbolizada por la Secesión vienesa, el art nouveau y los estilos de arquitectura metálica. Este movimiento renacentista búlgaro alcanzó su apogeo con la catedral de San Alejandro Nevski, un verdadero templo conmemorativo terminado en 1913. Desde esta basílica de cinco naves se pueden admirar sobre todo las soberbias cúpulas doradas que dominan el paisaje.

Desde la era soviética hasta el renacimiento contemporáneo

El período soviético transformó considerablemente el paisaje urbano de Bulgaria. Por todas partes se crearon centros industriales, a los que se sumó la construcción de nuevas vías de comunicación y nuevas ciudades. La ciudad de Dimitrovgrad es sin duda el ejemplo más llamativo. Durante cinco años, 50000 jóvenes construyeron esta nueva ciudad, símbolo de la ideología del nuevo régimen. Aunque era producto de un régimen totalitario, en el urbanismo soviético no todo eran defectos. Las nuevas viviendas ofrecían a sus ocupantes comodidades modernas e instalaciones comunitarias de calidad. En Dimitrovgrad, la «ciudad jardín», se plantaron 118000 plátanos a lo largo de sus avenidas principales y su cinturón verde. El trazado geométrico del centro de la ciudad da protagonismo a fachadas y columnatas neoclásicas que exaltan la grandeza y el lujo, como deseaba Stalin. Este estilo puede apreciarse en la antigua sede del Partido Comunista Búlgaro en Sofía, hoy llamada el Largo. Pero estos edificios estaban reservados a las élites del partido. Los obreros emigraron a las afueras de la ciudad en vastos bloques de pisos, ciertamente funcionales, pero sin alma. La época soviética fue también la de los gigantescos edificios de piedra que se cernían sobre las ciudades del país, como recordatorios del «reconocimiento» que la nación búlgara debía al libertador ruso, como el monumento a la Amistad Búlgaro-Soviética de Varna.

Paradójicamente, a partir de la década de 1970, el régimen hizo mucho por preservar el patrimonio búlgaro, proyectando también nuevas excavaciones arqueológicas. Además, en 1981, con motivo del mil trescientos aniversario del primer reino búlgaro, el régimen decidió construir el Palacio Nacional de la Cultura en Sofía. Se necesitaron 10000 toneladas de acero para levantar este gigantesco edificio de 700 metros de largo, 200 metros de ancho y 51 metros de alto. El mismo año, el régimen construyó otro edificio, pero este para la gloria del partido: el Buzludzha, o monumento al Partido Comunista. A 1400 metros de altitud, es imposible no ver este ovni de hormigón, formado por un bloque redondeado, coronado por una cúpula de 15 metros de alto y una torre de 70 metros de altura flanqueada por estrellas de cristal de color rubí de 12 metros de alto. Ahora en ruinas, el edificio atrae a curiosos que vienen a admirar los increíbles frescos y mosaicos de mármol de la cúpula.

Partiendo de estos ricos cimientos históricos, la arquitectura contemporánea está recurriendo a soluciones ecológicas y sostenibles. El arquitecto búlgaro Stefan Dobrev es el máximo exponente de esta tendencia. En Sofía, es responsable de la Academia Nacional de las Artes, con su magnífico puente de cristal y metal que une las dos alas del edificio; del Centro de Negocios Benchmark, con su sorprendente estructura, una fachada de doble capa, diseñada para actuar como barrera contra el ruido y la luz solar por un lado, y una fachada inclinada que cubre un gran atrio donde predomina la vegetación por el otro; y del plan de renovación del centro histórico, para el que diseñó grandes vías verdes. También diseñó el elegantísimo Sea and Mountain Resort de Sveti Vlas, formado por pisos ecológicos divididos en barrios organizados en torno a plazas centrales que siguen el contorno de las montañas. Esta armonía con la naturaleza se encuentra también en el proyecto de complejo hotelero a orillas del mar Negro diseñado por el famoso arquitecto Norman Foster, un proyecto neutro en carbono que hace hincapié en los materiales locales. Por último, otro gran nombre de la arquitectura, Dominique Perrault, ha recibido el encargo de Sofía de diseñar su nuevo complejo gubernamental. Futuros proyectos que no dejarán de sorprender.