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Música y danza tradicional

En el origen de toda la música mexicana, estaban las de las civilizaciones prehispánicas. Sin instrumentos de cuerda, sólo utilizaban instrumentos de percusión como el teponaztli (tambor), flautas, sonajas, caracolas o sus voces. Algunas formas de música prehispánica han llegado hasta nuestros días, generalmente como acompañamiento de danzas rituales, como la impresionante Danza de los Voladores o la antigua Danza del Venado. También orquestan la menos auténtica pero más visible Danza de los Concheros, que se interpreta a diario en las plazas del Zócalo y Coyoacán de Ciudad de México. En este ritual, los concheros, que van vestidos al estilo azteca, bailan en círculo para honrar a los dioses de sus antepasados, al ritmo del tambor y de los brazaletes de concha que llevan alrededor de las pantorrillas. La Danza de los Voladores es la más impresionante, con cuatro bailarines que la ejecutan suspendidos por los pies desde un poste de 30 a 40 metros y girando al son de un pequeño tambor y una flauta

Desde la colonización española, la música mexicana se ha construido en torno a la música indígena, combinándola con diversas importaciones hispanas. En general -y desde el siglo XIX- ha sido tradicionalmente interpretado por grandes conjuntos en los que predominan los instrumentos de cuerda, estando la guitarra presente en todos los subgéneros mexicanos. El país está plagado de subgéneros, y cada región cultiva su propia estética

Uno de los ejemplos más notables lo encontramos en el estado de Veracruz con el son jarocho. Este ritmo rural fue importado por los españoles y toma sus influencias de la música afrocubana de los siglos XVIII y XIX, los arpegios pellizcados recuerdan los sonidos de la lejana Andalucía. Los instrumentos básicos de la música jarocha son el arpa, la jarana, una pequeña guitarra de ocho cuerdas que gotea con ritmos espasmódicos, el requinto, una pequeña guitarra de cuatro cuerdas, y la tarimba, una pequeña plataforma de madera donde los bailarines marcan el ritmo con los pies. Los conjuntos jarochos son famosos por su capacidad de improvisar estrofas para adaptarse a cualquier situación. Los cantantes se turnan para cantar una frase y el otro responde a ella. La melodía más famosa del son jarocho es La Bamba, la famosa canción popularizada por la versión de Ritchie Valens y la película estadounidense del mismo nombre. Hoy en día, los conjuntos jarochos, reconocibles por sus trajes blancos, se pueden encontrar no sólo en Veracruz sino en todo México. Algunos artistas contemporáneos, como Lila Downs y el grupo angelino revival Las Cafeteras, intentan revivir el sonido jarocho en sus canciones

Todavía en Veracruz -pero también en Hidalgo, San Luis Potosí, Tamaulipas, Querétaro o Puebla- se escucha el huapango. Esta estética, que tiene su origen en la música de cámara importada por los españoles, es, al parecer, una adaptación de la instrumentación europea del siglo XVII a las tradiciones musicales indígenas, con el añadido del canto (en falsete) y el zapateo (el rodar de los tacones por el suelo). El conjunto huapanguero tradicional, llamado "trío huasteca", tiene el violín que proporciona la línea melódica de la pieza mientras otros dos instrumentos de cuerda apoyan el ritmo y la armonía. Las voces son generalmente proporcionadas por dos voces en dúo. Dos obras notables han permitido que el huapango llegue a un público más allá de las fronteras mexicanas: la película Les Orgueilleux, de Yves Allégret, de 1953, y la famosa canción America, compuesta en 1957 por Leonard Bernstein para su musical West Side Story (que es un huapango).

Aunque ahora es popular en todo México, la música norteña es en esencia la música del norte del país. Una de sus señas de identidad es el estilo vaquero de sus conjuntos, con un conjunto completo de sombreros de ala estrecha, camisas de cuadros, chalecos de piel y botas. El instrumento principal es el acordeón, al que se unen las guitarras, el contrabajo y la percusión. La voz es nasal y las letras hablan del amor, de las dificultades de la vida cotidiana o de la vida de los emigrantes. En términos de sonido y ritmo, la música norteña guarda algunas similitudes con la música europea, como la polka. Con más de 32 millones de discos vendidos y cinco premios Grammy Latinos, Los Tigres del Norte son, con diferencia, las mayores estrellas del género. También se hicieron famosos al popularizar uno de los subgéneros más salvajes de la música norteña: el narcocorrido. Estas canciones, que glorifican a los narcotraficantes y sus hazañas (violencia, riqueza, pleitos, etc.), también ridiculizan a la policía en sus letras y hacen cundir el pánico entre las autoridades, que han intentado prohibirlas en el pasado. Sin éxito, el narcocorrido sigue vivo en México

Otras formas regionales comunes en el país son la música abajeña, una estética tradicional de las comunidades indígenas de Jalisco, Colima y Michoacán; los istmeños, canciones de los zapotecos de Oaxaca -popularizados por la estrella del pop Lila Downs-; el son calentano, una compleja música de violín de la cuenca del río Balsas, en el sur de México; y el son jalisciense, de Jalisco y Colima, del que deriva la música de mariachi

Hablemos de los mariachis: gigantesca tradición musical en México, los mariachis se han convertido en emblemas nacionales a lo largo de los años. Nacido en el estado de Jalisco en el siglo XIX, este género folclórico sintetiza buena parte de la música regional mencionada anteriormente y reúne la música ranchera, el huapán, la polka o el corrido. En general, un grupo de mariachis está compuesto por violín, vihuela, guitarra, guitarrón y una trompeta. Reconocidos por su traje de charro -un gran sombrero bordado, un pantalón con dos filas de botones plateados, una chaqueta corta y una gran malla a modo de corbata-, los mariachis pueden verse en casi todo el país. En Ciudad de México, su lugar favorito es la Plaza Garibaldi. Si el género ha multiplicado los grandes nombres a través de las generaciones, algunos de ellos cultivan un aura particular como Jorge Negrete, Pedro Infante, Javier Solís, Alejandro Fernández, Aida Cuevas o el grupo Mariachi Vargas de Tecalitlán (activo desde 1898)

Como país enamorado de su tradición musical, a México no le faltan oportunidades ni lugares para escucharla. Empezando por Cumbre Tajín, un festival creado en el año 2000 que ha difundido la cultura tontoac a través de conciertos de música tradicional (y contemporánea). En el aspecto festivo, la Feria de San Marcos es uno de los principales atractivos de Aguascalientes. Este festival, cuyos orígenes se remontan a principios del siglo XIX, rinde homenaje a las actuaciones de la cultura popular mexicana e incluye numerosos conciertos. También cabe destacar el festival del Son Jarocho de Tlacotalpan, que se celebra cada año a finales de enero o principios de febrero y que es una cita obligada desde entonces. Por último, en Morelia, el Cactux es un bar que acoge conciertos de noise punk, reggae y música tradicional.

Música popular

Si quiere abrazar plenamente la música mexicana, es imprescindible conocer algunos iconos locales, empezando por Lucha Reyes (1906-1944), conocida en su día como "la madre de la música ranchera ". Hoy es uno de los pilares del patrimonio musical mexicano. Otro gran icono, Juan Gabriel (1950-2016), es la única encarnación del romanticismo mexicano, atravesando todo el abanico de la música nacional a través de su repertorio, desde el ranchero hasta el bolero y el pop. El éxito del que los mexicanos apodaron "El Divo" (masculino de "Diva") ha trascendido a todas las generaciones y clases sociales. Paquita la del Barrio, otra personalidad de la música mexicana, es la estrella de los barrios populares y del público femenino gracias a sus letras sobre la pobreza, la violencia doméstica y la infidelidad. Más recientemente, Natalia Lafourcade (nacida en Ciudad de México en 1984) ha conquistado al público (masivamente) con sus canciones, Lila Downs, que se ha hecho famosa por sus canciones en zapoteco, maya y náhuatl, y el dúo Rodrigo y Gabriela, más orientado al rock, que ha causado un gran impacto en el mundo con su virtuoso toque de guitarra.

Música clásica

Entre los siglos XV y XVI, la empresa evangelizadora española arrastró a su paso a numerosos compositores e intérpretes de la música barroca entonces en boga en Europa. Fue en esta época cuando Pedro de Gante (1480-1572) fundó la primera escuela del género en la ciudad de México. Las ciudades de Ciudad de México, Puebla, Oaxaca, Tepotzotlán y la actual Morelia se convirtieron rápidamente en las puntas de lanza de este estilo musical, que hoy conserva toda su fuerza. En el siglo XIX, México estaba sometido a las mismas influencias que otros países occidentales. En aquella época -la de la presidencia de Porfirio- estaban de moda el vals y la polca. El compositor más conocido de la época fue sin duda Juventino Rosas (1868-1894) por su obra Sobre las olas, un intenso eco de los valses vieneses. Este periodo también estuvo marcado por Ernesto Elorduy (1853-1912), autor de delicadas mazurcas

que mezclan la forma tradicional polaca con melodías hispanomexicanas, y Ricardo Castro (1864-1907), compositor de las primeras sinfonías del México moderno.

El siglo XX fue una época de reconocimiento para los compositores y teóricos locales, que siguieron los pasos del modernismo entonces en boga en Europa: Julián Carrillo (1875-1965) sigue siendo estudiado hoy en día por su enfoque y experimentos instrumentales en el microtonalismo (el "decimotercer sonido"). Pero en este periodo de exaltación gubernamental de las raíces locales, fueron sobre todo los compositores nacionalistas los que llamaron la atención con su estilo, impregnado de temas musicales folclóricos o populares: Carlos Chávez (1899-1978), que se convirtió en el mascarón de proa del nacionalismo musical al crear el antecedente de la Orquesta Sinfónica Nacional y el Instituto Nacional de Bellas Artes, así como Silvestre Revueltas (1899-1940), considerado el compositor más representativo y talentoso de su generación. A partir de 1940, la llegada de muchos refugiados políticos a México impulsó el panorama musical hacia nuevos horizontes. La música mexicana estuvo impregnada de vanguardia, llevada por compositores visionarios como Mario Lavista (1943-2021), autor de óperas y múltiples ensayos, Manuel Enríquez (1926-1994), que desarrolló un intenso repertorio para cuerdas y percusión que daba gran importancia a la textura de la música, y Julio Estrada, que fue alumno de grandes mentes como Boulanger, Messiaen, Xenakis y Stockhausen. Más recientemente, es Javier Torres Maldonado (1968) quien se ha consolidado como el más importante compositor mexicano de música contemporánea con sus investigaciones sobre la espacialización del sonido y las ilusiones acústicas.

Hoy en día, muchos intérpretes mexicanos se encuentran entre los más cotizados de la escena internacional, como el tenor Rolando Villazón (1972), nacido en Ciudad de México (y nacionalizado francés), Javier Camarena (1976), considerado el tenor de las óperas imposibles, y la mezzosoprano Cassandra Zoé Velasco (1990), especialista en bel canto. También cabe destacar a la directora de orquesta Alondra de la Parra (1980), una estrella confirmada y aún en ascenso en la escena internacional. A pesar de su juventud, es invitada regularmente a dirigir las orquestas más prestigiosas de los cinco continentes. No olvidemos mencionar a Simon Ghraichy, pianista franco-libanés-mexicano (nacido en 1985), un futuro grande de su instrumento.

Los amantes de la música pueden estar seguros de que hay muchas oportunidades de escuchar buena música en México. Por ejemplo, en Semana Santa y Pascua, el Festival Cultural de Zacatecas ofrece conciertos de guitarra clásica, ópera y música de cámara. Más adelante, en agosto, el Festival Internacional de Música de Cámara de San Miguel de Allende ofrece conciertos de cámara (de nivel internacional) en el Teatro Ángel Peralta y en las distintas iglesias de la ciudad. Más adelante, durante las dos últimas semanas de noviembre, el Festival de Música de Morelia ofrece numerosos conciertos de música clásica.