Apreciar el lado efímero de la naturaleza
Elmedio ambiente, la cultura y la economía del país han influido en su relación con la naturaleza. La situación geográfica y tectónica de Japón en el "Cinturón de Fuego" hace que esté sometido a grandes riesgos naturales, sobre todo terremotos y volcanes. La violencia de estos fenómenos ha impregnado la cultura del país. En el pasado, una leyenda atribuía los terremotos al movimiento de un siluro, Namazu, que vivía en las profundidades de la Tierra. Algunas creencias populares muy arraigadas consideran los desastres naturales un castigo humano. Para comprender mejor la relación de los japoneses con su entorno, también debemos examinarla a la luz del sintoísmo y el budismo. El sintoísmo celebra la comunión con la naturaleza, las deidades veneradas cuyos hábitats son manantiales, montañas o rocas. En Tōhoku, las montañas de la región de Akita o los santuarios aislados de Yamagata (Dewa Sanzan) encarnan estos lugares sagrados, donde el Hombre conecta con las fuerzas invisibles del paisaje. Los festivales del arroz son ceremonias comunitarias que se celebran desde hace más de 2.000 años en homenaje a las deidades de la fertilidad. El budismo, por su parte, nos enseña a no apegarnos a las cosas, haciendo hincapié en la impermanencia. Hanami, la costumbre japonesa de apreciar la belleza de los árboles en flor en primavera, ilustra esta actitud de contemplar el lado efímero de la vida, como la extrema belleza que puede disipar el menor soplo de viento. Este aprendizaje del desapego nos permite aceptar los caprichos de la vida y seguir adelante. Tokio ha sido destruida y reconstruida varias veces a lo largo de su historia. También en Tōhoku se reconstruyeron ciudades como Rikuzentakata y Kesennuma tras el tsunami de 2011, y estas reconstrucciones incluyen ahora profundas reflexiones sobre la relación con la naturaleza y el riesgo.
Cuando el desarrollo embrutece la naturaleza
La economía también ha contribuido a modelar la relación entre los japoneses y su medio ambiente. Con la era Meiji, en el siglo XIX, empezó a imponerse la industrialización, lo que provocó la destrucción y depredación de la naturaleza, que continuó a buen ritmo tras la Segunda Guerra Mundial. Se urbanizaron las costas para construir vastos complejos industriales. Tokio, por ejemplo, sacrificó su litoral al desarrollo de su puerto y del aeropuerto de Haneda. En las ciudades, los cursos de agua se hormigonan y el aire y los ríos sufren la contaminación. En el frente pesquero, la caza comercial de ballenas se reanudó en 2019 a pesar de las protestas de la comunidad internacional. A lo largo de los siglos, las montañas han sufrido la deforestación. La erosión ha provocado la formación de arenales y las coníferas han ido sustituyendo al bosque primario, el laurisilva. La imagen tradicional de "pinos azules y arenas blancas" es, por tanto, el resultado de la actividad humana. El declive de la biodiversidad puede ilustrarse con el descenso de las poblaciones de luciérnagas. Sin embargo, en Tōhoku, algunos ecosistemas forestales como los del parque nacional de Towada-Hachimantai se han beneficiado de los esfuerzos de conservación para frenar el declive de las especies locales.
Jardines japoneses o la naturaleza creada por el hombre
Los jardines japoneses son una construcción intelectual. La tierra y el agua son elementos simbólicos, representados por los estanques, que los visitantes pueden contemplar o recorrer. Extremadamente elaborados, reveladores de una gran sensibilidad y estética para cada estación, son ante todo la proyección de un paraíso. Los jardines zen o secos, casi exclusivamente minerales, son espacios que invitan a la meditación. Aunque menos famosos que los de Kyōto, algunos jardines de Tōhoku, como el jardín paisajista del templo Entsu-in de Matsushima, son auténticos paraísos de contemplación, adornados con musgo, arces y símbolos budistas.
Parques nacionales
El país cuenta con varios tipos de zonas protegidas, entre ellas 34 parques nacionales, 56 parques "cuasi-nacionales" y parques naturales prefecturales. Su finalidad es preservar ecosistemas extremadamente variados. En Tōhoku, el parque nacional Bandai-Asahi ofrece un mosaico de paisajes que incluye montañas, volcanes y lagos, mientras que el parque Sanriku Fukko (literalmente "recuperación de Sanriku") ilustra el deseo de revivir una costa devastada por el tsunami mediante un turismo centrado en la naturaleza y el recuerdo.
De la destrucción de la naturaleza a los movimientos ecologistas
A lo largo de su historia, Japón ha sufrido varios accidentes graves que han provocado reacciones y dado lugar a los primeros movimientos que podrían calificarse de ecologistas. A finales del siglo XIX, el vertido de efluentes de la mina de cobre de Ashio contaminó los ríos y dejó infértiles las tierras, lo que desencadenó una revuelta. En 1910, este suceso impulsó un discurso de Shōzō Tanaka, que abogaba por la reapropiación de la "armonía natural", basada en el confucianismo y el budismo. Hoy se le considera el precursor del movimiento ecologista. En 1973, Japón también sufrió un gravísimo accidente industrial en Minamata, que provocó un vertido de mercurio que contaminó el entorno natural y toda la cadena alimentaria, causando muertes y graves enfermedades. Fue muy contestado, como ocurrió con el accidente nuclear de Fukushima en 2011, cuando se puso de manifiesto que los sistemas de seguridad habían sido infradimensionados para hacer frente al riesgo de inundaciones. Esto dio lugar a manifestaciones de ciudadanos que portaban girasoles de papel como símbolo de su deseo de restablecer el equilibrio con la naturaleza. La década de 1970 también vio surgir otra visión de la agricultura, basada en métodos agroecológicos. Masanobu Fukuoka publicó La revolución de una sola hebra de paja, inspiración de la permacultura actual. Sin embargo, la agricultura ecológica está muy poco desarrollada en Japón y se encuentran muy pocas tiendas de productos ecológicos. La razón es el dominio de las cooperativas, la falta de ayudas estatales y el gusto de los consumidores por los productos envasados y calibrados. Sin embargo, la sociedad civil se moviliza en torno al medio ambiente. Varios habitantes de Tokio han decidido limpiar el litoral de la ciudad. Gracias a sus esfuerzos, una playa es ahora accesible a los bañistas, lo que no ocurría desde los años 70 debido a la contaminación. El 24 de agosto de 2023, Japón empezará a verter las aguas tratadas de la central nuclear de Fukushima Dai-ichi. Estas operaciones están previstas para los próximos 30 años. Los vecinos de Japón (sobre todo China, Corea del Sur, Taiwán, Rusia y Filipinas) se opusieron a este proyecto, al igual que los pescadores japoneses y algunos organismos de protección del medio ambiente. Tōhoku sigue estando en el centro del debate energético y medioambiental japonés, entre exigencias de transparencia, confianza y voluntad de avanzar.
Hacia la basura cero
Ciertos valores ancestrales forman parte de la cultura japonesa, como la lucha contra el despilfarro y la vida sencilla, sin cosas superfluas. Este modo de vida "inspirado en el wabi-sabi " facilita la aplicación del enfoque de "residuo cero" que se promueve en Japón. Si a esto le añadimos una serie de normativas (recogida selectiva) y campañas de concienciación, veremos florecer un sinfín de iniciativas encantadoras. Entre ellas están el furoshiki, o arte de envolver con telas recicladas, el tawashi, una esponja hecha con telas usadas, yel oriculi, un pico de bambú para los oídos. El periódico Mainichi Shimbun está hecho de papel reciclado fabricado con agua y semillas; una vez que haya terminado de leerlo, simplemente plántelo... y tendrá flores. La reutilización de objetos rotos también es posible con la técnica del kintsugi. En algunas ciudades de Tōhoku, como Morioka y Aizu-Wakamatsu, están surgiendo talleres comunitarios de reparación y reciclaje de residuos, a menudo vinculados a la artesanía tradicional.
Clima y calidad del aire: cuestiones candentes
A finales de los noventa, la ciudad de Tokio emprendió una política antidiesel. La campaña se centraba en la salud y se basaba en medidas para reducir el número de vehículos diésel. Al mismo tiempo, el gobierno introdujo normativas restrictivas en este sentido. Entre 2001 y 2011, la concentración de partículas finas en Tokio descendió un 55%. Sin embargo, en 2010, el gobierno dio un giro de 180 grados... en nombre de la lucha contra el efecto invernadero (el diésel se considera menos emisor que la gasolina). ¡Las ventas de coches diésel aumentaron un 80% entre 2012 y 2014! La cuestión de la transición energética sigue siendo un reto de actualidad en Japón, donde los objetivos del Gobierno no están a la altura de los desafíos climáticos, a saber, la neutralidad en carbono de aquí a 2050. Los combustibles fósiles siguen dominando la combinación energética del país. Instados por sus clientes y apoyados por un poderoso grupo de presión empresarial, en 2020 los principales fabricantes pidieron al gobierno que aumentara la cuota de energías renovables del país para 2030. En cuanto al transporte, la movilidad activa, incluida la bicicleta, se está desarrollando en Japón, sobre todo en las grandes ciudades, combinada con el transporte intermodal (bicicleta y tren). Las zonas rurales de Tōhoku, donde la población está envejeciendo, podrían desempeñar un papel destacado en el desarrollo de energías renovables locales, como la eólica y la biomasa, que ya se están probando en algunos valles de la prefectura de Akita.