ABADIA DE FONTENAY

La abadía de Fontenay es un lugar de paz y serenidad. Fundada en 1118 por el abad Bernardo de Claraval, es la abadía cisterciense más antigua del mundo que se conserva. Hoy en día, el claustro, la sala capitular, la iglesia abacial, el dormitorio y la fragua siguen en perfecto estado. Debemos esta extraordinaria conservación a la familia que la posee desde hace dos siglos. Las familias Montgolfier y Aynard, que se han sucedido al frente de la familia, han querido proteger este raro patrimonio religioso desde 1820, año en que compraron la propiedad. Por ejemplo, en 1981 trabajaron para que la abadía fuera declarada Patrimonio Mundial de la UNESCO y se abriera a los visitantes.

En 1996, los jardines fueron completamente rediseñados por el paisajista inglés Peter Holmes, creando un entorno verde en el corazón de la arquitectura medieval de Fontenay. En total, 9 jardines situados entre los diferentes edificios de la abadía cubren unas 2 hectáreas. Estos modernos jardines formales cuentan también con paseos que incitan a la reflexión en esta antigua meca de la espiritualidad cisterciense. La presencia de un inmenso plátano de 40 metros de altura, plantado en 1780 en el centro del patio de la abadía, constituye el centro neurálgico en torno al cual se estructuran los actuales Grands Jardins. Es casi como si el paisaje actual fuera el heredero directo de los jardines que recorrieron los monjes ^{del siglo XVIII}. En 2004, el Ministerio de Cultura y Comunicación concedió a la abadía la etiqueta de "Jardín notable" por la belleza de este espacio natural. Desde 2022, la abadía prosigue este vínculo entre pasado y presente con la creación del Jardin des Simples. Diseñado por el arquitecto y paisajista Olivier Damée, este espacio verde se inspira directamente en las ideas de la botánica medieval Hildegarde de Bingen. Paseando por sus senderos, descubrirá plantas tintóreas, medicinales y culinarias. Este viaje a la vida cotidiana de los monjes ^{del siglo} XII también le llevará a cuestionar la teoría de Hildegarde de Bingen, que veía el mundo como un frágil equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Dominando las plantas y sus virtudes, podemos sanar el cuerpo y luego el alma, acercándonos a Dios. Más que un simple jardín, este espacio verde, tranquilo y vigorizante, es una magnífica herramienta educativa para comprender las cuestiones filosóficas del siglo ^XII.