En 945, Alain Barbetorte ofrece Batz a los monjes de Landevennec. La comunidad creció y el pueblo se convirtió en un importante centro parroquial, como demuestran las ruinas de la capilla de Notre-Dame-du-Mûrier y la iglesia de Saint-Guénolé. El hábil aprovechamiento de las salinas por parte de los monjes, la explotación de las salinas y el comercio del oro blanco aseguraron la prosperidad del puerto. Los paisajes, los pueblos de los salineros (Kervalet, Trégaté...) y el museo se inspiran en esta memoria de la sal. Fiel a su pasado, Batz es también una estación balnearia con muchas bazas, como las hermosas playas de Saint-Michel, La Govelle y Valentin, y sus calas salvajes.

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Plage Saint-Michel. Linda CASTAGNIE

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