Música tradicional
Durante mucho tiempo, bajo el dominio español -como la mayoría de sus vecinos-, la expresión artística de Bolivia se nutrió en gran medida de Europa. No fue hasta la Revolución de 1952 -revolución obrera, pero también nacionalista y de revalorización de las culturas indígenas- cuando la música tradicional despegó. Fue entonces cuando apareció una oleada de grupos neofolclóricos de gran importancia para el país. Empezando por Los Jairas, el emblemático grupo formado en 1965 por Edgar "Yayo" Jofré, Gilbert Favre (clarinetista de jazz ginebrino), Julio Godoy y, sobre todo, Ernesto Cavour. Cavour, gran charanguista, sigue siendo recordado como el músico boliviano por excelencia. Además de fundar Los Jairas, también es famoso por inventar varios instrumentos que han enriquecido el folclore del país, como el charango estrellado, la guitarra de dos brazos y una versión mejorada de la zampoña, popularizada en todo el país gracias a Los Kjarkas. Los Kjarkas son la otra gran banda del renacimiento folclórico. Formada por 3 hermanos, toca principalmente huayño y, más raramente, sayas, dos tipos de música bailable influenciada tanto por las formas indígenas como por la música africana importada a Bolivia con la esclavitud. Sin saberlo, es probable que conozca uno de los grandes clásicos de Los Kjarkas, Llorando se fue, porque la lambada es en realidad un plagio.
El grupo Kala Marka fue fundado más tarde, en 1984, por Hugo Gutiérrez y Rodolfo Choque. El dúo fusiona instrumentos folclóricos y modernos para recorrer un amplio abanico de sonidos tradicionales como el carnavalito, danza de origen prehispánico, el taquirari, inspirado en la naturaleza, y el huayño y la saya.
También conocidos internacionalmente, Savia Andina y Rumillajta son dos buenos nombres a tener en cuenta. Savia Andina se fundó en 1975 y fue uno de los primeros grupos en exportar la música andina más allá de las fronteras bolivianas. El segundo, Rumillajta, estuvo activo entre 1980 y 2001, llevando la música andina a numerosos festivales de todo el mundo y cantando sobre la naturaleza, la coca y los derechos de los indígenas. No olvidemos mencionar a la gran voz nacional, Luzmila Carpio, emblemática mezzosoprano cuya embriagadora voz en quechua ha deslumbrado escenarios de todo el mundo, incluidos los de Francia, donde fue embajadora de Bolivia entre 2006 y 2011.
Hay pocos grupos y/o estilos (mencionados anteriormente) que no cuenten con el charango, el instrumento estrella de la música boliviana. También muy difundido en Perú, el norte de Chile y Argentina, el charango ha viajado por todas partes, pero sigue siendo la estrella indiscutible de la música boliviana. Su historia se remonta a la época española, cuando se introdujo la guitarra en el país. El charango nació en la ciudad de Potosí, la más rica y cosmopolita de Sudamérica durante los dos siglos de la colonia. El charango tiene tres, cuatro o cinco cuerdas dobles (o más, e incluso triples), todas separadas por una octava. En el pasado, sólo se tocaba como acompañamiento musical, pero el instrumento ha adquirido sus cartas de nobleza en manos de maestros como Mauro Núñez Cáceres, Ernesto Cavour y William Centellas, y ahora puede reivindicar un papel de solista original. El charango es omnipresente, pero no es el único instrumento tradicional boliviano. Junto a él están los sikus , la quena, las tarkas , el hualaycho, el bombo, la huancara, el reco reco, el pinquillo , el pututu y las chajchas.
Si hay un lugar -o más bien varios- en todo el país para escuchar música boliviana, son las peñas. Son las salas donde actúan los músicos andinos, en todas las ciudades principales. Ofrecen espectáculos de música y danza indígenas, a veces mediocres, a menudo magníficos y festivos. Una visita obligada para conocer el alma artística de Bolivia, sobre todo porque estos escenarios han sido y siguen siendo un vivero de talentos. En el pasado, ilustres músicos (Savia Andina, Los Kjarkas, Rumillajta y Luis Rico, entre otros) se iniciaron en una peña. Y a menudo en la misma, la peña Naira, creada en los años 60 (y tristemente cerrada desde entonces) por los pioneros de la música boliviana: Los Jairas. Además de las peñas, el país ofrece numerosos eventos de música tradicional, como los carnavales de Oruro (uno de los mayores de Sudamérica en cuanto a asistencia de público) y La Paz. El menos conocido carnaval de Chapaco, en Tarija, que se celebra el segundo fin de semana de febrero, es uno de los más animados del país. Hay mucho baile, canto y música. También merece la pena visitar el carnaval de Valle Grande, un pueblo de la provincia de Santa Cruz, con sus cuatro días de música y baile fuera de lo común. Por lo demás, hay algunas celebraciones con su buena dosis de música folclórica, como la Fiesta de Jesús del Gran Poder Barrio Chijini, un festival religioso en La Paz, y el aniversario de la independencia del departamento de Santa Cruz, repleto de conciertos. Aparte de estos eventos, hay algunos lugares en el país muy recomendables para disfrutar de un concierto folclórico, como Pan de Oro en La Paz, un restaurante rústico-chic que los acoge de vez en cuando, Apekua en Santa Cruz, un establecimiento regentado por una pareja franco-suiza de ambiente bohemio, y Lacacharpaya en Tarija, una peña ideal para pasar una buena velada.
Música clásica
Bolivia puede estar ausente de la geografía actual de la música clásica, pero cuenta con un episodio especialmente interesante en su historia. En el siglo XVIII, los compositores jesuitas en misión -y Martin Schmid (1694-1772) en particular- trajeron consigo música europea de finales del Renacimiento y del Barroco (española, italiana y de Europa del Este). Fue en las llanuras de la Amazonia, lejos del esplendor de las iglesias barrocas y de los salones mundanos de Sucre y Potosí, donde estos misioneros jesuitas realizaron uno de los logros más bellos y loables de la historia del país. Instalados en las "reducciones" de Paraguay y en las de Moxos y Chiquitos, los jesuitas, a menudo músicos excepcionales, enseñaron música barroca a los moxetenes, guaraníes, guarayos y chiquitanos, las tribus de la Amazonia boliviana. En el espacio de medio siglo (1691-1767), los antepasados de los bolivianos de la Amazonia se convirtieron ellos mismos en músicos notables, capaces de componer vísperas, sonatas y óperas. La expulsión de los jesuitas en 1767 detuvo el proceso, pero no significó su fin. Por alguna razón aún inexplicable, la música barroca boliviana no gozó de la popularidad y el reconocimiento que merecía hasta la década de 1990. Quizá porque estos tesoros de la música barroca fueron compuestos por los que algunos aún conocen como "los indios ". Conservada por las tribus Chiquitos y Guarayos durante 200 años con una pasión y un amor que se mantuvieron en secreto, y en medio de la indiferencia general, esta música de la Amazonia obtiene ahora por fin el reconocimiento que merece, y se consagra en un acontecimiento soberbio: el Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana Misiones de Chiquitos. Este festival, que se celebra cada dos años desde 1996, tiene como objetivo difundir el patrimonio musical de las antiguas misiones jesuíticas de Chiquitos (1691-1767) y Moxos (1681-1767), que incluye unas 9.000 partituras de música sacra escritas en los siglos XVII y XVIII por compositores europeos e indígenas. Convertido en uno de los mayores acontecimientos musicales de Sudamérica, el festival reúne a más de 800 músicos de Europa y Latinoamérica a lo largo de más de diez días y casi un centenar de conciertos. No se lo pierda. Además de este acontecimiento, los melómanos encontrarán en La Paz interesantes conciertos en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez, el principal teatro de la ciudad (y del país), donde se representan los grandes recitales de música clásica, óperas y ballets.
Danza tradicional
Las danzas en Bolivia han conservado este aspecto social y cultural que tanto falta hoy en Occidente. Es la ocasión para un pueblo, una comunidad, de encontrarse, de reunirse, de reír juntos, de recordar... o de olvidar una vida cotidiana amarga y gris. También tienen un pequeño impacto en la economía local, con el paso de miles de personas que animan a los pequeños comerciantes informales de las aceras.
Entre las danzas más comunes están el auqui auquis, que parodia a los dandis de la época colonial; las callahuayas, que imitan a los curanderos del norte del país y sus rituales para ahuyentar el mal; las cambas, que imitan a los indígenas de las regiones tropicales del Altiplano; los caporales, danzas de las comunidades negras de los Yungas que representan a los esclavos negros llegados de África; catripulis, en la que los bailarines llevan coronas y tres plumas de suri, así como un traje de plata, evocando la supuesta vestimenta de los ángeles; chiriguano, danza de guerra precolombina en la que los bailarines llevan ponchos de piel de jaguar; chutas, protagonizada por el cholo del campo, que se baila en parejas; cullahuas, danza incaica modificada tras la llegada de los españoles, en la que participan hombres y mujeres, y que tiene como protagonistas a las ñustas o Vírgenes del Sol; diablada, la más famosa de todas las danzas, que narra la batalla entre el bien y el mal; kachua, danza aymara de la fertilidad y la abundancia, interpretada por adolescentes que imitan la seducción; kusillos, en la que payasos y bufones hacen su agosto; lecheras, en la que los bailarines se disfrazan de repartidores de leche; morenada, danza de máscaras que representa a los morenos, los negros traídos a los Yungas por los españoles; pulipulis , en la que se imita el canto de los pájaros; takeadas, en la que, al son de la tarka, se consagra una casa cuando por fin se termina el techo; tinku, danzas de guerra del sur de la región de Potosí, muy violentas (¡no son raras las muertes!); tobas, danza en la que los bailarines se visten de negros); tobas, danza que representa la lucha de los antepasados de la selva contra el invasor inca Yupanqui; y waca, danza que representa las corridas de toros y expresa tanto el amor como el odio a la tauromaquia.