La pesada herencia del presidente Karimov

Tras la independencia, el clan Karimov creó una oligarquía familiar que consiguió controlar todos los aspectos de la economía y las finanzas de Uzbekistán, apropiándose de las materias primas y los recursos y prohibiendo cualquier forma de liberalismo o desarrollo de la iniciativa personal. En este sentido, Uzbekistán, al igual que Turkmenistán en la actualidad, ha demostrado ser un buen alumno del legado soviético, controlando a toda una sociedad, prohibiendo cualquier disidencia y monopolizando toda la riqueza. Durante mucho tiempo, la economía se basó en el monocultivo del algodón, en un sistema en el que los precios eran fijados siempre por el Estado, como en la época de Brézhnev, antes de la cosecha. El «modelo uzbeko» pronto derivó en un estrepitoso fracaso, que solo ayudó a fortalecer una dictadura que asfixiaba cada vez más al país.

Mayor apertura al mundo

Bajo la presidencia de Mirziyoyev, el modelo económico de Uzbekistán se asemeja más a lo que Kazajistán hizo a finales de los años noventa: explotar los recursos nacionales mediante empresas mixtas, en asociación con actores internacionales que posean los conocimientos y la experiencia técnica en los sectores en cuestión. En este sentido, Uzbekistán está bastante bien abastecido, con grandes yacimientos de gas (las reservas del país se estiman en tres millones de metros cúbicos), oro y uranio, así como zinc, plata y cobre.
Al mismo tiempo que se abría la economía, el país se modernizaba y rompía por fin con el monocultivo del algodón. Por todas partes surgen campos de trigo, girasol y maíz, que consumen menos agua y contaminan menos la tierra.

Un sector de servicios en crecimiento

Además de la modernización de los sectores primario y secundario, también se ha producido un auge del sector terciario, cuyo desarrollo se había visto obstaculizado anteriormente por la falta de libertad y la corrupción. En la actualidad, este desarrollo es especialmente evidente en el sector turístico, donde los agentes privados se multiplican a gran velocidad: hoteles, agencias de viajes, empresas de alquiler de coches, etc. Pero, en realidad, afecta a todos los sectores de la sociedad.

Lo que está en juego

A pesar de los crecientes y prometedores contactos con Occidente en los sectores de la energía y el turismo, Uzbekistán necesita tiempo para llevar a cabo la transición económica necesaria, además de los cambios políticos y sociales. Se calcula que hasta 2016, el 5 % de los uzbekos concentraba el 95 % de la riqueza del país. Se necesitará tiempo para observar una mejor distribución de la riqueza y para que surja una clase media. Las capas sociales altas siguen viéndose favorecidas, como demuestra el proyecto Taskent City, una ciudad de alta gama reservada a los sectores más ricos de la población. Se ven programas similares en las entradas de Bujará y Jiva, con la aparición de las primeras torres de acero.

Construcción en todas las direcciones

El motor del desarrollo es y seguirá siendo la construcción. Por todas partes se destruye para reconstruir, a menudo sin tener en cuenta el patrimonio ni la ecología. Surgen urbanizaciones por doquier y, en los nuevos centros urbanos, bloques de oficinas. Para poblar todos estos espacios de vida y de trabajo, el gobierno apoya el préstamo inmobiliario y se pide a los bancos que concedan préstamos y créditos.
El auge de las inversiones chinas, en el marco del proyecto faraónico de las «Nuevas Rutas de la Seda», plantea otras cuestiones. Las iniciativas propuestas por Pekín desde 2013, incluidas las inversiones en transportes (el túnel para el tren de alta velocidad de Taskent al valle de Ferganá es la mejor ilustración de ello), alteran el equilibrio económico de la región, al tiempo que ofrecen promesas de desarrollo aún difíciles de evaluar. Como el resto de países de las nuevas Rutas de la Seda, Uzbekistán ve con buenos ojos las inversiones chinas, pero no se fía de las consecuencias políticas. Existe un riesgo real de dependencia excesiva, y el vínculo con Rusia se cita a menudo como una forma de equilibrar las relaciones con las potencias exteriores.

¿Y los turistas?

Este viento de cambio tiene consecuencias directas para los viajeros a Uzbekistán. Por ejemplo, ya no se exige visado. Otra novedad es la posibilidad de adquirir una tarjeta SIM local para poder comunicarse fácil y libremente durante el viaje. El 4G y la banda ancha no llegan necesariamente a todas partes, pero es un buen primer paso.
El país está modernizando sus carreteras, trenes, edificios administrativos, economía y agricultura... Tras un largo período de letargo bajo la mano de acero de Karimov, ahora se expande en todas las direcciones. El presidente, su Gobierno y toda la sociedad uzbeka están ansiosos por el cambio.
En 2020, Uzbekistán, como el resto del mundo, experimentó una desaceleración debido a la pandemia. Aunque el confinamiento, la desaparición de las ganancias turísticas y la ausencia de ayudas estatales tuvieron un gran impacto en el sector turístico, desde 2022, las cifras de visitantes han mostrado un renovado interés por parte de los viajeros.