Situada al norte del monte volcánico Erciyes, Kayseri, la capital de las alfombras, ha mantenido su alma conservadora y no le preocupa demasiado el turismo. Su fortaleza negra, sus magníficos monumentos selyúcidas, sus mercados cubiertos y el colorido casco antiguo le confieren un encanto que hace que merezca la pena una parada para visitarla. La ciudad se convirtió en un importante centro industrial y comercial, lo que fomentó el surgimiento de varios barrios modernos que hacen que cueste recordar que la región lleva habitada desde el IV milenio a.C. La ciudad se llamó primero Mazaka y luego Cesarea en honor a Tiberio durante la época romana. Su posición estratégica le permitió desempeñar un papel importante con los romanos y los bizantinos. El cristianismo se extendió rápidamente y Cesarea se convirtió en la sede del obispo san Basilio el Grande, uno de los primeros Padres de la Iglesia. La ciudad bizantina se construyó a dos kilómetros de la antigua acrópolis, entre cinco colinas. Las invasiones árabes comenzaron en el siglo VII. Los turcos selyúcidas se apoderaron de la ciudad en 1071 y ocuparon Kayseri hasta 1243, cuando fue conquistada por los mongoles, sustituidos más tarde por los otomanos. En 1515, Kayseri pasó a formar parte del Imperio otomano. En época moderna, hasta el Tratado de Lausana de 1923, la ciudad tuvo una población griega y armenia muy numerosa.

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