LA ABADÍA DE SAINTE-MARIE Y SU CLAUSTRO

La famosa abadía de Santa María es una antigua etapa para los peregrinos en su camino hacia Santiago de Compostela. Fundada en el año 778, en los primeros tiempos de la reconquista que puso fin a las incursiones árabes al norte de los Pirineos, puede enorgullecerse de ser la abadía carolingia más antigua de Cataluña. El edificio, consagrado en 1046, tiene una característica única en el Rosellón: la cabecera está orientada hacia el oeste y no hacia el este en una época en la que todos los monumentos religiosos miraban hacia la tumba de Cristo. El interior sorprende por la altura de la nave (17 metros) y por una cierta austeridad, lo que hizo que el edificio fuera calificado de «imponente y severo» por Prosper Mérimée.
Al entrar en el claustro, contiguo a la iglesia, lo primero que sorprende es su elegante ligereza. Las ojivas están construidas con de mármol de Céret, y la piedra caliza gris de Girona fue elegida para alargar las delgadas columnas geminadas. El deambulatorio no está abovedado. Además de por el silencio y la tranquilidad, el encanto de este sobrio y grácil conjunto gótico proviene del juego de sombras y luz.

La Santa Tumba: en la plaza frente a la iglesia, un sarcófago del siglo IV contiene agua de una excepcional pureza tras haber albergado las reliquias de los santos Abdón y Senén, los patronos de Arles. Produce unos 250 litros al año sin ser alimentada por ninguna fuente. Como no se puede explicar el origen de esta agua, se ha convertido en un objeto de veneración que por sí solo ha contribuido a la fama de la abadía.