CIUDAD MEDIEVAL DE CARCASONA

La ciudadela medieval parece irreal en el paisaje de Languedoc, tan imponente y soberbia, con sus 52 torres y sus kilómetros de murallas. Una imagen sacada de un libro de historia. Le animamos a hacer una parada en este lugar histórico, porque lo que ve desde lejos no es nada comparado con lo que descubrirá en su interior. Una visita que le abrirá las puertas a la época medieval, con todos sus misterios y gran esplendor. Esta ciudad, que parece salida directamente de la Edad Media, es excepcional en más de un sentido. Con una superficie de once hectáreas, es el mayor complejo medieval de Europa. Su notable estado de conservación también la hace única. Con casi cuatro millones de visitantes al año, es uno de los monumentos más visitados de Francia y, desde 1997, está incluido en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. La ciudadela medieval de Carcasona fue pasando de mano en mano a lo largo de los siglos, por lo que su historia es larga, rica y compleja. Construida sobre una colina, se encuentra entre dos cadenas montañosas: el macizo Central y los Pirineos. En el siglo VI a. C. se construyó en la colina una aldea fortificada. Los primeros habitantes de la ciudad comprendieron la importancia estratégica de esta ubicación: situada en el eje que une el Mediterráneo con el océano Atlántico y la península Ibérica con el Norte de Europa. Por ello, la ciudad se convirtió rápidamente en una parada imprescindible para viajeros y comerciantes. Después, en el siglo I a. C., los romanos invadieron la Galia, y Carcasona, como el resto del territorio, se convirtió en una ciudad galorromana. Durante los tres siglos siguientes, la paz se impuso en los territorios conquistados por los romanos, lo que permitió que la localidad prosperara y se desarrollara el comercio. Sin embargo, a finales del siglo III d. C., se renovaron las tensiones dentro de la Galia y aumentó el riesgo de agresiones externas. Los invasores del este amenazaban la ciudad, que entonces estaba dotada de gigantescas murallas de hasta nueve metros de altura y cuatro de ancho. 38 torres, instaladas cada 25 metros, reforzaban esta muralla, que envolvía la ciudad a lo largo de casi un kilómetro. Desafortunadamente, estas no fueron suficientes para detener a los agresores: los visigodos se apoderaron de Carcasona en el año 413 y la ocuparon durante casi tres siglos. Luego, fueron los árabes y, en el 759, los francos dirigidos por Pipino el Breve tomaron el control y se instalaron allí. Los bárbaros fueron expulsados y la ciudad pasó a formar parte del gran imperio fundado por el rey franco Carlomagno. En esa época, la ciudad y sus fortificaciones se ampliaron. Carlomagno, que había dividido su inmenso territorio en condados, vizcondados y ducados, colocó hombres en las distintas regiones para que lo representaran. A su muerte, el imperio se convirtió en un rompecabezas de regiones administrativas gobernadas por señores cada vez más poderosos e independientes. La dinastía Trencavel tomó posesión de Carcasona en 1082 y puso en marcha numerosas construcciones en la ciudad, entre ellas la basílica de San Nazario, que se convertirá hasta el siglo XVIII en el principal centro religioso de Carcasona y será objeto de numerosas ampliaciones. En el año 1130, se inició la edificación del castillo del Conde. La ciudad se enriqueció y llegó a tener entre 3000 y 4000 habitantes. Carcasona prosperó, pero vivía amenazada, atrapada en el fuego cruzado de los dos poderosos condados que la rodeaban, el de Toulouse y el de Barcelona. Al mismo tiempo, un nuevo movimiento religioso, el catarismo, arraigó en la región del Languedoc, lo que preocupó al papa Inocencio III. En 1208, reunió un gran ejército y lanzó una cruzada contra los cátaros. El vizconde de Trencavel, acusado de herejía, se convirtió en un objetivo: los cruzados desembarcaron en Carcasona y tomaron la ciudad en quince días. El vizconde murió en prisión y la ciudad fue ofrecida al líder del ejército cruzado, Simón de Montfort. Sus herederos se mostraron incapaces de gestionarla y finalmente fue anexionada al dominio real en 1226. Pero todavía había muchas amenazas en la región, una de las cuales provenía de Raimundo Roger Trencavel, que reclamaba estas tierras, de las que se consideraba heredero. El peligro también venía de la península Ibérica, donde el rey de Aragón soñaba con extender su territorio hacia el norte, más allá de los Pirineos. Para proteger estas tierras, que por fin le daban acceso al mar Mediterráneo, el rey Luis IX hizo fortificar el castillo y construir una segunda muralla alrededor de las murallas que ya rodeaban la ciudad, rematada con torres y flanqueada por una barbacana para controlar los alrededores del País Cátaro. Así, fortificada, la ciudadela pudo resistir largos asedios y se volvió prácticamente inexpugnable. Con el crecimiento de la ciudad baja en el siglo XV, la ciudadela medieval fue abandonada unos siglos después, y después utilizada como almacén de armas durante la Revolución. En desuso y amenazada de destrucción, fue finalmente salvada y restaurada en el siglo XIX. Hoy en día, se presenta como una ciudad muy viva para los visitantes, que pueden recorrer su rica historia paseando por su laberinto de calles y entrando en sus principales monumentos, especialmente en su catedral y su castillo.