Una ortodoxia dominante
Los ortodoxos son mayoría, pues representan el 86,45% de la población según el último censo de 2011. La Iglesia ortodoxa rumana es la segunda más grande del mundo ortodoxo después de la rusa. Reconocida como autocéfala (independiente) desde 1885, fue elevada al rango de patriarcado en 1925. Los rumanos son el único pueblo latino de confesión ortodoxa y, según la leyenda, uno de los pueblos cristianos más antiguos, pues fueron evangelizados en el siglo I por el apóstol Andrés. La Constitución de 1991 garantiza la libertad religiosa y no proclama ninguna religión de Estado. En la práctica, sin embargo, la Iglesia ortodoxa y el Estado están estrechamente vinculados: por ejemplo, los políticos participan con gusto en las ceremonias religiosas, y el Patriarca bendice al presidente en su toma de posesión. Muchas aulas exhiben un crucifijo o un icono, aunque desde 2015, la inscripción a las clases de religión, muy a menudo parecidas a las de catecismo ortodoxo, ya no es automática.
La Iglesia ortodoxa goza de un importante prestigio en la sociedad: según las encuestas, es la institución en la que más confían los rumanos, después del ejército. Está dispuesta a hacer oír su voz en los debates sociales, como en el referéndum sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo (que, sin embargo, fracasó, ya que solo el 20% de los votantes acudieron a las urnas). Otro signo de su ambición: a finales de 2018, la gigantesca catedral de la Salvación del Pueblo, la más grande del mundo ortodoxo, fue inaugurada detrás del edificio del Parlamento. El proyecto, que se financió en gran parte con fondos públicos, descomunal y todavía inacabado, provoca, sin embargo, el espanto de muchas personas.
Mosaico de creencias
Como reflejo de su diversidad étnica, en Rumanía convive una gran variedad de religiones: son reconocidas y sufragadas financieramente por el Estado dieciocho confesiones. Según el último censo de 2011, los católicos (rumanos o húngaros) representan el 4,6% de la población. La mayoría vive en Transilvania y en Moldavia. Los protestantes, por otro lado, constituyen casi el 7 % de la población. Provienen principalmente de la minoría húngara, dividida entre calvinistas y unitarios, y de la pequeña minoría sajona (luteranos, 0,1 %). Sin embargo, los cultos neoprotestantes, evangélicos, pentecostales, baptistas y otros adventistas del séptimo día han crecido de manera bastante marcada desde 1989. Los pentecostales, que representan casi el 2% de la población, son incluso la cuarta comunidad religiosa más grande del país. También hay católicos griegos (0,8%), musulmanes (0,3%) y judíos (0,1%). Los católicos griegos son numerosos en el norte y el oeste. Esta Iglesia, que nació después de la integración de Transilvania en la monarquía (católica) de los Habsburgo a finales del siglo XVII, está unida a Roma, pero sigue el rito oriental. También conocida como la Iglesia Uniata, era la segunda religión más grande del país, pero fue declarada ilegal en 1948 y ferozmente reprimida. Incluso hoy en día sigue luchando por recuperar las propiedades que le fueron confiscadas durante el comunismo. Los musulmanes, en su mayoría pertenecientes a las minorías turca y tártara, se concentran en Dobruja y Bucarest. Practican el islam suní. La población judía, que contaba con 750000 miembros en 1930, se redujo a unos 3000 en 2011, principalmente en Bucarest.
El renacimiento post-Ceauşescu
En teoría, todas las religiones estuvieron teóricamente prohibidas durante el régimen comunista. En la práctica, incluso los apparátchiki (funcionarios del partido) acudían a la iglesia para bautizos, bodas y funerales. La propia Iglesia ortodoxa desempeñó un papel turbio, todavía tabú, durante la dictadura, acusada de complacencia e incluso de complicidad con el régimen. Esto no impidió que Ceaușescu derribara unas veinte iglesias en Bucarest en la década de 1980. Otras fueron incluso desplazadas, camufladas en callejones sin salida o asfixiadas entre dos edificios. Después de la Revolución, se reavivó el fervor religioso. Se renovaron muchos edificios y florecieron nuevas construcciones: de los cerca de 27.000 lugares de culto que hay en el país, un tercio es posterior a 1989.
La religión en la vida cotidiana
La religión es una parte esencial de la vida rumana. El bautismo y el matrimonio son hitos casi ineludibles: es difícil encontrar gente que no esté bautizada, tanto como los matrimonios civiles. Numerosas fiestas religiosas jalonan el año, y los diversos períodos de ayuno (post) son todavía bastante comunes, especialmente entre los ancianos. Los más importantes son los de antes de Pascua, Navidad y la festividad de la Virgen. Se prohíben entonces todos los productos de origen animal (carne, leche, huevos, etc.). Tampoco es raro ver a la gente santiguarse frente a una iglesia. Sin embargo, no son tantos los fieles que acuden regularmente a misa. Aunque la fe está viva en algunos sectores, la religiosidad rumana parece estar ligaba sobre todo a la identidad y al apego a las tradiciones.
Un año salpicado de festivales
Un gran número de celebraciones marcan el año rumano. La mayoría de ellas son religiosas, a menudo asociadas a los ciclos de la naturaleza, al calendario rural y a ritos muy antiguos, cuyo carácter pagano aún se expresa vivamente.
Navidad y Año Nuevo. Aunque la Pascua es la celebración más importante del calendario ortodoxo, las celebraciones de fin de año también son objeto de ricas tradiciones que mezclan rituales religiosos y paganos. El resultado es una atmósfera mágica. Durante todo el período que va de Navidad (Crăciun) hasta Año Nuevo (Anul nou), los niños van de casa en casa para entonar cánticos tradicionales llamados colinde. Pueden ser interpretados con disfraces y acompañados de instrumentos o coreografías. Los colindători son recompensados con dinero, nueces o colaci (panes de yema tradicionales). La tradición del colindat fue incluida en 2013 en el Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
En el campo aún se conservan rituales muy antiguos para celebrar el paso del Año Nuevo. A veces confundidos con el colindat, pretenden ahuyentar los malos espíritus o invocar las buenas cosechas. Los niños recorren las casas con un pequeño arado (plugușorul) o sorcova, una varita decorada con flores artificiales, deseando a los habitantes salud y prosperidad. En algunas áreas, como Maramureș y Bucovina, la gente recorre las calles del pueblo en procesión, cantando y bailando y ataviada con máscaras y disfraces. Entre los personajes que procesionan se incluyen hombres vestidos de cabras (símbolo de la fertilidad), osos (del renacimiento) o caballos (del sol). En Bucovina también salen otras figuras del pueblo, como los ancianos, el borracho o el burgués, que son objeto de ligeras burlas durante las festividades. En Comănești, en Moldavia, los habitantes incluso usan pieles de oso reales.
Como en toda Europa, Papá Noel (Moș Crăciun) también trae regalos a los niños rumanos la noche del 24 de diciembre. Esto no siempre fue así: bajo el comunismo, la palabra Crăciun, que se consideraba demasiado religiosa, desapareció del vocabulario y Santa Claus pasó a llamarse Moș Gerilă (padre Gel). La comida de Navidad se compone de platos a base de cerdo, como sarmale, piftie, etc. En el campo, la tradición dicta que se sacrifique un cerdo por Navidad. También comen cozonac, una especie de pan de yema rellena. Los más beatos asisten a la misa del Gallo. El Año Nuevo se celebra durante la noche del 31 de diciembre al 1 de enero en todo el país. Se bebe mucho, la gente se reúne en las grandes plazas de las ciudades a pesar del frío y todo el mundo enciende pequeños fuegos artificiales desde su patio o desde el tejado de su edificio. El cielo de Bucarest se llena entonces de miles de luces de colores.
Celebrar los santos. Como en España, se celebran las onomásticas de varios santos (sfânți) importantes durante el año. En esos días, también se felicita a las personas que llevan el nombre de uno de estos santos y se les dan regalos. El 23 de abril, el día de san Jorge (sfânt Gheorghe), marca el comienzo del verano pastoral. Desde ese día, los pastores conducen sus rebaños a las montañas. Para ahuyentar a los malos espíritus, evitar que roben la leche o que enfermen a los animales, se cuelgan ramas en las puertas y ventanas de las casas y establos. El 21 de mayo se celebra el día de los santos Constantino y Elena, los santos emperadores de Constantinopla. Ese día no se debe trabajar la tierra, pues se dice que los que van a los campos serán invadidos por una plaga de aves. La fiesta que coincide con el nacimiento de san Juan Bautista, el 24 de junio, se llama Sanziene o Drăgaica. Ligada al solsticio de verano, tiene acentos paganos y raíces muy antiguas. Celebra la explosión de la naturaleza y la fertilidad. En la noche del 23 al 24, se encienden grandes hogueras para ahuyentar a los espíritus malignos. Se dice que el cielo se abre y entra en contacto con el mundo terrestre. Las Sanziene, consideradas hadas buenas del campo, cantan y bailan. Es el mejor momento para recolectar plantas medicinales, cuyos poderes se multiplican por diez gracias a las Sanziene. El día de san Elías (Ilie), el 20 de julio, marca la mitad del verano pastoral. Alrededor de esta fecha se organizan ferias tradicionales. En el pasado, esta era una oportunidad para hacer negocios y conocer gente, incluso para encontrar un alma gemela y concluir un matrimonio. El 26 de octubre, san Dimitri (Dumitru), patrón de los pastores, anuncia el invierno. Las ovejas deben haber regresado de las montañas para esta fecha. En la noche del 25 al 26, se encienden hogueras en algunas localidades, como en Mățău, donde se encuentra la colina más alta del país. Tenemos aquí otro ritual muy antiguo. El 30 de noviembre se celebra san Andrés (Andrei), santo patrón de Rumania. La noche del 29 al 30 tiene fama de ser mágica. Las jóvenes pueden ver a su futuro marido en un sueño. Pero los fantasmas también merodean: para protegerse de ellos, se cuelgan ajos en las ventanas.
Mărțișor y Dragobete. Son dos tradiciones sin connotación religiosa. La fiesta de Mărțișor, el uno de marzo, marca la llegada de la primavera. En este día tan popular, cada persona regala una especie de amuleto de la suerte decorado con dos hilos trenzados, uno rojo y otro blanco, que simbolizan el invierno y la primavera. Durante este día se instalan muchos puestos de baratijas en las aceras.
El 24 de febrero, Dragobete es el equivalente local del día de San Valentín, santo patrón del amor. En el pasado, las chicas y los chicos jóvenes solían pasar el día juntos, momento en el que se formaban las parejas. Caída en desuso, esta fiesta parece haberse recuperado en los últimos años.