Una deslumbrante reconstrucción

En todo el país, las carreteras asfaltadas van sustituyendo poco a poco a las pistas. En Kigali se construye como locos. Los edificios brotan como setas y la ciudad se expande bajo la presión de los nuevos barrios. Los sectores de la hostelería y la restauración están en pleno auge. El país tiene una nueva identidad, la de un país emprendedor y sereno, resueltamente volcado hacia el futuro. Una especie de Singapur africano que apuesta por las nuevas tecnologías para impulsar su economía y brillar a escala internacional. Por supuesto, esta transformación acelerada no está exenta de consecuencias. Kigali pierde poco a poco su encanto, desnaturalizado por el hormigón. Lo que en los años sesenta era una pequeña ciudad de 5.000 almas se está convirtiendo en una poderosa megalópolis. Su calma y bonhomía se pierden en el rugido de los motores y la cacofonía del ruido urbano. El aire es a veces sofocante, saturado de la contaminación de los tubos de escape. Aunque la mayoría de la población vive en el campo, las ciudades son cada vez más atractivas para la nueva generación, que abandona de buen grado el trabajo agrícola en favor de puestos directivos mejor remunerados. Los jóvenes, cada vez más instruidos, se lanzan con confianza a la actividad empresarial, alimentados por una sed colectiva de modernidad.

Desarrollo del turismo eco-responsable

El turismo es una de las puntas de lanza de la Ruanda moderna. El gobierno cuenta en gran medida con los visitantes internacionales para sostener el desarrollo económico del país. Sin embargo, rechaza el turismo de masas en favor de un turismo de lujo ecorresponsable. Un ejemplo de ello es el precio del permiso para ver a los gorilas, que ha pasado de 700 a 1.500 dólares en pocos años. Para atraer a los viajeros adinerados, el gobierno no repara en gastos. Por todo el país han surgido restaurantes y hoteles de alta gama. También se han realizado numerosos esfuerzos para hacer el país más atractivo. En primer lugar, se han reintroducido algunas especies animales en el este del país. Felinos, jirafas y rinocerontes, que habían desaparecido del país, se han importado de Sudáfrica para repoblar las sabanas del parque de Akagera. Los famosos cinco grandes (león, elefante, búfalo, leopardo y rinoceronte) pueden admirarse de nuevo en el país de las mil colinas. Ruanda compite así con su vecina Tanzania, destino de referencia para los safaris. También se ha hecho hincapié en la conservación del medio ambiente, y muchos proyectos continúan en esta dirección. La belleza del país debe preservarse a toda costa. El pueblo ruandés, principal beneficiario del turismo, ha aceptado de buen grado algunos sacrificios para mantener la afluencia de visitantes. Dejar de cultivar en los parques naturales, respetar el territorio de los gorilas y proteger a los animales salvajes empiezan a tener sentido para la mayoría de los ruandeses. Muchos antiguos cazadores furtivos se han convertido incluso en guardas forestales, prueba de que la noción de protección de la flora y la fauna está ahora en el centro de las preocupaciones del país.

Paul Kagame, hombre fuerte de Ruanda

A la cabeza de esta política de renovación está el Presidente Paul Kagame. Llegó al poder tras la victoria militar del Frente Patriótico Ruandés en 1994, y tiene un historial impresionante. Importante reducción de la pobreza, desarrollo económico, estabilidad política: en el espacio de unas pocas décadas, ha transformado Ruanda en un modelo de desarrollo en el continente africano.

Su mayor logro, sin embargo, ha sido borrar las divisiones étnicas. Hoy ya no se habla de hutus o tutsis, sino de 14 millones de ruandeses, ciudadanos de un mismo país. En sólo una generación, los enemigos de antaño se han reconciliado, para reconstruir mejor el país. La distinción étnica está ahora proscrita por la Constitución. El país está firmemente gobernado por un gobierno central fuerte, deseoso de mantener la unidad y la seguridad nacionales. La vida política está estrictamente controlada, y la expresión pública de la opinión sigue siendo comedida. Los medios de comunicación y los partidos de la oposición operan dentro de un marco estricto, reflejo de un modelo de gobernanza basado en el orden y la cohesión. Ruanda avanza con determinación, impulsada por su modernidad, el peso de su memoria y un profundo deber de unidad.

Un trabajo a largo plazo

Ruanda sigue sufriendo una imagen congelada en su pasado. Muchos occidentales siguen viendo este pequeño país africano a través del prisma del genocidio de 1994 y de las imágenes transmitidas por los medios de comunicación internacionales. Sin embargo, Ruanda ha cambiado profundamente.

El gobierno ha hecho de la seguridad una prioridad. Una presencia policial constante, percibida como rigurosa y poco tolerante con la corrupción, contribuye a crear un clima de confianza. El índice de criminalidad es ahora muy bajo, y los visitantes son acogidos en general con calidez y respeto. Ruanda se ha convertido en uno de los países más seguros de África.

Pero avanzar no significa olvidar. Más de treinta años después del genocidio tutsi, las cicatrices psicológicas siguen siendo profundas. Afectan tanto a los supervivientes como a las generaciones nacidas después de 1994. Las pesadillas, la ansiedad y la angustia emocional resurgen con frecuencia, sobre todo durante los periodos de conmemoración. Muchos jóvenes, aunque no vivieron los acontecimientos, llevan dentro un trauma silencioso conocido como "transgeneracional". Los monumentos conmemorativos del genocidio, la educación escolar y los programas de reconciliación desempeñan un papel crucial en la transmisión de la memoria colectiva. Pero este enfoque choca a veces con la cultura de lo no dicho y el estricto control del discurso público, lo que hace más complejo el proceso. Ruanda sigue un camino único, resueltamente volcado hacia el futuro. Un futuro construido con determinación, pero íntimamente ligado a una historia dolorosa que el país intenta, con fuerza y sutileza, transformar en una lección de resiliencia.