Un arte altamente codificado
Al principio, el ritmo es lento y entrecortado, mientras se mide al adversario. Después, la batalla se acalora, y los bailarines-guerreros saltan con agilidad, haciendo girar sus lanzas con viril energía. Enfurecidos por escapar de las garras de sus agresores, a veces parecen suspendidos en el aire. Esquivan y se defienden hasta abatir a su enemigo en una última carga heroica. Sin aliento y con el torso reluciente, los bailarines triunfantes se inclinan ante su público. Aunque estas danzas primitivas dan una impresión de espontaneidad ligada a la explosividad de los movimientos y a su intensidad bestial, no piense que la intore coreografía es fruto de la casualidad. Al contrario, todo está muy codificado. Cada movimiento se ejecuta con una precisión magistral, en perfecta sincronía con los demás bailarines. Los cuerpos se retuercen y ondulan al ritmo exacto de la música. La danza intore es un arte noble que no tolera la improvisación. En Ruanda, está tan estrechamente ligada a la historia del país que es sagrada.
Una herencia ancestral
En la Ruanda precolonial, los intore eran jóvenes combatientes de élite de la nobleza tutsi seleccionados por el mwami, el rey, por sus aptitudes físicas y habilidades marciales. En kinyarwanda, intore significa "los elegidos". En aquella época, obtener tal estatus se consideraba un inmenso honor. Los jóvenes nobles aspiraban a una sola cosa: atraer la atención del rey o de los caudillos para convertirse en uno de los pocos privilegiados. Una vez reclutados, los aprendices de guerrero eran enviados durante varios años a una institución militar llamada itorero. Destinados a ocupar altos cargos marciales, se les entrenaba en el manejo de las armas, el combate cuerpo a cuerpo y la estrategia militar. Verdaderos atletas, eran virtuosos del salto de altura. Su educación también se tomaba muy en serio, ya que se les consideraba de élite y se esperaba de ellos que enorgullecieran a su rey. Además de aprender técnicas de guerra, aprendían poesía, arte y danzas tradicionales. En 1958, incluso fueron invitados a actuar en la Exposición Universal de Bélgica. Ante miles de espectadores, bailaron danzas tradicionales y difundieron la cultura ruandesa por todo el mundo.
Una tradición en peligro de extinción
Tras la Primera Guerra Mundial, cuando todo el país quedó bajo tutela belga, la tradición Intore fue desapareciendo y las danzas de guerra cayeron en desuso. No fue hasta 1974 y la creación del Urukerereza, el ballet nacional de Ruanda, cuando las danzas Intore recuperaron su antiguo esplendor. Creada en Nyanza, la capital real, esta institución estaba destinada a seleccionar a los mejores músicos y bailarines del país con el fin de preservar la cultura y las tradiciones ruandesas.
Por desgracia, en 1994, el interior del edificio fue devastado por saqueadores y muchos de los artistas de la compañía fueron víctimas del genocidio tutsi. No fue hasta principios de la década de 2000 cuando la cultura volvió a estar a la orden del día en Ruanda. El ballet nacional lanzó entonces una vasta campaña para reclutar nuevos bailarines de Intore, pero la nueva compañía tuvo dificultades para encontrar su público. El genocidio seguía demasiado presente, y el corazón de los ruandeses aún no estaba para celebraciones.
Un resurgimiento de la popularidad
No fue hasta mediados de la década de 2000 cuando las danzas Intore recuperaron su antigua popularidad. Animada por un nuevo impulso, el de la reconstrucción, Ruanda se transformaba económica y socialmente. Este deseo de cambio y dinamismo va acompañado de una imperiosa necesidad de mostrar una fuerte identidad cultural. Cada vez aparecen más grupos de jóvenes bailarines de Intore por todo el país. Se les invita a actuar en bodas, fiestas populares y actos oficiales. El propio Presidente Paul Kagame suele cerrar sus discursos con actuaciones de Intore. En 2007, resucitó el concepto deitorero, transformando estos campos de entrenamiento para guerreros en una academia militar gubernamental donde los jóvenes del país pueden prestar su servicio cívico. Los bailes de los itoreros forman parte del plan de estudios, junto con la artesanía y el fútbol. Con el tiempo, serán reconocidas internacionalmente como un pilar de la cultura ruandesa e incluidas en la lista del patrimonio inmaterial de la UNESCO en 2024.
Un símbolo cultural
Verdadero escaparate de la cultura ruandesa, las danzas intore son una buena forma de dar a conocer el país a nivel internacional y atraer turistas al país. Es cierto que sería una pena terrible venir a Ruanda y perderse una experiencia tan única. Además de una inmersión épica en la historia y el folclore del país, los buenos bailarines le ofrecerán un espectáculo sobrecogedor. Su virtuosismo, combinado con los trajes tribales y la fuerza de una música casi primitiva, le dejarán un recuerdo imborrable. Aunque las actuaciones del ballet nacional son una apuesta segura, hay muchas otras compañías de renombre por todo el país. Por citar sólo dos, la de Kigali (la Intayoberana) y la de Butare (la Urugangazi) figuran sin duda entre las más prestigiosas. Si tiene la suerte de estar en Ruanda a principios de agosto, sin duda podrá asistir al Umuganura, el festival de la cosecha. Grupos de danza intore actúan por todo el país con motivo de este popular acontecimiento. Aunque la fiesta nacional se celebra con gran pompa en la ciudad de Ndama, los pueblos más pequeños también tienen su parte de festividades. Es una forma estupenda de descubrir la cultura de Intore mientras se comparte un momento inolvidable de convivencia con los lugareños.
Por último, pero no por ello menos importante, tenga mucho cuidado al pronunciar la palabra intore cuando hable con un ruandés. Es esencial pulsar la o y arrastrarla hacia fuera. De lo contrario, su interlocutor podría pensar que está hablando de una berenjena