ZINDAN, LAS PRISIONES DEL EMIR
Tristemente famosas, estas cárceles construidas en el siglo XVIII intentaban rivalizar con el infierno. Los viernes, día de oración y misericordia, algunos presos eran liberados de las cadenas que llevaban al cuello. Ese día, los familiares o transeúntes compasivos podían llevarles comida para la semana. El castigo más temido no era la muerte, sino una fosa de seis metros de profundidad, el «pozo negro», donde los condenados eran olvidados entre ratas y todo tipo de insectos. Milagrosamente, algunos cautivos lograban sobrevivir varios meses.
En 1839, un inglés, el teniente Charles Stoddart, encargado de concertar una alianza con el emir Nasrullah, probó las penas del «pozo negro» por haber faltado al respeto al emir. Se le reprochó haber cabalgado cuando debía caminar, y haber caminado cuando debía arrastrarse, y como su carta de misión no procedía de la mismísima reina Victoria… pasó seis meses en el fondo del pozo antes de ganarse el indulto tras convertirse al islam. Sin embargo, siguió estando prisionero, pero obtuvo la libertad de moverse por la ciudad y alojarse en su propio apartamento. En septiembre de 1840, un capitán de la Infantería Ligera de Bengala, Arthur Conolly, vino a interesarse por la suerte de su compatriota y a intentar liberarlo. Poco después de su llegada, el ejército británico fue derrotado en Afganistán en la batalla del paso de Khyber. El emir, en posición de fuerza y convencido por sus consejeros de que Conolly era un espía, hizo arrojar a los dos hombres al infame pozo. Vuelta a empezar. En junio de 1842, cuando Conolly se negó a convertirse al islam, ambos oficiales fueron ejecutados en la plaza de Registán, donde probablemente aún reposan sus cuerpos. No se sabe nada de su entierro, pero es sabido que Stoddart, que se había convertido al islam, fue decapitado o degollado… sin sufrir. Conolly probablemente no tuvo tanta suerte. La historia se conoce gracias al cuaderno escrito por Conolly y encontrado por el reverendo Joseph Wolff en 1845. El libro de Hopkirk, El gran juego, relata con detalle la desgracia de estas dos heroicas víctimas del «Gran Juego». Recreaciones con maniquíes ilustran su detención.
Fuera de las prisiones se encuentra la tumba del santo Kuchar Ata, dominada por el tradicional poste donde los presos podían celebrar ritos religiosos.
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