MERCADO - BAZAR

Inaugurado en 1828 en el emplazamiento del antiguo Bassin des Chaloupes, es el mercado más antiguo de la isla y una visita obligada por su ambiente pintoresco, su bullicio perpetuo y sus colores y olores embriagadores. Adornada con inscripciones y motivos florales, la puerta principal de hierro forjado, fechada en 1839, se abre a un edificio cubierto de 2 plantas, ordenado en su centro pero que se desparrama alegremente por las callejuelas adyacentes hasta desdibujar los límites. Pasados los puestos periféricos, se entra en el claroscuro de los puestos de frutas y verduras, con la nariz atenta a toda una gama de aromas picantes y exóticos. Los alimentos están dispuestos y colocados con un cuidado preciso, ofreciendo una visión casi pictórica de montones de vermeil y verde, marrón y amarillo pajizo: el sutil equilibrio del rojo brillante del tomate frente al verde suave de la pipengaille, el lalo tocando un montón de palitos de canela... El bazar es uno de los mejores lugares para descubrir la diversidad de los productos del mercado local, en particular alimentos que no se encuentran en Europa como el pâtisson, el jackfruit y ciertas variedades de mango. También es el lugar donde degustar especialidades culinarias locales como la alouda (bebida refrescante a base de leche y semillas de albahaca), el dholl puri, los cubitos de hielo rallados y los pasteles de guindilla. En un rincón, en una de las entradas, el fabricante de infusiones se hace una foto entre sus remedios mágicos. Lleva años rondando los álbumes de recuerdos de los viajeros con sus brebajes milagrosos que se burlan de todas las enfermedades tabú.

El bazar de Port Louis, conocido en toda la isla y que bulle de charla ininterrumpida, acoge cada día a 30.000 personas desde el amanecer hasta el anochecer. Como en cualquier destino turístico, está demasiado concurrido, y los compradores, acostumbrados a tratar con turistas, inflan un poco sus precios. El resultado es que algunos mauricianos se van a comprar a otra parte, ya que el bazar se ha vuelto demasiado caro para sus bolsillos. No obstante, el bazar sigue siendo una de las visitas obligadas de la capital, y hay que tomarse su tiempo: desde la planta baja hasta los puestos de carne y pescado, al otro lado de la calle, pasando por la primera planta, más tranquila y dedicada a los productos artesanales. La oferta es muy variada (cestería, instrumentos musicales tradicionales, sombreros, tallas de madera, etc.) y refleja más la diversidad étnica de la isla (objetos procedentes de África o la India) que el auténtico saber hacer local.