Platos que cambian todos los días en un restaurante de Burdeos que ofrece una mezcla de sabores del mundo.
Es un poco como el lugar para estar al principio del muelle de los Chartrons. Si no has reservado, no hay posibilidad de sentar el culo, ni siquiera la mitad, en el más mínimo trozo de silla. Hay que decir que la dirección tiene todo para agradar: una decoración original que recuerda la cueva de Lascaux en Périgord, un restaurante para el almuerzo y la cena, un bar de cócteles por la noche y un ambiente acogedor pero no exagerado. Detrás de este concepto hay 4 amigos: Lucas, Thomas, Simon y Félix que están en la cocina. Los platos, que cambian cada día, ceden a la variación de los sabores del mundo donde matrimonios que pueden parecer sorprendentes siempre tienen mucho éxito como este pulpo lacado con ciruela mirabel fermentada, emulsión capuchina, crema de guisantes y habichuelas de mantequilla que nos dejaron sin palabras como entrante o este filete de ternera a la parrilla, zumo con aguardiente de nueces de padres cartujos, coliflor, judías y chanterelas que nos farollanqueaban, por no mencionar el postre: un baño de frutas rojas en un caldo con Dom Benedictine y yuzu, helado de albahaca tailandesa, crema de frangipane con miel. Salimos atónitos de tanta audacia tan bien dominada.
Un restaurant à faire (et refaire) absolument quand on est de passage à Bordeaux.