Este pequeño pueblo con un largo pasado minero está dormido desde el fin de la minería del estaño en 1990. Hoy, se aferra al turismo. Una oficina de turismo, un supermercado, una gasolinera, algunos hoteles y restaurantes intentan contener a los pocos visitantes que pasan principalmente para abastecerse antes de continuar hacia el Brandberg y descubrir a los elefantes adaptados al desierto. Un lugar en el que el tiempo parece haberse detenido y que demuestra la dependencia y la fragilidad de estas zonas rurales namibias, muy dependientes de la actividad extractiva efímera (las minas no suelen explotarse durante más de veinticinco años)

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