Más al oeste se encuentra Pepillo Salcedo, localidad fronteriza entre la República Dominicana y Haití. Su historia original y trágica dice mucho de la agricultura del país: una gran empresa frutícola estadounidense puso sus ojos en la región y creó Pepillo Salcedo. Hasta los años 60, cultivó aquí unas 5.000 hectáreas de plataneras. El puerto de Puerto Manzanilla se construyó para exportar la producción de plátanos a Miami. Pronto se construyó el pueblo para albergar al personal de la finca. El pueblo constaba de elegantes residencias, casas club con piscinas, campos deportivos, una escuela y tiendas.Cuando el negocio dejó de ser rentable, la compañía frutícola abandonó Pepillo Salcedo a su suerte de la noche a la mañana.Hoy, las oxidadas vías del tren ya no transportan ningún racimo de plátanos a los muelles desgastados por el mar, y los barcos no atracan allí desde hace décadas. Las casas se pudren al sol y el bonito césped ha dado paso a la vegetación salvaje. Sólo la piscina sigue acogiendo a los niños del pueblo. Pepillo Salcedo se ha convertido en un enorme museo en ruinas, uno de esos pueblos abandonados de las novelas de Gabriel García Márquez. Congelación, sopor y nostalgia de tiempos mejores, así es el pueblo hoy. Hay vagos planes para dar nueva vida a este puerto encajonado entre Haití y el mar, pero sólo son planes..

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